Las sorprendentes historias de los agentes funerarios
Trabajar en una funeraria es uno de los oficios que aparece en la lista de los que no todos están dispuestos a hacer. Vestir cadáveres debe ser una de las labores más ingratas, tanto como la función de los médicos tanatólogos. Pegas ingratas que alguien tiene que cumplir.
Ayer, los dueños y empleados de tres funerarias de San Antonio contaron algunas de las experiencias que han vivido en su trabajo.
Claudio Díaz tiene 42 años, 18 de los cuales los ha pasado en una funeraria. Hoy es parte del staff de agentes funerarios de la empresa Hermanos Tobar.
La más cruda de las historias que Díaz recuerda se dio hace 8 años. Aquella vez fallecieron dos hombres el mismo día y que además tenían contexturas similares. En la morgue local hubo una confusión en la entrega de los cadáveres, por lo que las familias de ambas personas se llevaron al difunto equivocado.
"A la persona que nosotros teníamos, el terno no le cabía. Hablamos con la familia, y dijeron que era él. Lo vestimos, lo velaron y lo sepultaron. Al segundo día vino la familia del otro fallecido, que era de la comuna de San Pedro, y contaron que el cuerpo que ellos tenían no era el de su difunto. Tuvieron que desenterrar al fallecido que habíamos sepultado, hicimos los cambios y atendimos a la familia igual. Fue muy complicado eso", narró Díaz.
En otra ocasión, cuando llevaba en la carroza un cadáver hacia la casa en que sería velado en Agua Buena, uno de los neumáticos del vehículo se pinchó. "Tuve que bajar la urna porque justo iba sobre el neumático. Estaba lloviendo y me acuerdo que un familiar del fallecido me ayudó mientras dejábamos el ataúd en la calle", recordó Claudio Díaz.
"Cuando recién empecé en este trabajo me tocó vestir a una guagüita; eso fue muy fuerte, uno de los casos más complicados. Pese a todo, me gusta este trabajo", añadió. Díaz, quien en la funeraria Hermanos Tobar viste a los occisos, atiende a los familiares y conduce las carrozas. Incluso vive en una casa ubicada en la parte posterior de las oficinas de dicha empresa.
Los mitos
Carlos Fuentes, El Nono, antiguo empleado de la Funeraria Belén en San Antonio, tiene cientos de historias guardadas, aunque es claro para decir que jamás ha visto algo paranormal al lado de los muertos. "Nunca he visto nada, son sólo mitos", enfatizó.
"Hay gente que cree que las personas pueden resucitar, que les puede dar un ataque y después viven (catalepsia). Piensan, cuando se empaña el vidrio de la urna, que la persona está viva", declaró El Nono.
Pero hay una costumbre que a Fuentes le llama mucho la atención por la gran cantidad de personas que la practica en San Antonio. "Ponen un vaso de agua debajo de la urna para que el fallecido no se vaya a reventar; pero desde que tengo uso de razón, las urnas son 'enzingadas' y no se van a romper. Son sólo mitos pero hay que respetarlos y por lo mismo nosotros tenemos dos vasos disponibles para los familiares que piden estos elementos", detalló.
Otra de las situaciones más complicadas que se dan en las funerarias es cuando el muerto era un hombre que tenía más de una mujer o estaba separado y mantenía una relación con otra pareja. En este caso, el sistema opera de tal forma en que la viuda legal es quien se debe encargar de efectuar los trámites de defunción. Así, en esas circunstancias, es común que las rivales de amor se vean cara a cara en medio del velorio y el funeral.
Orlando Aravena, dueño de la funeraria Luz de Cristo, recalcó que siempre le sorprende la forma en que las mascotas reaccionan frente a la muerte de su amo. "Nos ha ocurrido que hemos llegado a instalar el salón velatorio a las casas y resulta que las mascotas no dejan que nos acerquemos a la persona fallecida; hay que lidiar con ese tema y la familia tiene que controlar el animalito, que después se queda muy cerca de la urna", contó.
"Otra vez un perro acompañó el cortejo de su amo desde el sector alto de Bellavista hasta el Cementerio Parque del Sendero de Llolleo. De cerro a cerro corrió el pobre ", agregó.
Hace muchos años una mujer, acompañada de otra persona, llegó hasta las oficinas de la funeraria Luz de Cristo para contratar los servicios fúnebres. Eligió las luces, el féretro y dejó todo pagado. Un mes después esa misma persona se suicidó al interior de su casa. "Dijo que quería cotizar un servicio para ella, pero pensamos que era un contrato a futuro, de los cuales tenemos muchos. Nunca pensamos que esto iba a ser tan rápido", relató Aravena, mientras insiste en que una de situaciones más complejas que le ha correspondido vivir en el infranqueable negocio de la muerte en el que todos alguna vez tendremos que cotizar. J