José Villagrán Villagrán, un hombre que vio crecer al primer puerto de Chile
Tan fuerte como el bombo inconquistable de la banda de la patria joven sonó el discurso que José Villagrán esgrimió a Eduardo Frei Montalva.
Tan fuerte, que el Presidente se arremangó los pantalones y metió los pies al barro de los patios portuarios en el año 1967. Luego de tal hecho, se pavimentaron las principales explanadas que permitieron hacer de este puerto, un terminal más moderno y en mejores condiciones para sus trabajadores.
Viajero humilde, pero no menos impetuoso, desde Coelemu salió hacia su destino; la ciudad de Santiago; debía evitar ser interceptado por el gobierno de Gabriel González Videla. Sigilosa fue la cita que sostuvo en la Estación Central con los conservadores Rafael Gumucio, Gabriel Valdes y Bernardo Leighton, quienes le depararon un nuevo puerto.
Escrudiñó su rumbo hacia San Antonio, dejando a su esposa María Cleofa y a su primogénita Guadalupe, y antes que la noche muriera en el ayer, tomó posesión de su trabajo en la naciente Maestranza Fiscal, lugar donde aprendió el oficio gracias a su habilidad y a la lucidez que lo caracterizó, porque el sol brilló en su esforzada juventud.
Hortelano de puerto
Buscando lejanías de vida y con la experiencia entre sus alas de la aventura, que antes de los 25 años ya habían batido algunas tempestades, con ímpetu llegó hasta el propio administrador del puerto para solicitar ser operario de la locomotora, donde se mantuvo hasta que jubiló como jefe de grupo en el año 1971.
Libreta en mano y sólido respaldo laboral, llegó hasta la Sociedad Cooperativa Barrancas (Socoba), donde al igual que sus colegas obtuvo los créditos para armar su hogar. Y aunque su mujer en varias oportunidades hizo largas filas para la compra del mes, un día fue sorprendida por una voz amiga que le dijo: don José también es fiscal, así que abrió paso rápido y privilegiado.
Alimentando carros de carbón y trigo en el naciente Molo de abrigo en el gremio Locomotora, fue el hortelano de su puerto cada vez que se prendió el motor de la máquina entre las madrugadas. Nunca terminó jornada, sin dejar de estercolar su huerto a través de conversaciones en su hogar para hablar de la estación de ferrocarril, el vapor y lo interesante de hacer crecer el terminal a punta de esfuerzo y mucho "ñeque".
Hubo también anécdotas, como la garrafa de vino que les regaló la naviera Martínez Pereira (ubicada edificio que actualmente alberga a la Aduana) para escuchar por radio el mundial, pero la muerte de John Kennedy hizo que los portuarios en faena abandonaran sus boinas entre las chaquetas y pantalones de pecos bill, a usanza de la época.
Alado camarada
Asentado en su casa de calle Lautaro en el sector de Barrancas, vio nacer a sus próximos tres hijos: Francisco, Fernando y Margarita, y a su nieto, Rodrigo. Luego la familia se extendió, llegando a conformarla siete nietos y cinco bisnietos, pero quien terminó por robarle el corazón fue su tátara nieto, Facundo, a quien llamó cariñosamente, el pequeñito.
Con el don de la palabra justa y la mirada seria entre las sombra de sus cejas, Sonrisa de León -como lo llamaron cariñosamente sus compañeros- llegó a ser el máximo representante del mítico Sindicato Obrero Luciano Claude en la década del 50´, donde representó con gallardía la lucha por la reivindicación de los derechos, pero también de los deberes de los portuarios.
El pueblo de las multitudes lo llamó a vencer y así su casa también fue puerto y él la entrada a aquellos jóvenes de la época que veían en este terminal la alternativa para un mejor destino. Guillermo Pino, que más tarde fuera gobernador; Carlos Demarchi, diputado; Eduardo Chamorro, alcalde, golpearon la puerta de su hogar. No fue la suerte, ni tampoco cábala, fueron las sabias palabras de un señor que siempre alentó a quienes querían romper con el círculo de la pobreza, con respeto y valor cristiano.
Elegía del adiós
Con la mirada teñida de blanca sencillez y marchando lánguidamente hacia un sitial de honor, la Empresa Portuaria San Antonio y la agrupación Raíces del Puerto sesenta y cinco años más tarde de su arribo, le otorgaron un meritorio reconocimiento a él y otros tantos legendarios hombres, el que quedó plasmado en un importante monolito en el Paseo Bellamar a unos metros de la abuela de la bahía, la histórica Grúa 82.
Sus ojos retuvieron con sentimiento el instante pasado a la edad de 89 años. Y mientras todos conversaban, él vivía de igual modo entre sus enseñanzas y añoranzas. "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado", le dijo Cleofás a Jesús camino a Emaús. Adiós don José, nuestro querido y siempre fiel, nuestro viejo portuario. J