En la maleta del auto Chevy Nova de Amalia Salomé Machuca iban 50 fusiles AK-47
En la maleta del auto Chevy Nova de Amalia Salomé Machuca Guzmán hay 50 o más fusiles AK-47. El vehículo, que funciona normalmente como taxi, pero también para viajes especiales mediante convenio con la dueña, viaja aquella tarde desde calle Agustinas, pleno centro de Santiago, hacia San Antonio con un cargamento que Amalia desconoce.
Tres personas, dos hombres y una mujer, han arrendado en reiteradas oportunidades el medio de transporte para realizar estos viajes entre la capital y el puerto sanantonino.
La ruta es de memoria y generalmente tranquila, pero esta vez el destino quiso que Carabineros hiciera a un lado el Chevy Nova para realizar un control. Antes de poner el freno, Amalia acomoda sus anillos de viudez, ajusta su vestimenta negra de pies a cabeza y se apresta para hablar tranquilamente con los funcionarios policiales.
"Voy hacia San Antonio", señala sin temblar ni mostrar una gota de duda a Carabineros, quienes al ver su situación conyugal no hicieron más reparos y le señalaron que siguiera su viaje hacia el Litoral.
Es 1973, en el país la polarización ideológica está instalada, y la lucha armada es una de las vías que los grupos subversivos de izquierda han izado como bandera ante un posible golpe de estado que antes del mes de septiembre ya era algo más que un secreto a voces.
Pero eso poco y nada le importaba a Amalia Machuca. En 1971 quedó viuda debido a que una enfermedad fulminante se llevó la vida de su marido, Pascual Abarca, y la única herencia que recibió junto a la de tener que criar en soledad a una hija y dos hijos, fue un taxi Ford 46, regalo que poco le ayudaba, ya que ni siquiera sabía manejar.
"Aprendí a puros porrazos. Salía a andar por Llolleo y el auto se frenaba cada unos segundos, pero yo seguía igual, sin miedo, sin pensar mucho, como ha sido la tónica de mi vida", recuerda Amalia hoy, a sus bien conservados 71 años.
Tras sacarle brillo y rodaje al Ford 46 y ser la primera taxista mujer de San Antonio, decidió cambiar el auto que heredó de su marido, y previo pago de 85 millones de escudos, en su poder tenía un Chevy Nova, modelo americano que era uno de los más solicitados en la década de los sesenta y principios de los setenta.
"Hacía de taxista para todos lados, donde me pidieran iba: a Valparaíso, a Santiago, otros viajes más largos. Fue así como me contactaron estas personas, a las que trasladaba hasta calle Agustinas en el centro de Santiago".
Una vez en Agustinas, Amalia debía entregar el volante, y otro chofer tomaba el Chevy Nova para ingresar a un subterráneo al que ella no tenía acceso.
Luego, con el auto de nuevo en su poder, se daba cuenta que la maleta estaba más pesada de lo normal, pero tampoco hacía más juicio. "Por esos viajes me pagaba bastante bien, que era lo único que me importaba", afirma.
Ya en San Antonio descargaban los sacos que transportaba en el maletero del Chevy Nova primero en calle José Miguel Carrera y luego pasaban a dejar la otra carga a calle Inmaculada Concepción.
La única vez que Amalia le preguntó a aquellos pasajeros qué contenían los sacos, le respondieron "es carbón de piedra", y el tema no dio para más vueltas ni más cuestionamientos.
La mañana del martes 11 de septiembre de 1973 el golpe de estado que parecía venir en cualquier momento ya era una realidad, y La Moneda de temprano comenzaría a recibir los bombazos que marcarían por siempre a más de una generación de compatriotas que tuvieron que comenzar a vivir y transmitir sus historias desde la vereda del miedo durante los 17 años que duró la dictadura.
Diez días habían pasado del golpe, y mientras el país intentaba ponerse de pie, Amalia Machuca se encontraba en la peluquería, lista para comenzar una jornada más de trabajo arriba del Chevy Nova que a esa hora tenía guardado en el estacionamiento de un taller.
Sin embargo el auto que le había costado 85 millones de escudos aquel día no saldría a circulación. Menos sería el fiel compañero de esta sanantonina que estaba acostumbrada a tener que luchar en esta vida solamente con las armas que el destino le pusiera enfrente. Es más, ese Chevy Nova nunca más volvería a transitar como taxi.
La tranquilidad en la peluquería se quebró con la entrada de dos detectives que solicitaban sin mayores preguntas a Amalia Salomé Machuca Guzmán.
"Me detuvieron de inmediato, sin siquiera poder preguntar qué pasaba. De la peluquería me trasladaron hasta la Gobernación, donde me tuvieron parada toda la mañana, y en la tarde nos derivaron al regimiento de Tejas Verdes, que estaba ya con detenidos que habían llegado los días previos y posteriores al golpe", rememora.
Una vez en terreno militar la vida cambió de rumbo para Amalia, pero no su fuerza interior, esa misma que ya había potenciado cuando quedó viuda, se tuvo que hacer cargo de sus hijos Mauricio, Marcela y Néstor, y a punta de "porrazos" aprendió a manejar el Ford 46 de su difunto marido Pascual Abarca.
"Pensaba solamente en mis hijos, que durante los cinco días que estuve presa lo único que tuvieron para comer eran porotos. Recordarlos me daba mucha fuerza, porque adentro éramos todos como personas sin alma. Ver adentro al doctor Pereda, que era el que veíamos con los chicos en San Antonio, sin uñas en sus manos fue algo realmente muy fuerte", explica.
El menú aquellos cinco días privada de libertad lo recita como si fuera un poema que tuvo que aprender por obligación en el colegio: "agua con cáscara de cebolla y mucho aceite". No se podía pedir más. Tampoco había derecho a pedir algo más.
Al quinto día, con la incertidumbre atorada en la garganta de todos aquellos detenidos, Amalia fue trasladada arriba de un camión hacia otro sector del regimiento de Tejas Verdes.
Allí la esperaba un coronel. Y junto a su castrense figura, los mismos sacos que Amalia y otras tres personas iban a buscar al subterráneo de calle Agustinas y que eran trasladados en el maletero del Chevy Nova. Los mismos sacos que para la detenida no era más que "carbón de piedra".
"El coronel me preguntó si sabía qué tenían los sacos, y yo le dije que era carbón piedra, porque siempre pensé que era eso. Pero los abrió y estaban llenos de fusiles. Quedé para dentro, sorprendida, pero le asumí al coronel que los había transportado, fui siempre con la verdad", reconoce.
El coronel le recitó la ruta desde San Antonio hasta calle Agustinas, donde cargaban los sacos, y los lugares a los que llegaba a dejarlos de regreso al puerto. El Chevy Nova ya era reconocido por sus viajes hasta Santiago, y el contenido de sus sacos eran de conocimiento en Tejas Verdes.
"El coronel mostró una hoja y me dijo "usted va a firmar acá y va a quedar libre de polvo y paja". Firmé y me pude ir para la casa. Pensaba que todo había sido un mal sueño, una pesadilla, pero fue realidad, y claramente mi estadía en Tejas Verdes podría haber sido mucho peor", cuenta emocionada Amalia, tanto por lo que le tocó vivir, como por el recuerdo de aquellos cinco días sin Mauricio, Marcela y Néstor, sus hijos.
"Tuve que apechugar sola, y siempre lo hice sin miedo, solamente pensando en mis hijos. Pero por lo mismo, me perdí el crecimiento de ellos, aunque no puedo arrepentirme porque esta ha sido la historia que me ha tocado vivir, y repito, siempre fui a todos lados sin temor ni miedo", concluye Amalia Salomé Machuca Guzmán. J