Se acerca mi libro
por Enrique Ramírez Capello
"Una lengua común nos separa". George Bernard Shaw.
"La gramática es la cárcel del idioma". Gabriel García Márquez.
"De tierra soy y con palabras canto", guía para el correcto uso del idioma, proviene del manantial inatajable e insaciable de mis lecturas, entrevistas y escritos de más de 50 años de periodismo atado a la cultura.
Aunque era agnóstico, Pablo Neruda, la mayor vertiente idiomática del castellano, lo proclama en su "Oda al diccionario". El joven de rostro aceituno, hijo de un conductor de tren lastrero y de una mujer pobre, nació bajo las lluvias sureñas.
En casas oscuras, con tejuelas de alerce, escribió "Crepusculario", su primer libro. Y pronto, la invasión mayor: "20 poemas de amor y una canción desesperada".
El título de mi libro -entre comillas porque es una cita- es un llamado lírico y estremecedor para escribir sin inhibiciones ni afán rutinario.
Neruda reconoce el soplo divino en el Paraíso.
Lo asumo como un dogma o un verso de fuego y definición.
El Premio Nobel de Literatura me entrega ese auxilio como foco principal para esta obra, que se entregará en la segunda quincena de octubre en la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica.
Los oradores serán una representante de PUC; Abraham Santibáñez, Premio Nacional de Periodismo y académico de la lengua, y Marcela Aguilar, notable ex alumna de PUC, periodista y excelente académica.
Mi libro "De tierra soy y con palabras canto" reúne mis investigaciones y creaciones en bibliotecas, archivos y academias de la lengua. Entrevistas a filólogos y lingüistas, a profesores de redacción, a maestros inolvidables, como Luis Sánchez Latorre, Homero Bascuñán, Luis Hernández Parker, Nicolás Velasco del Campo, Guillermo Blanco, Emilio Filippi, Abraham Santibáñez, Andrés Sabella, Daniel de la Vega, Joaquín Edwards Bello, Julio Martínez, Tito Mundt, Hernán Díaz Arrieta (Alone), Lenka Franulic. Otros. Tantos.
En la infancia, lecturas que no yacen en el olvido. Todos los diarios, porque mi padre los distribuía en mi añorado Puente Alto. Y muchas obras porque él, Enrique, y mi madre, Virginia, eran dueños de una gran y excelente librería, que desentornó mis ojos y alimentó mi ánimo lector.
La relectura es una dicha inapelable. Se vuelve a disfrutar, a sentir voces refrescantes, a reencontrar otros matices. Como con "El Principito" y "Confieso que he vivido", de Neruda.
Se suma el venero académico, con mis clases de redacción en cuatro universidades por más de 30 años. Once de ellos en la que estudié: la Pontificia Universidad Católica.
Los ojos tristes de una abuela, el ingenio de un artesano, la inteligencia de un filósofo, la habilidad -nunca idiomática- de los futbolistas sirven para alimentar los vocablos. Además los viajes de encanto a París o a la selva paraguaya, con el rugido de las fieras. Los 13 días en la Antártida, entre pingüinos, icebergs y güisqui enfriado con el hielo eterno. Las palabras surgen paradójicamente del silencio, asidos de la mano de una amada de ojos magnéticos.
En el caudal de estos conocimientos está una multitud de artículos publicados en "Las Últimas Noticias", "Ercilla", "Hoy", "La Nación" y "7 Días", en lo principal. Hoy, en "El Sur" de Concepción, "El Líder" de San Antonio, "Puente Alto al Día" y otros.