Un clásico del centro de Llolleo: Librero trabaja hace 26 años en plena calle
Luego de la lluvia y sin importar la humedad, Hugo León arma nuevamente su puesto para comenzar a vender libros y revistas.
Sin importa si el día está completamente nublado o si el piso aún continúa húmedo por la lluvia, Hugo León Pérez (69) llega, como todos los días, a la esquina de Providencia con Echaurren para montar una vez más su puesto de libros y revistas. Ahí espera que algún transeúnte se detenga a observar y solicitar algún ejemplar.
Hay días que durante horas no vende ni una sola revista, pero es indudable que cada persona que pasa por su negocio mira rápidamente para ver si hay algún artículo que llame su atención. "Los que más vienen a comprar son los estudiantes y la gente que le interesa algún tema en particular", comenta.
26 años de librero
Hugo León desde los años 90 se ha dedicado a vender libros. Ya sabe cuáles son los que se venden como pan caliente y, claramente, entre su stock destacan los volúmenes de Papelucho y los solicitados por los colegios.
"Ya son 26 años que me dedico a esto. Empecé con muy pocas revistas, pero la gente me fue pidiendo libros y así me fui armando".
Apenas le solicitaban nuevos textos, Hugo viajaba con una maleta vacía a Santiago. Allá realizaba las compras pertinentes y volvía a su querido puerto con los nuevos ejemplares, listos para ser vendidos.
Hace muchos años había trabajado vendiendo artículos de limpieza, pero lamentablemente el negocio se fue a la quiebra.
"En los años 80 la pasé muy mal. Yo creo que fui muy desordenado, por eso quebré. Pero de a poco pude salir adelante".
La venta de revistas y libros fue una buena opción para mejorar su situación económica, aunque, como él mismo señala, "tampoco es para hacerse millonario". Al menos le sirve para costear sus gastos.
-¿Cómo empezó en este negocio?
-Tenía un local chiquitito en Llolleo, pero ahora vivo en ese lugar.
León atiende a su clientela desde las 10.30 de la mañana hasta las 6 de la tarde. No importa si está caluroso o muy frío, él siempre está al pie del cañón. "Ya me acostumbré a trabajar así".
Estar a la intemperie no lo ha ayudado mucho a cuidar su salud. "Con lo años vienen los achaques, dolor de brazos, un dolor por aquí o por allá. Los años no pasan en vano".
-¿Cómo le va con su negocio?
- Me va bien todo el año. Ahora no tengo un local fijo porque los libros están demasiado caros para arrendar. No da para estar en un local.
El librero tiene cientos de ejemplares a disposición del público y, de vez en cuando, les echa una mirada. "Soy más o menos bueno para leer, pero he leído bastante a lo largo de mi vida".
Su vida
Nació en Rengo (Sexta Región), pero su familia se vino a vivir a San Antonio cuando él era solo un niño.
Cursó hasta octavo básico en el Colegio Fernández León. Ahí aprendió a leer, aunque él mismo confiesa riendo que "cuando leo me da sueño. No leo mucho, porque no podría estar durmiendo aquí".
Desde que salió del colegio tuvo que empezar a buscar empleo. "Siempre he sido buscavidas. Nunca me ha faltado el trabajo".
Vive solo en Llolleo. Se separó hace más de 30 años y sus tres hijos viven en Santiago. Por eso se ha acostumbrado a hacer todo por sí mismo.
Durante el fin de semana de lluvias León no instaló su puesto y se quedó en casa. "Aproveché de lavar la ropa y hacer otras actividades domésticas, porque las cosas no se hacen solas", cuenta con humor.
La gran compañía de este hombre son sus perros regalones: el pequeño Dogo y Duque se sientan junto a él mientras trabaja en la calle.
-¿Hace cuánto tiempo tiene perritos?
-Siempre he tenido, pero el Dogo lo tengo hace poco. Me lo regaló el joven que trabaja cuidando autos en el supermercado.
Los animales se han ganado el corazón de este comerciante, pues cada vez que habla de sus canes, se le nota en la cara que les tiene mucho cariño y aprecio.
"A mí siempre me han gustado los perros. Antes tenía tres, pero me envenenaron a dos. Uno de esos también se llamaba Dogo. Lo tuve 12 años y era mi regalón", cuenta.
Cuando la noche se aproxima, Hugo León ordena los libros en una caja para guardarlos en una bodega. Y se va a casa escoltando por sus perros, que son los que le alegran la vida.