El ex portuario sanantonino que de un hogar de niños pasó a ser futbolista del Ballet Azul
Los abuelos siempre tienen muchas historias para contarles a sus nietos, pero cualquiera se queda corto ante las mil y una que pueda relatar el sanantonino Víctor Manuel Ávila Cortés.
A sus 84 años de edad se mantiene en un estado salud envidiable. Ni lentes necesita y posee una memoria enciclopédica.
"Mi mujer me dice que yo debo ser extraterrestre, porque a la edad que tengo no me afecta ninguna enfermedad, no me duele nada… Es que yo tengo predicho que voy a vivir hasta los 180 años acá en San Antonio y quiero ver el gran puerto antes de morir", comenta.
Es conocido en distintos sectores de San Antonio como el canapé en los cocteles, ya que ha sido dirigente social y sindical en diversas instituciones. Actualmente está en el comité de pavimentación participativa de Cerro Alegre, el sector donde vive, pero quizás nadie sepa que este amable vecino fue futbolista del "Ballet Azul" de la Universidad de Chile.
Nació en la comuna de El Monte en 1931 y quedó huérfano cuando apenas tenía 4 años de edad.
Fue en ese momento cuando junto a tres de sus siete hermanos llegó a la Casa Nacional de la Infancia en la comuna de Providencia en Santiago. Ahí creció, se educó y aprendió diversos oficios, con lo que finalmente diseñó su versatilidad y profesionalismo en todo lo que hizo.
"Yo aprendí de todo allí: electricidad, sastrería, mecánica, secretariado, aprendí a manejar, a poner inyecciones... Tuve una educación muy buena", comenta con orgullo agregando que sacó permiso de conducir a los 14 años y que el examen se lo hicieron manejando un microbús.
Después de esta hazaña, no es raro que haya sido conductor de trolebuses en Santiago -dentro de un puñado de oficios que practicó a lo largo de su historia.
Cuando continúa revelando los hermosos recuerdos de su niñez en la institución donde creció, dice que "teníamos todo lo que necesitábamos; si queríamos zapatos, los teníamos, ternos, los teníamos, golosinas…, lo mejor en alimentación y la mejor educación que nos daban las hermanas de La Providencia (las mismas del Liceo Santa Teresita, añade). Además éramos privilegiados porque hasta nos visitaban los principales artistas que venían al país o nos llevaban a los mejores estrenos de teatro y cine", recuerda.
futbolista
Desde pequeño Víctor participó en escuelas de básquetbol, ciclismo, pingpong, vóleibol y fútbol entre otras. Sin embargo, fue esta última disciplina la que marcó su vida de logros y grandes recuerdos cuando, junto a sus hermanos Luis y Oscar, pasó por todas las series de la Universidad de Chile hasta figurar en el destacado Ballet Azul de los años 50.
"Jugábamos con Leonel Sánchez, con Álamos. Mi hermano Luis jugó en el Ballet Azul hasta mucho después que me retiré, y Oscar se cambió finalmente como arquero de Colo Colo", recuerda, detallando que dejó el plantel cuando tenía cerca de 22 años ya que se enamoró de una sanantonina y terminó radicándose en San Antonio.
"Un día sábado que jugábamos con Barranquilla yo me vine a San Antonio y me castigaron por dos fechas. Después de eso no volví más a la U", señala.
En el puerto también jugó en el Club Atlético Estrella de Llolleo, y posteriormente jugó por Huracán, pero sus ansias por casarse y establecerse con Elsa Uribe, con quien permaneció 56 años y le dio tres hijos, lo llevaron a trabajar como administrativo en el puerto y posteriormente a recorrer las carreteras del país en un camión repartidor de vino.
Víctor tiene miles de anécdotas en cada oficio que realizó: como mecánico en el puerto, como operador de maquinaria, conductor de locomoción colectiva, secretario de la Cámara de Diputados, dirigente sindical, dirigente social y camionero.
"Ese muerto no lo cargo yo"
Pero, resumiendo una de miles, recuerda uno de sus recorridos para la Viña Santa Rita, donde además de camionero, era vendedor, peoneta y repartidor.
"Un día me pararon los carabineros en La Serena y estaban con un muertito en un accidente. Estaba la familia que venía de Santiago y me explicaron que tenían que enviar el cuerpo al Servicio Médico Legal de Santiago y no tenían los recursos para pagar el traslado, que como yo viajaba en esa dirección si podía llevar el ataúd en el camión. Yo no vi problema en hacerlo, porque los carabineros me enviaron con un documento. La misma familia acomodó las cajas de vino y subieron el féretro y lo llevé hasta Santiago", relata. Cuando le comunicó la situación a sus patrones ellos lo apoyaron insistiendo que si lo que hacía era un bien hacia los demás, no había problema.
"piojentas"
En otro de esos viajes también los carabineros le pidieron trasladar a dos mujeres, pero esa fue la última vez que accedió a llevar personas en su camión, porque a mitad de camino se tuvo que bajar a bañarse en el mar, cambiarse toda la ropa y lavar la cabina del camión, ya que las damas iban llenasde piojos. "La picazón era terrible, así que lamentándolo mucho por ellas, les dije que su viaje llegaba hasta allí. Esas son mis dos historias de camión: una de un finao y una de piojentas, así que después de eso nunca más llevé a nadie", agrega.
En la Viña Santa Rita, recorrió Chile desde Arica a Puerto Montt y trabajó cerca de 10 años hasta que buscó pega cerca de su familia en el puerto. Como portuario se desempeñó hasta el año 1981 cuando jubiló. Sin embargo, no abandonó ese oficio. El mismo año ingresó a la agencia naviera Ultramar, donde sus mejores recuerdos se alojan en la gestión social que hizo por contribuir al sueño de la casa propia de más de 300 trabajadores de San Antonio. Esto, según su propio relato, fue gracias a que descubrió que había un Decreto Supremo que los amparaba, y se empeñó en gestionar los trámites para la construcción de lo que hoy es la población Baquedano.
"Yo le entregué las llaves en las manos a la gente y por eso muchos me recuerdan, aunque hay gente que no reconoce el trabajo que hubo para lograr que se hiciera esa población", destaca.
Después del año 1987 cuando por fin vio realizado el sueño de la casa propia de cientos de trabajadores a los que ayudó, cuenta que sintió un vacío. Una depresión lo embargó y decidió viajar a Estados Unidos a ver a uno de sus hijos que se radicó allá. "Sentía que la gente era muy mal agradecida y aunque yo no esperaba reconocimientos, me sentí decepcionado", revela. Pero este octogenario nunca dejó de lado su veta social, pues en cada uno de los lugares donde estuvo buscó ayudar. "Cuando estaba en el puerto ayudaba a los que tenían problema con el trago y los encaminaba en la vía de la rehabilitación", cuenta.
caballero solidario
Además fue dirigente sindical en el puerto y en Ultramar, presidente del Centro de Padres del Liceo Fiscal durante cerca de 8 años, ha sido integrante de diferentes comités de pavimentación participativa y hoy a quien se lo pide lo ayuda.
Esto lo avala su actual pareja, Victoria Jeldes (53), una trabajólica podóloga con quien vive en Cerro Alegre desde hace cinco años, después que murió su esposa.
"Él es un caballero que hace el bien social. Eso es en resumidas cuentas y a mí me parece muy bien, porque mientras uno esté haciendo cosas buenas en la vida, es fantástico", acota Victoria. J