Arduo trabajo en recambio de miles de piezas históricas del museo local
Dentro de las colecciones que más cuidan está la de 91 esqueletos de indígenas de las culturas Bato, Llolleo y Aconcagua con una antigüedad de entre 2.500 y 700 años.
Para cualquier persona, cambiarse de casa siempre demanda un gran trabajo y mientras más cosas se deban trasladar la tarea va en aumento. Por esta razón no cuesta entender la maratónica tarea que están realizando los funcionarios del Museo de Historia Natural e Histórico de San Antonio (Musa).
En vista que en sus antiguas dependencias se está construyendo la nueva biblioteca de San Antonio y que el nuevo Musa, está en proceso de construcción en el cerro El Cristo de Llolleo, las 33 mil piezas de las distintas colecciones que mantiene esta institución, debieron ser trasladadas a un galpón prestado momentáneamente por la Escuela España.
Dentro del equipo de trabajadores, que no supera los seis integrantes, están inventariando detalladamente las piezas, y nuevamente las vuelven a embalar esperando el cambio definitivo al nuevo edificio.
Para comenzar, el tesoro más preciado es la colección bioantropológica que conserva 91 esqueletos de indígenas correspondientes a las culturas Bato, Llolleo y Aconcagua. Se trata de materiales óseos completos o partes de individuos, hombres, mujeres, jóvenes y niños nativos que vivieron en el territorio de la provincia de San Antonio.
Con todo el respeto que les merece esta colección, Brito junto a su equipo, dicen que cada día saludan a los indígenas y al salir del lugar se despiden de ellos, puesto que creen que sus espíritus están presentes ahí y sienten su energía.
"Una gran parte de ellos está completa y otras corresponden a cráneos o partes del cuerpo que se encontraron en la zona. Parte de ellos son rescates nada más, porque es cómo estaba el esqueleto al cabo de 1.500, 2.500 o 700 años, dependiendo de las condiciones del suelo fueron las condiciones en que fueron encontrados", detalla José Luis Brito, conservador del Musa.
El más antiguo, de acuerdo a lo que indica Brito, tiene 2.500 años, pertenece a la cultura Bato y fue encontrado en los alrededores de la laguna El Peral en El Tabo. La mayoría tiene alrededor de mil años y pertenecen a la cultura Llolleo, mientras que los Aconcagua tienen alrededor de 700.
"Algunos fueron levantados gracias al trabajo de un equipo arqueológico, y otros fueron rescates arqueológicos, donde se estaba excavando algo y el Consejo de Monumentos Nacionales autorizó el levantamiento de los restos para evitar su pérdida y extravío. Pero en algunos casos ya se habían exhumado por parte de la empresa que estaba trabajando y lo que se hizo fue seudo realizar el rescate", detalla.
Brito indica que la colección la mantienen de la mejor manera posible. "Aunque todas las piezas son valiosas, estas pertenecen a nuestra especie y son nativos del territorio de la zona, por lo tanto tienen un doble valor, no sólo patrimonial histórico, sino sentimental también", puntualiza mostrando la delicadeza con la que van cambiando de embalaje cada una de las piezas para revisar su estado y mejorar su conservación.
Pero, convivir diariamente con esqueletos y especies muertas no es algo que pase inadvertido para quienes ingresan al lugar. Según un par de trabajadores y el mismo José Luis Brito, hay muchas cosas, ruidos o rarezas, que las adjudican al viento, a las palomas o algo, pero hay otros sonidos, que sí les hacen sentir que no están del todo solos.
"No sólo están los espíritus de ellos, están los espíritus de cada lagartija, de cada zorro, de cada puma, de cada ballena y está esa energía de todo lo que está aquí y no podemos abstraernos de que alguna vez estuvieron vivos", justifica Brito, sin apoyar la creencia, pero sin descartarla del todo, puesto que lo que se comenta entre los trabajadores es que todos los objetos de valor que tiene el museo, en general son resguardados por estos espíritus.
Hasta el momento el minucioso trabajo de los funcionarios del museo ha logrado inventariar más de 7 mil piezas de las 33 mil y se ha buscado mantener y conservar todas las colecciones de la mejor manera.
"Se está haciendo una pega, que además es lenta y tiene todos los inconvenientes de trabajar con el sistema público. Esto quiere decir que cuando nosotros necesitamos alguna cosa, por ejemplo, tenemos que esperar las licitaciones que son de 15 o 20 días, que en todo su trámite se demoran dos meses, por ejemplo. Más encima, llegan unas cosas y no llegan las otras, entonces avanzamos a medias y por partes y no contamos con todos los implementos que necesitamos a mano", comenta.