Claude Leclerc, el intrépido parisino que llegó a Chile escapando de la Segunda Guerra Mundial
En el remanso de su hogar, ese que está ubicado en Santo Domingo y que arrienda desde hace 15 años, se puede encontrar al francés Claude Leclerc Vandamme, un parisino de 88 años que pese a su dilatada trayectoria en este mundo guarda con lucidez cada uno de sus recuerdos. Son esas mismas vivencias las que lo forjaron como persona y que lo obligaron a vivir en carne propia uno de los episodios más sangrientos de la historia universal: la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, radicado en Santo Domingo, trabaja en la calidez de su morada. Allí atiende a las personas que necesitan ayuda siquiátrica. Su oficina está instalada en el comedor de su vivienda. Allí, en su escritorio, guarda los expedientes de sus pacientes.
A su lado hay dos muletas. Su escritorio está lleno de documentos, lápices y uno que otro informe que ayer revisaba antes de la entrevista.
VIAJERO
Claude Leclerc nació en 1928 en un París consagrado como la capital no solo de Francia, sino también de la cultura.
Hasta la denominada "ciudad de las luces" llegaron innumerables artistas como el escritor Ernest Hemingway o el escultor y pintor Pablo Picasso, solo por nombrar a alguno de los grandes personajes que brillaron en una de las capitales europeas más importante del último siglo.
En este ambiente cultural nació y creció Leclerc. Fue el único hijo del matrimonio compuesto por Pierre y Ferdinanda, dos franceses que durante toda su vida se dedicaron a la medicina.
Ferdinanda investigó por esos años las enfermedades que provenían de un desconocido oriente. Cada cierto tiempo ella, junto a su esposo e hijo, se embarcaba rumbo a Asia para realizar todas las investigaciones posibles para encontrar la cura a diferentes patologías que por esos años comenzaban a llegar a Europa.
A los dos años de vida, Claude junto a sus padres tomó rumbo a Indochina en su primer viaje a bordo de un barco inglés, los cuales eran muy cotizados por su seguridad y rapidez.
"Fueron en total 12 viajes que hice con mis padres hasta oriente. Nos íbamos en junio, que era cuando yo salía de vacaciones. Eran muy entretenidos y arriba de los barcos aprendí a hablar inglés", recuerda.
En 1939, con 11 años, realizó el último viaje junto a su familia. En esa oportunidad llegaron hasta Bali, una provincia e isla de Indonesia, en la que sus padres habían conocido a un belga, con el cual iniciaron una amistad que perduró por años.
"Nos internamos en la selva para conocer a las tribus de allá. Recuerdo que las mujeres andaban desnudas en la parte de arriba y pintadas. Estábamos totalmente aislados, no había luz, radio, ni nada. No sabíamos lo que pasaba en Europa ni en el mundo entero", rememora.
Cuando salieron de la isla se enteraron que se había desatado la Segunda Guerra Mundial. Su madre quería quedarse en Bali y esperar que decantara el conflicto bélico. Sin embargo, su padre, que tenía a su familia en París, quería volver a Francia para resguardar la vida tanto de su madre como de su progenitor.
OPERACION RETORNO
Finalmente, la familia decidió retornar a París. No obstante, el regreso no sería como lo habían planeado. El tenso ambiente que se respiraba por aquellos años hacía casi imposible vivir en Europa.
"Mis padres, como conocían a mucha gente, empezaron a mover sus contactos para que nos consiguieran un barco para volver a París. Finalmente, después de varios días conseguimos uno. Era uno barco italiano que Benito Mussolini (primer ministro) había pedido que retornara a Italia, pero como una embarcación de guerra. Su capacidad era para 5 mil personas y en él apenas íbamos seis", relata.
Para subirse al "Conde", como se llama la embarcación, tuvieron que viajar hasta Singapur y desde allí comenzaron la operación retorno.
"Pese a que nos aconsejaron no cruzar el Canal de Suez, porque estaba lleno de minas y el barco podía explotar, el capitán decidió continuar porque Mussolini requería con urgencia ese barco en la ciudad de Genoa (Italia)", detalla.
A medida que pasaban los días, Claude junto a su familia contaban las horas para llegar a la ciudad italiana. En esos mismos momentos Mussolini con Hitler se habían aliado para que la Italia fascista y la Alemania nazi combatieran al grupo de los aliados, compuesto por Reino Unido, Francia, la Unión Soviética, Estados Unidos y Polonia.
DETENIDOS
Cuando Claude y sus padres atracaron en Genoa, los tomaron detenidos acusándolos de espías. "Nos llevaron a un campo de concentración y ahí vino lo peor", confiesa con un dejo de tristeza.
Todo el trabajo que había hecho este matrimonio en el ámbito de la salud poco sirvió a la hora de pedir clemencia. Los elaborados informes, que viajaban por todo el Viejo Continente dando cuenta de las nuevas enfermedades y cómo combatirlas, eran en ese momento simples papeles.
CRUEL GOLPIZA
"Mi padre logró escapar y mi madre y yo fuimos tomados por los italianos. Cuando llegamos al campo de concentración interrogaron a mi mamá y como ella les explicaba que nada tenía que ver con ser espía, las emprendieron conmigo para que confesara. Me tiraron al suelo y los soldados comenzaron a pisarme la columna. Fue un dolor terrible", cuenta como si todavía le doliera. Ahí hace un alto en la conversación.
Respira hondo y luego prosigue: "tenían unos bototos gigantes y comenzaron a aplastarme la columna. Yo tenía 12 años y poco podía hacer. Fueron tan fuertes sus pisotones que me la rompieron y desde ese entonces que tengo que caminar con unas muletas o con un bastón. Fueron tres meses los que estuvimos capturados por la Gestapo (policía secreta de la Alemania de Hitler)", comenta mirando los soportes que se encuentran al costado de su escritorio y que desde ese entonces lo han ayudado a movilizarse, pese a que ha sido intervenido en seis oportunidades para corregir su columna.
A SUDAMÉRICA
Ferdinanda y el pequeño Claude lograron salir con vida de aquel centro de tortura. "Si hubiésemos caído en mano de los nazis no habríamos corrido la misma suerte y lo más probable es que estaríamos muertos y yo no estaría hoy en Santo Domingo contándole esta historia", enfatiza el siquiatra.
Tras algunos días, la familia volvió a reencontrarse en París, en donde Claude terminó sus estudios de enseñanza media y, luego, comenzó con sus cursos de medicina, mientras sus padres retomaron su trabajo como médicos.
El ambiente hostil en Europa aún continuaba, pese a que la guerra había cesado. Uno de los amigos de la familia, el judío Roberto Dolman, abogado que trabajó varios años en la Embajada de Chile en Francia, solicitó asilo al Presidente chileno Gabriel González Videla.
"Mis padres querían que yo continuara mis estudios fuera de Europa. Ellos habían viajado a Argentina y a Brasil mucho antes que yo naciera. Entonces, un paciente de mi papá, Roberto Dolman, se refugió en Chile gracias al Presidente chileno".
Ese, entonces, fue el contacto que los padres de Claude necesitaban para que su hijo estudiara fuera de Europa.
"Viajé solo 80 días en un barco que iba con monjas y curas. Me hice amigo del capitán del barco, quien me dejaba manejarlo todos los días por 4 horas. Yo tenía apenas 18 años. Imagínate lo que significaba para mí", exclama, para luego agregar: "cuando llegué a Valparaíso tuve que esperar por tres días al señor Roberto. Cuando pensaba que no aparecería, nos encontramos y nos fuimos a Santiago".
En Chile, Leclerc concluyó sus estudio de medicina y además conoció a su esposa, con quien tuvo tres hijos.
"En una oportunidad conocí a un amigo que me invitó a jugar golf a Santo Domingo. Me encantó este lugar. Es que Santiago es una ciudad muy grande, donde hay mucha delincuencia y en una oportunidad me robaron todo. Así que decidí venirme para acá y trabajar aquí en mi casa junto a mis dos grandes amigas", dice Claude en referencia a la sicoterapeuta Bernardita Muñoz, quien es su secretaria, y Primitiva Jiménez, encargada del orden en su hogar.
"Son dos mujeres geniales y estoy feliz de vivir tranquilo después de todo lo que pasé en mi infancia y adolescencia", culmina este parisino en Santo Domingo. J
"Nos internamos
en la selva para
conocer a las
tribus de allá.
Recuerdo que las
mujeres andaban
desnudas en la
parte de arriba y
pintadas".