Los hombres del bote Mami Tere
La semana pasada, en un reportaje que hicimos junto a los tripulantes de esta embarcación, conocimos cómo es la pesca de la jibia en alta mar. Hoy contamos la vida de los cuatro tripulantes que compartieron su experiencia con nosotros.
Víctor "Vitoco" Ortiz Contreras tiene 60 años. Hace 15 años que se dedica a la pesca. Su rostro de hombre agreste no se condice con la amabilidad que expresa. "Llegué a ser pescador por necesidad, y como no tengo estudios, me metí en la pesca. Lo único que me quedaba era trabajar en la mar, acá no se necesitan los estudios, se necesita empeño", revela.
Antes de transformarse en hombre de mar, "Vitoco" admite que fue una oveja descarriada. "Perdí hartos años de juventud por andar peluseando", cuenta al recordar sus días por el norte de Chile.
Y aunque la mayor parte del año sale a pescar jibia, Ortiz es tripulante de lanchas albacoreras y de extracción de bacalao.
Padre de siete hijos y con cuatro ex parejas, "Vitoco" confiesa que es feliz pese a que está sin pareja estable. Disfruta de su pega y del cariño de sus once nietos. En su casa de Bellavista, él se siente conforme con su soltería. "Estoy más tranquilo, llevo once años así".
Con sus colegas del bote "Mami Tere" se conocen desde niños. Con el patrón de la embarcación, Jorge Ambrosetti Adasme, y con su hermano Nelson se criaron junto en el barrio Balmaceda. Ahí cultivaron una amistad que aún dura.
Ortiz ama salir a pescar porque eso le da la tranquilidad que muchas veces no encuentra en tierra firme. Cada día que va a la mar, los pescadores se juntan tipo 6 de la tarde para embarcarse. No hay más esperanza que la fe en que les vaya bien y volver con harto pescado. "Soy orgulloso de ser pescador y como soy inquieto, me gusta estar en la mar, acá no se ve maldad", señala.
Con la plata que gana en la pesca, "Vitoco" vive sin problemas económicos y ayuda a algunos de sus hijos. Hay épocas en que el clima y la mar se ponen malos y no se puede salir a trabajar.
Hace algún tiempo Ortiz iba a bordo de una lancha albacorera que estuvo a punto de naufragar. "Nos pilló un surazo y veníamos cargados con 12.000 kilos de albacora, pero el patrón de pesca hizo buenas maniobras y nos salvamos", relata.
Hijo de Aurelio Ortiz y Sofía Contreras, ambos fallecidos, "Vitoco" tuvo ocho hermanos. "Mis padres nos dejaron muchas enseñanzas. La más importante: saber trabajar bien".
En sus ratos libres, sale de carrete, fuma un cigarro o toma un trago. Después de ir a la pesca, llega a su casa para descansar y lavar la ropa que usó en la faena. Hay días en que sale a comer a un restaurante, como cuando lo entrevistamos, que había ido a la picada "Paty", en Centenario, donde se comió dos platos y con eso acumuló energía para la larga noche.
Es hincha del club Defensa de Pescadores "Los Challas", equipo en que alguna vez jugó de 8. "No era tan bueno para la pelota, pero soy aguerrido, como somos los pescadores", se ufana.
Y aunque está soltero no es fanático. Cuando anda con tiempo, sale con "alguna pololita por ahí para echar una canita al aire, todo con respeto, porque hay que respetar a las mujeres".
"cobreloa"
Jorge Ambrosetti Adasme ya es un máster en la pesca. Tiene 53 años pero su experiencia parece darle más tiempo a su figura. Es uno de los 11 hijos de la familia. Fallecieron sus hermanos Marco Antonio y Juan, este último el patrón del bote "Don Juan II", que naufragó en julio pasado y con ello se llevó la vida de sus cuatro tripulantes.
Como patrón del bote "Mami Tere", Ambrosetti, conocido como "Cobreloa", tiene la misión de que todos lleguen sin novedad a tierra. 30 años de trayectoria le han servido para saber dónde ir a pescar y hasta qué punto se puede arriesgar.
Cuando era joven, Ambrosetti trabajó como marino mercante. Confiesa que quería ingresar a la Armada, pero una polola que tuvo en ese tiempo le dijo que no lo hiciera; enamorado o loco, le hizo caso y no fue a presentarse cuando lo llamaron.
Marcial Jara, su cuñado que también era pescador, fue dueño de la lancha "María Elena" y con él empezó en la pesca. "Íbamos a la mar y yo me mareaba hasta los ojos y vomitaba todo, hasta la bilis, era como andar en la Luna pero después me acostumbré y aprendí harto en esa lancha", recuerda.
"Salir a la mar es una experiencia impagable, hay mucha tranquilidad acá porque cada día es algo diferente, nada es rutina. Hay días buenos para la pesca y otros malos, todo es suerte", dice Ambrosetti.
Casado con María Teresa Bustos González, tuvo tres hijos: Valery, Stephanie y Marcelo. Viven en cerro Alegre y son felices, aunque está el miedo de que a él le pase algo malo en el mar.
"Cobreloa" es dueño de dos embarcaciones. Empezó trabajando en el bote de madera 'Jaimito'. "Yo estaba pato, pero gracias a Dios tengo dos cuñados, el Hugo y la Marcela, que me prestaron la plata y pude juntar el $1.100.00 que me costó ese bote. Mi suegro Enrique Bustos siempre me ayudó a repararlo", explica.
Como presidente de la Agrupación de Jibieros de San Antonio, Ambrosetti ha logrado que cambie la valoración del producto que ellos venden a los comerciantes. De esa manera, hoy el kilo de jibia se paga a $400. "Lo hicimos para dignificar nuestro trabajo que es muy sacrificado porque pescamos la jibia de una en una. Creo que este recurso se va a ir agotando y por eso debe haber una política de Estado para que sea capturada en forma selectiva o si no los barcos industriales la van a matar. Hay un proyecto del diputado Víctor Torres para que la pesca de jibia sea sólo por línea de mano pero eso está durmiendo en el Congreso", sostiene.
Cada noche que sale a la mar, piensa en su hermano Juan. Reconoce que no tiene miedo, que es la pega y que deben ser precavidos siempre.
"Cobreloa" ha vivido varias emergencias en el mar. "Nos salvamos con pura cachativa. La peor fue una vez que salimos a pescar reineta; navegamos 30 millas (48 kms) en un bote de madera, "El Jaimito". Había un viento suave al principio cuando calamos los espineles, pero después el viento norte vino cada vez más fuerte. Cargamos la reineta y les dije que nos fuéramos, que no echáramos más. Los cuatro nos pusimos a enfrentar el viento. Yo iba en la caña (timón) y "El Marraqueta" a mi lado, "El Topo" a la proa y el Jaime al motor. Yo aceleraba y paraba pero todas las mares (las olas) entraban al bote y "El Marraqueta" sacaba el agua con un tarro de 20 litros. "El Marraqueta" quería hacer pichí pero no podía, porque si lo hacía, nos hundíamos. El cabro se hizo pichí y adelante en la proa "El Topo" estaba botando agua también. "El Marraqueta" me preguntó si el bote iba a aguantar; ´yo le dije ´sabís que yo vi cuando construyeron este bote y era de un árbol grande, así que este bote no se hunde porque es poderoso´. Íbamos conversando y él seguía botando agua. Pero esa historia del árbol era mentira; cómo le iba a decir a él que el bote se iba a hundir, tenía que darle esperanza de que íbamos a llegar. Luego se largó la lluvia pero llegamos al muelle. Llegamos mojados hasta los ojos. Éramos los únicos hueones que andaban en el mar, traíamos 2.000 kilos de reineta. Vendimos la pesca y nos fuimos al "Mono Caliente", una picada donde comimos pescado frito y nos pusimos unos vinos, nos curamos todos. Creo que esa vez yo fui capitán porque grité, di órdenes. Fueron siete horas de regreso al muelle. Hasta hoy los cabros se acuerdan. Si hasta lloraron y me daban besos en la manos cuando estábamos curados. Fue una gran odisea", rememora.
"el bigote"
Nelson "Bigote" Serrano Devia tiene 58 años. Es pescador desde los 12. Reconoce que es el más quitado de bulla de los tripulantes del "Mami Tere".
"Mi vida de pescador ha sido muy buena, he ido a todas partes de Chile. Pese a que pasamos frío, uno está acostumbrado a esto. Esta es la pega que uno quiere y soy feliz con esto, porque además uno no es empleado de nadie, nadie lo manda. Si quiero salgo a la mar, sólo tengo que avisar; puedo decir que estoy tomando y para qué voy a ir a así si me puedo caer al agua", explica.
Soltero y con tres hijos. (José Miguel, Juan y Kasandra). Con su ex mujer Mabel Aravena están separados hace 15 años pero mantienen una buena relación de amistad. Hace un año, Serrano inició un pololeo con Carola, con quien pasa sus ratos libres y salen de paseo.
"Bigote" vive en Las Lomas, donde comparte la vivienda con dos hermanos.
Sus nietos se roban el cariño de este hombre de mar. Se divierte viéndolos crecer y jugar.
De su trayectoria como pescador, Serrano cuenta que ha estado varias veces a punto de pasar a otra vida en el mar. "He estado listo para irme pa´ arriba. Una vez salimos a pescar merluza frente a Playas Blancas, en Las Cruces. Salimos con surazo y cuando volvimos estaba el doble de fuerte el viento. Quedamos en pana de motor y al garete, remamos pero la mar nos quitó los remos, y otra vez quedamos al garete. Era un bote de madera y la mar nos mandó un pencazo y nos dejó con la proa hacia la playa; ahí nos empelotamos y quedamos en puros slips. Andábamos tres, nos abrazamos, nos dimos un beso en la mejilla, pensábamos que íbamos a morir de frío. Pero el mar nos tiró hasta la orilla de la playa. Nos salvamos y nos estaban esperando como 50 personas, me dieron una botella de pisco y como tenía tanto frío, me tomé casi la mitad sin sentir nada", relata este hombre que admite creer en Dios y que eso puede haberlos ayudado.
Nelson
Nelson Ambrosetti Adasme, 48 años, es un sanantonino de batallas ganadas. Es tripulante del "Mami Tere" y además trabaja en el día como reponedor del supermercado Tottus.
Como su esfuerzo laboral es doble, Nelson duerme cuando el bote va rumbo a alta mar. Y así descansa un poco. Esta semana, confiesa, ha salido tres veces a pescar y no ha dormido más de tres horas por jornada.
Casado hace 26 años con Madeleine González, tiene tres hijos.
"Empecé en la pesca cuando tenía 16 años. Como la pega en tierra estaba mala, me vine a la pesca con mi hermano Juan, que me enseñó todo lo que sé del mar", revela.
Cuando nació su hijo Demián, Ambrosetti debió dejar la pesca. El niño venía con un problema de asma y era necesario que él se quedara junto a su mujer para atenderlo. Así debió buscar pega en otra parte y llegó al Tottus, donde ya cumplió 12 años.
Años más tarde, Nelson regresó a las faenas en el mar cuando a su hijo lo dieron de alta.
Le preguntamos cómo aguanta su cuerpo para cumplir bien con los dos trabajos, pero aclara que no todos los días va a pescar. "Aunque me voy durmiendo en el bote, igual me cansó, pero no es tanto", cuenta este hombre de ojos con mirada tranquila y voz amistosa.
Su labor en el mar es peligrosa y eso lo saben en su familia. "Todos en la casa quedan preocupados cuando salgo a la mar, por lo que pasó con mi hermano Juan, además que yo voy ahora voy con mi hijo Nelson, que también quiso ser pescador a sus 22 años; a él le gustó la mar y salió bueno pa' la pega", dice.
"Soy orgulloso de ser un pescador, desde niño que estoy en este trabajo y siempre he sentido que es una pega muy linda. No hay patrón que nos mande. La pesca me ha dado todo: mi casa, la educación para mis hijos. Lo peor de la pesca es que se haya llevado a mi hermano y a mi sobrino, y a tantos amigos", expresa.
Según Nelson, el oficio de pescador ha logrado una mayor aceptación de parte de la gente. "Antes nos veían como groseros o vulgares, ahora no, ahora los pescadores recibimos respeto, hay muchos a los que les gusta la pesca", concluye Nelson Ambrosetti, quien ayer se aprestaba a abordar el bote "Mami Tere" junto a sus compañeros desde el muelle Puertecito.