Dos sanantoninos cuentan el cara y sello de las operaciones para terminar con la obesidad
Uno de ellos está feliz con la intervención, mientras el otro dice que si pudiera volver el tiempo atrás, por nada del mundo se sometería a la cirugía.
Gonzalo (47) es el nombre ficticio de un funcionario público sanantonino que por su cargo solicita expresamente no publicar su verdadera identidad. Pero sí está dispuesto a abrir su corazón y contar cómo cambió su vida tras la operación que prometía terminar para siempre con su obesidad severa.
Confiesa que nadie lo obligó a someterse a la intervención. En su trabajo le recomendaron que era una buena solución para evitar enfermedades futuras, a pesar de que estaba absolutamente sano. Su único gran problema era sus 121 kilos de peso para su 1,72 metro de estatura. Estaba pasado en más de 50 kilos.
A mediados de 2010, con 44 años, inició los exámenes para operarse a través de la técnica conocida como gastrectomía en manga, que consiste en reducir el tamaño del estómago mediante laparoscopía. Gonzalo cumplía con todos los requisitos: no bebía alcohol, no fumaba y practicaba fútbol al menos dos veces por semana.
"Intenté todas las dietas para bajar de peso, pero no era constante. Bajaba un poco y volvía a subir", cuenta en el comedor de su casa de villa Alto Mirador.
Después de un año de evaluaciones físicas y sicológicas, tomó la decisión. "Mi suegra me decía que no me operara, que estaba bien así, pero decidí hacerlo por mis hijos, pensando en que me podía pasar algo estando tan gordo", asegura el trabajador, reconocido, hasta ese entonces, por su espíritu alegre, su sentido del humor y su guatita regalona.
En abril de 2011, con 121 kilos sobre sus pies, ingresó al quirófano. Parecía que todo iba bien. El primer mes perdió 15 kilos y en julio de ese año ya pesaba 80 kilos.
Pero comenzaron los problemas. Ese mismo mes de julio aparecieron dos hernias lumbares que le hicieron perder la movilidad y la sensibilidad de su pierna izquierda. Tuvo que iniciar un tratamiento kinesiológico. A las pocas semanas le detectaron cálculos a la vesícula. Otra vez tuvo que entrar a pabellón.
lo peor
Gonzalo ya comenzaba a pensar que su vida se había transformado en una tragedia. Pero lo peor aún estaba por venir.
Un día, en un almuerzo familiar en la casa de sus padres, sufrió una descompensación severa, acompañada por una crisis de pánico. De un momento a otro, se sumergió en un estado de inconsciencia. No conoció a su esposa ni a sus dos hijos y le dio por salir arrancando de la casa. Sus familiares lo tomaron a la fuerza y lo llevaron a la clínica.
A esas alturas pesaba 64 kilos, 57 menos que antes de la operación. "Estuve ocho meses con licencia, yendo al neurólogo y al siquiatra. Seguía con pérdida de conciencia y entré en una depresión, porque no aceptaba verme en esas condiciones. Cada día me arrepentía más de haberme operado", asegura.
Su personalidad también cambió. De ser un tipo alegre y bueno para la talla pasó se convirtió en una persona introvertida, irritable y sin ganas de compartir con el resto. Se miraba al espejo y se veía delgado, pero no era esa la vida que quería llevar.
A pesar de que su condición no mejoraba del todo, después de los ocho meses de licencia, decidió volver a trabajar. "No quería seguir en mi casa pensando leseras. Y me di fuerzas por mis hijos, porque no quería que me vieran en ese estado, tan mal".
En esos meses de crisis llegó a consumir ocho medicamentos diarios, todos con receta retenida y ultrafuertes. Tomaba para la depresión, para los nervios, para dormir y para los dolores de cabeza. "Estaba lleno de pastillas, pero al menos me sentía estabilizado. Estuve mucho tiempo sin poder hacer deporte".
Poco a poco las cosas empezaron a mejorar. A más de dos años de la intervención, confiesa que se siente mejor. Ya no toma pastillas y ha vuelto a practicar su principal pasión: el fútbol.
"El apoyo de mi esposa y de mis hijos fue fundamental para salir del hoyo. En algún momento pensé que me iba a morir. Ahora sólo quedé con problemas de visión -debe usar lentes- y con una complicación en el oído medio que me provoca algunos mareos", señala.
-Si pudiera retroceder el tiempo, ¿volvería a operarse?
-Por ningún motivo, ni a palos. Yo no recomiendo la operación por todo lo que me ha tocado sufrir. Quedé con una sensación muy negativa de la intervención, aunque también tengo compañeros que se operaron y están felices.
Gonzalo está hoy cerca de los 80 kilos y eliminó para siempre el pan -se comía casi un kilo al día- y los dos litros diarios de bebidas gaseosas. Su almuerzo actual consiste en ensaladas con un huevo duro. Nada más.
-Por lejos la depresión y las veces en que no conocía ni a mi mujer ni a mis hijos. Eso no se lo doy a nadie. Y también sentir que me convertí en un hombre triste. Nunca más volveré a ser el de antes. Debí haberle hecho caso a mi suegra. Buscando un mejor futuro, arruiné mi vida.
LA OTRA CARA
Mauricio Araneda (35), el recién renunciado gobernador provincial de San Antonio, pesaba 78 kilos -casi ideal para su 1,82 metros de estatura- cuando egresó del colegio Gabriela Mistral y se fue a estudiar Kinesiología a la Universidad Católica de Valparaíso. Su pensión de estudiante estaba en Viña del Mar, a pocos metros de un local de McDonalds.
"En los cinco años de universidad subí 20 kilos y llegué a los 98. Al principio jugaba en la selección de fútbol de la universidad, pero después vinieron la práctica, el internado y el trabajo, y cada vez me puse más sedentario", recuerda el ahora jefe de campaña de la diputada María José Hoffmann y candidato a consejero regional por la UDI.
Claramente no tenía hábitos alimenticios saludables. Ya como kinesiólogo, trabajaba en el Hospital Naval y hacía clases en tres universidades. Casi no tenía tiempo para almorzar. Comía cualquier cosa y a cualquier hora.
La situación no mejoró cuando asumió el mando de la Gobernación Provincial de San Antonio, en marzo de 2010. Y las dietas tampoco le tendían la mano. "Pasé por todas las dietas, pero bajaba cinco kilos y después subía siete".
Para el 23 de mayo de 2012, día en que se sometió a la intervención de manga gástrica por laparoscopía, el ex gobernador ya pesaba 117 kilos, 39 más que en su época escolar.
"no puede ser"
"En ese tiempo como que no me daba cuenta de lo gordo que estaba o no le prestaba mayor atención. Pero ahora miro las fotos y digo "no puede ser"", cuenta.
RONQUIDOS
En julio de 2011 Araneda viajó junto a tres amigos a presenciar los duelos de Chile en la Copa América, en la ciudad de Mendoza. Los amigos vivieron una tortura cada vez que llegaba la noche. "Ahí me dijeron que roncaba de una manera espantosa y que pensaban que me iba a morir, porque en ciertos momentos se me cortaba la respiración", recuerda.
Al regresar a Chile pidió atención médica. ¿El diagnóstico? Padecía apnea del sueño, una enfermedad detonada por su obesidad que durante las noches le impedía respirar con normalidad. "En ese tiempo andaba extremadamente cansado. Dormía muchas horas, pero igual despertaba con sueño", relata.
Durante tres meses utilizó una mascarilla que le suministraba aire y que era como llevar la cabeza afuera de un auto en movimiento. Su estado de ánimo mejoró notoriamente. "Fue un alivio porque se me acabó el sueño y andaba con más ganas".
Pero la solución definitiva a su mal llegó con la operación de reducción de su estómago. "A mí me cambió la vida. Fue lo mejor que pude haber hecho. En una semana ya estaba trabajando en la Gobernación y en poco tiempo bajé 35 kilos, sin tratamiento y sin pastillas, sólo comiendo menos".
-¿No tuvo ningún problema?
-Nada, sólo tuve que cambiar mis hábitos alimenticios. En vez de comer papas fritas, ahora las como cocidas o en menor cantidad.
Mauricio Araneda se siente otro y le gusta verse así, mucho más delgado. Dice que tiene más energía e incluso volvió a correr detrás de la pelota después de varios años mirando los partidos sólo por la televisión.
-Absolutamente. A mí me cambió la vida. Pude volver a correr y me siento mucho mejor.
"Mi suegra me decía que no me operara, que estaba bien así, pero decidí hacerlo por mis hijos, pensando en que me podía pasar algo estando tan gordo". Gonzalo