La vida de película de la sanantonina que viajó a EE.UU. engañada por un falso amor
En 1993 Ángela Acevedo viajó 8 mil kilómetros para reunirse con el hombre que le había robado el corazón. Allí se encontró con una horrible traición: él estaba casado y quiso quitarle a sus hijos.
Este relato podría ser la base de una dramática e inspiradora película o serie de televisión. Tiene todos los elementos para emocionar hasta las lágrimas. Ambientada en cuatro paises, contaría con villanos traicioneros, amores fulminantes y una heroína dispuesta a todo con tal de no dejarse arrastrar por el drama y el engaño. La historia de la sanantonina Ángela Acevedo posee todos los atributos para llegar a la gran pantalla… menos ficción. ¿Un final feliz? Eso, está por verse.
De tejas al mundo
Las primeras escenas de la vida de Ángela estarían probablemente en las calles de Tejas Verdes- sector de Llolleo en que creció con su madre y su padrastro- o en los vagones del ferrocarril que recorría San Antonio y Cartagena, donde pasó largos viajes pensando en cómo y quién era su verdadero padre.
A lo mejor, su historia cinematográfica podría empezar en Nueva Jersey, Estados Unidos, ciudad a la que llegó hace más de veinte años engañada por un hombre que le prometió la luna y el cielo.
Nosotros no anticiparemos más y comenzaremos por donde empieza la mayoría de los largometrajes: el principio.
Ángela escribió hace pocos días a Diario El Líder para agradecer por las noticias e imágenes que diariamente la conectan con su ciudad natal. Nada fuera de lo común. No pocas personas se toman la molestia. Pero el mensaje de esta mujer era distinto a los demás. Provenía de la ciudad de Virginia, Estados Unidos, a más de 8 mil kilómetros de distancia de San Antonio. Le respondimos con la esperanza de que hubiera una historia detrás y no nos equivocamos.
A través de Facebook, cuenta que salió de Chile en 1993 para encontrarse con el amor de su vida y que nunca más volvió, y que su vida ha estado llena de inesperados y dramáticos giros. Algunos muchos más impresionantes que cualquier novela.
Ángela creció con la idea de conocer a su padre biológico. Solo sabía que vivía en Guatemala, que era bailarín de zarzuela y que en la década de los '50 había tenido un apasionado romance con su madre, una cantante y pianista, que probablemente hizo la mayor parte de su carrera en Santiago y no en San Antonio. Sus recuerdos son difusos. Han pasado muchos años.
"Yo creo que se conocieron en Santiago, porque la zarzuela no iba a lugares como San Antonio. Estoy hablando de los años '50, porque yo nací en el '59", dice.
La pareja de artistas era un éxito y viajaban por varios países de Centroamérica, de acuerdo al relato de la hija.
"Cuando llegaron a Guatemala mi madre ya estaba embarazada y mi padre decidió quedarse y poner un negocio. Ella no me quiso tener allá y se regresó a Chile con la esperanza de que él la seguiría después".
El hombre mintió y permaneció en ese país hasta el día de su muerte. "Conoció a una señora salvadoreña que trabajó con él y se casó con ella. Tuvo otras dos hijas más", revela.
Mientras tanto en Chile, la madre de Ángela se sobreponía a la traición. Dejó el ambiente artístico y se quedó en San Antonio, donde rehízo su vida con un vecino del cerro Alegre. Se casaron y criaron a la muchacha que años más tarde enfrentaría los mismos engaños que su progenitora.
En busca del padre
En la década de los '80, aún con las ganas de conocer a su papá, decidió ir a Guatemala a buscarlo. No fue fácil, pero lo halló. El encuentro fue frustrante. "No tuve una buena comunicación con él", confiesa.
Se gastó casi todo el dinero que tenía en un viaje que resolvió sus dudas, pero que no la dejó satisfecha. Volvió molesta en un vuelo a Chile, con escala en Perú.
Tal vez acá podría partir la biografía de Ángela. En el momento preciso en que estaba en la frontera de Chile y Perú un desconocido le robó todo lo que tenía y la dejó sin pasajes, sin documentos, casi sin dinero para retornar a su tierra.
"Mala suerte", dice.
Buscó auxilio donde una vieja conocida de su madre y comenzó a trabajar para volver a Chile. Las cosas iban bien y de pronto comenzaron a ir mejor. Apareció un galán llamado Julio y se enamoró perdidamente. "Hasta el tuétano", reconoce.
"Nos juntamos y nacieron dos varones, actualmente de 27 y 28 años", agrega.
Eran felices hasta que intervino otro maligno personaje.
"La que fue mi suegra era una señora de clase media alta y mandó a dos de sus hijos (a Estados Unidos), uno de ellos era el padre de mis hijos. Vino (dice desde allá) en 1990 y tres años después me trajo a mí y a los niños, César y Eduardo", añade.
Cuando se reunieron nuevamente la situación ya no era la misma. Él estaba casado con una ciudadana colombiana radicada en Nueva Jersey y esperaba los papeles para nacionalizarse.
"Me hizo una jugada cruel e inhumana", se lamenta la sanantonina.
Por segunda vez quedó a la deriva en un país extranjero, pero al igual que en la primera ocasión, no se dejó llevar por la tristeza. Se puso a trabajar intensamente y al cabo de un año se llevó a su mamá para ayudarla a cuidar a los pequeños.
A Julio no le cayó bien la idea. "Se molestó mucho y un fin de semana se llevó a mis hijos y no me los regresó. Sin saber manejar y sin papeles, yo no sabía qué hacer. No me contestaba. Pasó un mes y fui a la corte para poner una demanda", detalla.
Confió en la justicia, pero esta le falló.
"El juez me dijo que no podía tenerlos porque era indocumentada y no tenía techo fijo para el estudio de ellos. Fue terrible -escribe en mayúsculas para recalcar el sentimiento-, es el dolor más grande de mi vida. El juez dictó custodia compartida y me dijo que era fuerte, que peleara por ellos. Y eso hice".
"Trabajaba 16 horas al día y cuando tuve licencia (de conducir) iba a verlos todos los días. Fueron tres años, pero recuperé a mis hijos", recalca con orgullo.
¿Final feliz? Claro.
En 2002, conoció a su esposo, un panameño con quien tuvo a Geremy, el menor de sus hijos de tres años. Los otros dos están casados y la han hecho abuela en tres oportunidades.
Su madre ya falleció. Su padrastro sigue viviendo en el cerro Alegre, de acuerdo a su relato, y Julio, el hombre que la engañó, regresó a Perú para evitar pagar la mantención de "sus mujeres".
Tremenda historia ¿o no? Solo un último detalle: Ángela Acevedo ya no existe. Desde que se casó bajo la ley estadounidense es Ángela Green, la protagonista de un caso real que supera a la ficción.