Oración para un líder
por Ramón Acuña Carrasco
"Esta tarde hemos llegado, a Santa Luisa de Marillac, el templo refugio de tantos de nosotros en días de opresión y de castigo, a dejar una oración por uno de los nuestros, por un hermano, un hombre de esperanza, un sembrador de entendimiento, esa facultad de comprender, lo que supone generosidad para escuchar y valorar la palabra de tu interlocutor.
Por Patricio Aylwin Azócar, el camarada, uno de los falangistas que traían en su ideario la redención del proletariado; al hombre de pensamiento, al hombre de Derecho, al mediador, al estadista que supo interpretar los signos de su tiempo. Al hombre de hogar. Al dilecto amigo de los desposeídos.
Al hombre de coraje que en días de opresión asumió la alta responsabilidad de conducir a su pueblo en los primeros y decisivos kilómetros de la historia rumbo hacia las amplias praderas de la democracia, lo cual suponía atravesar el campo minado de la transición sin bajas ni forzadas ausencias; sin tropezar en los detonantes que, aún hoy, causan estragos en la clase política de la nación.
Había que tener coraje aquella tarde del 21 de Noviembre de 1985, en "la elipse del Parque", para liderar el encuentro cívico que unió a tantos chilenos, y proclamar el común y convergente anhelo del regreso a una patria reconciliada con sus raíces republicanas; una fiesta multitudinaria con distintas banderas, pero, con iguales miedos, vigilias y rebeldías. Estuvimos ahí.
Había que tener coraje para manifestar al gigante social, la jubilosa noche del Estadio Nacional, mudo testigo de flagrantes atropellos a los derechos humanos, la necesidad de integrar a la civilidad y los militares en la construcción del tiempo nuevo, revirtiendo el rechazo inicial en cerrado aplauso, al insistir con voz fuerte y tajante: "Civiles y militares - Chile es uno solo."
Había que tener coraje para despedirse de su partido, para una ausencia de cuatro años en la que ejercería la más alta Magistratura de la Nación, donde sería el Presidente de todos los chilenos.
Había que tener coraje para gobernar tanta urgencia con sabiduría, templanza y visión de futuro; con la irrenunciable decisión y pasión de los pacíficos a la hora de defender valores y principios. Y, en este capítulo, ejercer con celo y consecuencia la autoridad democrática del Poder Ejecutivo, restaurando la independencia de los tres poderes del Estado.
Había que tener coraje para dejar impresa en el Informe Rettig la memoria de la alevosa agresión de la dictadura a los Derechos Humanos y pedir perdón por el Estado de Chile a las familias de las víctimas. Y, más aún, para indultar a los presos políticos encarcelados sin juicio durante diez años y más.
Había que estar ahí, con tantas libertades flageladas y derechos conculcados a la espera, para asumir la defensa del bien común arrinconado por la fuerza y la injusticia, de cara al Chile multitudinario, y actuar con equidad, con tan poco tiempo para encarar tan enorme faena consciente que "la popularidad es frágil; que se va, tan pronto como llega."
Don Patricio tuvo el coraje del hombre íntegro que supo reconocer sus errores.