El forzudo profesor sanantonino que triunfó en Sábado Gigante
Manuel Jerez, hoy de 70 años, demostró su gran fuerza en el programa de Don Francisco. Allí logró retener a dos automóviles que arrancaron sus motores a toda máquina. Hoy dice que no le teme a nuevos desafíos de ese estilo.
Para Manuel Alberto Jerez Romero (70), la palabra desafío ha marcado toda su vida y las dificultades han condimentado todas sus experiencias.
Este sanantonino que creció en el centro de Barrancas siempre estuvo ligado a la actividad física con el perfil de fortachón, y nunca dejó de entrenar. Tuvo una exitosa carrera como boxeador, deporte en el que cosechó tres títulos: uno como campeón nacional, otro sudamericano y uno latinoamericano de peso mediano ligero.
Pero una de sus hazañas más famosas la realizó fuera del cuadrilátero. Manuel Jerez participó con éxito en el programa Sábado Gigante, de Don Francisco, en 1992. En esa oportunidad protagonizó una prueba que consistía en retener dos automóviles impidiendo su partida, sólo con la fuerza de sus brazos y ayudado por una cuerda.
Con semejante proeza cualquiera podría presumir, al menos fotografías de ese momento en las paredes de su oficina... pero la humildad de este hombre es tal, que ni siquiera recuerda dónde podrían estar aquellos recuerdos, que hasta ahora sólo mantiene en el disco duro de su propia memoria.
"Siempre han dicho que las personas muy fuertes son medio torpes, pero mi carrera como docente demuestra lo contrario", comenta sin falsa modestia.
Sábados Gigantes
Azuzado por sus amistades, quienes conocían sus buenas condiciones físicas, un día respondió al llamado que hacía el programa de televisión que rompía con todos los ratings de audiencia de la época. Ya sumaba 42 años de edad, estaba casado y tenía a sus cuatro hijos. Fue uno de los seis elegidos, entre cien postulantes, para efectuar la curiosa prueba ante las cámaras de TV.
Y lo logró. Ayudado por una cuerda que enredó en sus brazos y pasó por encima de sus hombros, no permitió que dos flamantes Fiat 600 se movieran ni un centímetro, aunque fueron acelerados al máximo de su velocidad. Sólo gritó ¡yaaaa! para que aceleraran y ¡yaaaaa! al final de la prueba.
Las imágenes de este memorable momento se repitieron una decena de veces en la retransmisión del aniversario 50 de Sábado Gigante (en Youtube se puede encontrar por Sábado Gigante Homenaje Gigante Capítulo 23).
Ganó un buen premio en efectivo que prefiere no revelar, pero además dice que recibió una radio de doble cassettera y una gran provisión de Colacao que después compartió con sus alumnos del sector rural.
-¿Qué pensó en ese momento cuando estaba entre los dos autos?
-No puedo negar que sentí miedo, porque nunca había hecho esa prueba antes. Pensé que podían salir arrancando los autos y me podían cortar los brazos.
-¿Se acuerda qué le dijo Don Francisco?
-No. La adrenalina y el nerviosismo fueron tan grandes que no creo haberlo escuchado. Sólo sé que estaba muy contento con el premio, porque era muy buen dinero para la época.
-¿Cuánto?
-No le voy a decir cuánto, pero fue muy buena plata.
Vocación
Manuel siempre sintió que su vocación era la pedagogía, por ello antes de pasar por la universidad ya ayudaba a los profesores e incluso comenzó a hacer reemplazos a docentes de la jornada nocturna. Finalmente se tituló como Profesor de Educación General Básica en la Universidad de Valparaíso, y hoy cuenta con dos magíster y dos doctorados en educación.
Hizo clases en diferentes colegios de San Antonio, Leyda, Melipilla y Cartagena, sin embargo su afán por llegar a quienes más lo necesitaran lo llevó a ser el profesor de una pequeña escuelita rural en el Cajón de la Magdalena, en Cartagena. Debía caminar cerca de tres horas para hacer su trabajo. Allí, además de educar, tenía que hacer de todo, por lo que también se especializó en primeros auxilios. Según cuenta, siempre le gustó estar donde realmente lo necesitaran.
Tras varios años en el sector rural, su carrera como docente continuó en el liceo Vicente Huidobro y la escuela Presidente Pedro Aguirre Cerda de Cartagena. Fue allí donde jubiló, pero nunca dejó la docencia. Hoy ya tiene 70 años y es el sostenedor del colegio Los Aromos, donde junto a su hijo educan gratuitamente a alrededor de 30 niños en cursos mixtos.
De niño
¿Pero cómo es que un profesor tan dedicado a su trabajo pudo haberse convertido en un campeón de concursos de fuerza y boxeo?
De acuerdo a lo que comenta Manuel, todo comenzó cuando tenía 12 años y jugaba con su grupo de amigos en las calles de Barrancas.
Fue allí, específicamente en la calle Curicó, donde se les ocurrió hacer una barra que armaron con un chuzo y dos palos. Luego se fueron sumando unas improvisadas barras paralelas, pesas y argollas.
"Eran los tiempos en que jugábamos con la pelota de medias y a pie pelado. Por eso era muy práctico hacernos las pesas con tarros y palos, todo muy rústico", indica haciendo memoria de su niñez.
En este escenario, Manuel recuerda que competían con sus amigos para ver quién tenía más fuerza y quién se atrevía a hacer más pruebas. Para él, el secreto de su preparación física estaba en correr.
De esta forma, el entrenamiento físico se hizo parte de su vida cotidiana. Las clases por el día, y la familia y el gimnasio por la tarde siempre estuvieron presentes.
El boxeo vino por añadidura cuando practicaba en un gimnasio ubicado en Pudeto y participaba en los campeonatos del recordado gimnasio Esparta de Barrancas.
Además compitió en la Corrida del Roto Chileno, pero la prueba de velocidad y resistencia que más recuerda fue una en la que corrió desde Llolleo hasta San Antonio ida y vuelta con uno de sus hijos en sus hombros.
Las peleas de gallitos y las competencias que se realizaban en las playas de Cartagena también se hicieron habituales para este forzudo maestro.
Ganar cientos de apuestas en este tipo de certámenes contribuían al presupuesto familiar, así es que no rechazaba los desafíos que se le presentaban periódicamente.
En sus reuniones de amigos y familiares solía acceder a las pruebas que le pedían como doblar una moneda (antigua) de $10 solamente con sus dedos, quebrar hasta ocho ladrillos con la frente y hasta mover un microbús con sus dientes y una cuerda.
Hasta hace cinco años este profe mantenía sus entrenamientos diarios y corría todos los días. Hasta ese entonces cuenta que todavía hacía la prueba de los ladrillos.
"No lo hacía todos los días, pero sí cuando se daba la oportunidad", añade argumentando que inicialmente comenzó a hacer este tipo de pruebas por diversión, pero posteriormente le pagaban por hacerlo.
-¿Le dolía romper los ladrillos con la cabeza?
-No, nada. Se acomodaban los ladrillos de una forma específica y se ponía una toalla encima. El golpe era uno solo y muy rápido.
Pero la responsabilidad de ser el sostenedor de un colegio y, según él, los años, lo hicieron abandonar el entrenamiento diario hace un lustro.
Pero no ha dejado de mantener su fuerza, ya que confiesa que todos los días acostumbra a cortar, con hacha, cerca de dos mil kilos de leña durante tres horas en su parcela.
-¿Y si después de la publicación de esta entrevista lo retan a un nuevo desafío?
-A lo mejor vamos, aunque sea a perder, pero al menos lo intentaría y no me achicaría con nadie.