El belga y la sanantonina que fundaron la lavandería más antigua de San Antonio
Es 1940 y la Segunda Guerra Mundial tiene a toda Europa dividida. La Alemania Nazi de Adolf Hitler avanza a pasos agigantados a la conquista de nuevos territorios.
Uno de los países que lucha ante la invasión alemana es Bélgica, que luego de 18 días de combate, cae en manos del líder germano. El 10 de mayo de aquel año Bélgica pasó de un estado neutral a involucrarse directamente en el conflicto bélico.
Desde aquel día, un centenar de belgas huyó junto a sus familias con destino incierto, buscando esa paz y tranquilidad que su país y el viejo continente, por aquella época, no les podían ofrecer, incluso hasta después de la guerra en 1945.
Uno de los tantos inmigrantes que llegó hasta Chile fue un quinceañero Julian Dewulf. Destrozado por la cruda realidad que vivía su natal país, este hombre, lleno de sueños, buscaba, junto a sus padres y hermanos, un país que lo abrazara para alcanzar una vida tranquilla y, por qué no, formar una familia lejos de su tierra.
Su primera estadía fue Talcahuano. Allí desembarcó junto a otros inmigrantes. Ya en Chile, recorrió varios kilómetros para llegar hasta San Antonio, donde conoció a su único gran amor: Gladys Jiménez, con quien tuvo tres hijos: Julián, Cecilia y Mónica.
Julián padre se desempeñó por varios años como camionero, sin embargo, siempre quiso tener un local establecido. Es que, como cuentan en la familia, el rubro era bastante inestable económicamente, y en su mujer encontró a la aliada perfecta para este emprendimiento.
Así fue como en septiembre de 1972, un año antes del golpe militar, esta familia fundó uno de los locales más antiguos de la zona: Lavaseco y Lavandería de Llolleo, ubicado en avenida Providencia 380, que desde ese entonces ha sido administrado ininterrumpidamente por Gladys Jiménez. Ya lleva 43 años.
"Tenía nueve años cuando mis padres comenzaron con este negocio. Es tan antiguo que es una sociedad de hecho, que a estas alturas ya casi ni se ocupa, porque los socios son completamente responsables por las deudas, por ponerte un ejemplo", cuenta Mónica, quien trabaja hace algunos años junto a su madre en el local del centro de Llolleo.
"No nos hemos hecho ricos, pero sí llevamos una vida tranquila, tanto mi mamá, los hermanos y sobrinos", agrega.
ENCENDIDO
El inmigrante Julian y Gladys comenzaron su negocio con una lavadora en seco y una plancha vaporizadora que solo permitía lavar y secar la ropa. Con el paso de los años y conforme el rubro se modernizaba, adquirieron lavadoras que permitían sacar aquellas manchas difíciles de eliminar.
Todo marchaba viento en popa hasta que en 2012 la familia tuvo que vivir un duro momento. En enero de ese año Julián Dewulf,el mismo que viajó desde Bélgica a Chile en busca de la tan anhelada paz, falleció producto de un cáncer a los pulmones.
"La muerte de mi padre fue un momento muy duro, pero mi madre, muy luchadora, salió adelante junto a todos nosotros", cuenta Mónica, quien detalla que pese a la dolorosa situación que atravesaban, el local continuó con las cortinas abiertas.
"Nunca hemos cerrado. Bueno, deben ser un par de veces contadas con los dedos de una mano. Es que no podemos, porque prestamos un servicio. Cuando murió mi papá no cerramos, porque te imaginas si viene una novia a buscar su vestido y está cerrado", expresa, y agrega: "por eso no podemos dejar de trabajar. Además mi mamá es muy trabajólica y ella no les puede fallar a sus clientes".
una vida de trabajo
Gladys, hoy de 71 años, llega todos los días hasta su local, donde trabajan seis personas. Allí está pendiente de todo lo que entra y sale de su fructífero negocio, el que atiende de lunes a sábado.
Sabe programar cada una de las modernas máquinas. "Pese a sus 71 años, ella sabe todo, aunque la tecnología de estos años no es la misma que cuando ella comenzó en esto", cuenta su hija.
Mónica comenta que si a su madre no le gusta un detergente, ella misma lo cambia, porque la idea es que el cliente siempre quede contento. Más que pensar en problemas, a Gladys le gusta dar soluciones.
"Son 43 años en esto y se conoce mucha gente. Mi mamá siempre trata de dejar conformes a sus clientes, que a estas alturas ya son amigos nuestros", afirma Mónica.
-De todo. Trabajamos con empresas o gente que nos traen sabanas, toallas, cortinas y prendas de vestir para que se las lavemos. También nos llegan muchos vestidos de novia.
-Algunas mujeres quieren lavarlo para guardarlo, mientras que otras se los prestan a sus amigas o familiares. Y en este último tiempo vienen hartos jóvenes a dejarnos su ropa para que se las lavemos.
-Muchos hombres jóvenes, solteros o viudos nos traen su ropa para que se la lavemos y planchemos. Hablamos de todo tipo de ropa, como camisas, pantalones, ropa interior, sábana, toallas, etcétera. Es que digamos que los hombres no son muy buenos para lavar y menos para planchar y acá se les entregan ambos servicios.
-No. En ningún caso. Lo que hacemos es separarla por colores, pero jamás mezclamos la ropa entre clientes, porque no sabríamos de quién es la ropa, porque ni siquiera la marcamos.
-Mi mamá siempre se ha preocupado por los clientes y la atención personalizada. Eso nos gusta a todos. No hay nada mejor que ir a cualquier local, de cualquier rubro, y que te atiendan bien. Mi mamá, como te decía, siempre quiere que el cliente se vaya contento. Esa es la clave.
PELIGRO DE EXTINCIÓN
Mónica cuenta que el negocio familiar marcha bien. "Como todos, con altos y bajos, pero bien". Pero para ella y su familia esta lavandería es mucho más que echar una ropa a una lavadora y entregársela planchada a cada uno de los clientes que atienden.
"Siempre ha sido un punto de encuentro familiar. Casi toda la familia ha trabajado acá. Y mis hijos, como los de mis hermanos, siempre vienen a saludar a su abuela acá al local", menciona.
Sin embargo, por estos días la gran preocupación familiar es otra.
"En total somos 18 personas las que llevamos el apellido Dewulf en Chile. Somos los únicos y muy poquitos. Además en la familia hay más mujeres que hombres. Entonces nos daría lata que se perdiera el apellido", cuenta Mónica para luego insistir: "la idea es que el apellido se mantenga. En San Antonio somos muy conocidos y todos asimilan el nombre Dewulf con la lavandería. Sería una pena que se perdiera el apellido de mi papá".
-Cuando era chiquitita recuerdo que mi mamá lavaba en una artesa grande, pero luego que se instalaron con el local nunca más lavamos en casa. Toda la ropa se lava en la lavandería". J