El emprendimiento que nació como un juego de niños
Gabriela Cortez comenzó a tejer a crochet a los siete años, sin saber que en el futuro le serviría como fuente de ingreso familiar.
Si hace diez años le hubiesen dicho a Gabriela Cortez (36), que trabajaría desde la comodidad de su casa, seguramente no lo habría creído. Durante esos años ella soñaba con poder cuidar personalmente a su hijo mayor, pero como debía trabajar delegó la responsabilidad a su suegra.
En la actualidad, Gabriela se levanta todos los días muy temprano para despertar a sus hijos, darles desayuno y desearles un buen día en el colegio.
Luego de despedir a sus pequeños, se sienta en el living de su casa, al lado de la ventana. Busca sus lanas, palillos de crochet y empieza a tejer lindos diseños de la Pepa Pig, Iron Man y Jake y Finn de Hora de Aventura, entre otros tiernos muñecos.
Mientras teje, también se da el tiempo para realizar las tareas del hogar. Hace las camas, cocina el almuerzo, barre, va a buscar a los niños al colegio y cuando tiene todo listo vuelve a tejer. "Siempre fui buena para tejer. Arreglaba mis bolsos y mi ropa", confiesa.
La tejedora
Cuando sólo tenía siete años acompañó a su mamá a un centro de madres. "Estaban tejiendo a crochet. Yo era inquieta, así que me pasaron un crochet y un hilo para que dejara de molestar", recuerda.
La sorpresa de los presentes fue grande, cuando Gabriela volvió a los cinco minutos con una cadeneta. "Era muy lora, por eso me pasaban lo que fuera para que me callara", cuenta riendo.
Su facilidad con las manualidades quedó al descubierto en las clases de artes visuales en el liceo Juan Dante Parraguez. "La profesora me mandaba a dejar mis trabajos a la oficina. Me daba mucha vergüenza. Me ponía roja como un tomate".
Como aprendió a tejer desde niña, aprovechó de vestir a sus muñecas con lana. "Me enseñaron a hacer el gorrito de la tetera y con el mismo modelo hacía faldas para mis barbies".
Durante un tiempo no realizó ningún tejido, pero cuando tuvo a sus hijos retomó los palillos. Chalecos, bufanda, gorros y polainas eran parte de las vestimentas de los pequeños. "Era como la canción de 31 Minutos 'Mi mamá me lo teje todo'", cuenta con humor.
Para mantener a sus hijos al último grito de la moda, revisaba páginas de internet que le brindaran nuevas ideas. "Cuando navegaba veía los muñecos de lana, pero nunca me llamaron la atención".
A los juguetes que se refiere Gabriela son los amigurumis, que son peluches tejidos, que en Japón persiguen alimentar el espíritu del niño que todos llevamos dentro.
La Hello Kitty
Cuando nació su segunda hija llamada Tamara, decidió crear una Hello Kitty a crochet.
Durante todo un día desarmó, armó y hasta buscó en un diccionario japonés los significados de los símbolos. "Un signo era la palabra cabeza", recuerda.
Estaba tan emocionada con el progreso de su trabajo que empezó a las tres de la tarde y terminó a la una de la mañana. "Desperté a mi marido para que la viera terminada".
La felicidad le salía por los poros, pero se aguantó a que amaneciera para mostrarle el flamante muñeco a su hija. "Cuando lo vio se lo metió a la boca porque era una bebé".
Una de las amigas de Gabriela vio la Hello Kitty y le pidió que le hiciera una. Ese fue el inicio de su nuevo emprendimiento.
Gabriela es autocrítica y admite ampliamente que los primeros muñecos no le quedaron muy bien. "Algunos tenían las cejas disparejas, un ojo más grande. Ahora me quedan todos iguales y me demoro dos horas en hacerlos", explica.
PEcado Bazar
Luego del furor que causó su primer diseño, se embarcó en el mundo de los amigumuris y fabricó una Pucca (dibujo animado).
Era tan novedoso su negocio que puso un puesto en "Pecado Bazar" que realizaba Cheer Restobar. Ahí vendió casi todos sus productos.
Mientras conversa indica con su mano un cuaderno y señala que "ahora tengo una lista larga de trabajos por hacer, pero antes de iniciar llamo para que me confirmen si aún quieren el muñeco", enfatiza.
Gabriela admite que nunca buscó iniciar un negocio, pero a medida que le iban haciendo encargos el panorama se veía alentador. "No quería volver a trabajar, para poder disfrutar a mis hijos. Mi primer hijo lo tuvo que cuidar mi suegra, porque yo tenía que trabajar".
Quizás no gana un sueldo millonario, pero trabajar desde el sillón de su casa es lo más gratificante en su vida. "Es más relajado porque no hay que preocuparse de quién va a buscar a los niños o de la comida. Eso es impagable", dice feliz.
Los pedidos se deben hacer al 82733998 o visitar la página de facebook de Gabriela Cortez.
Eventos
Gabriela espera con muchas ansias La Feria Diseñistiko y la Toletolers Gamers. "Me voy por el día completamente sola a vender mis productos", indica.
Ella se prepara para estos eventos con un mes de anticipación. "Hago varias pokebolas para la Tole", exclama con entusiasmo.
Cuando pone su stand muchos curiosos se acercan para observar sus creaciones. "Algunos se sorprenden, no pueden creer que los muñecos están hechos de lana, pero otros los encuentran ordinario".
En su puesto tiene figuras de las caricaturas más famosas del momento. "Una vez hice un monito de Baby TV, Hungry Henry, que era muy complicado", comenta.
Sin embargo, el amigurumi que más le costó realizar fue Gunther de Kick Buttowski. "Me fue difícil porque era el primero que hacía", cuenta.
Peppa pig
Gabriela todos los días observaba a su hija mientras veía a Peppa la cerdita.
Su carita brillaba cada vez que el dibujo animado era transmitido. Por eso decidió darle una sorpresa.
Por varios días tejió a escondidas de su pequeña hija. "Cuando ella venía yo escondía el tejido", narra.
Cuando terminó a Peppa Pig, se la mostró a su hija. Sin embargo, la pequeña la miró, sentó al muñeco y se fue. "Quedé plop", recuerda entre risas.
Para alegría de esta madre, a los dos días la pequeña estaba de un lado para otro saltando y jugando con la Peppa Pig de lana. "No fue amor a primera vista", agrega tirando la talla.
Su vida
Nació en San Antonio, pero como sus padres estaban separados vivió un tiempo en Santiago con su madre. Cuando ya era una adolescente se devolvió a su puerto querido. "Después cuando tenía doce años me vine a San Antonio a vivir con mi papá definitivamente", señala.
A los 23 años nació su primer hijo, Carlos (13), y después de unos años llegó Tamara Berríos (4). Ambos son la luz de sus ojos.
El esfuerzo que realiza esta mujer para trabajar desde su casa tiene una sola razón: ver a sus hijos crecer. "Mis hijos son los monos más lindos que he hecho en toda mi vida", dice con orgullo.