La "máster chef" de la comida peruana ciento por ciento sanantonina
Miriam Carvallo se luce con las preparaciones de tierras incas. Aprendió mirando sigilosamente, sin necesidad de estudios culinarios, hasta descifrar cada uno de los secretos de la gastronomía de ese país.
Hace un par de semanas, un grupo de ciudadanos provenientes del Perú llegó hasta un restaurant de comida peruana, en Algarrobo, y pidieron varios platos típicos de su país. Los muchachos estuvieron un buen rato hablando y degustando. Eran cerca de 12 personas, entre ellas, un chef.
Al cabo de un rato, cuando ya no les cabía nada en el estómago, empezaron a alabar las preparaciones. Se tiraban flores de lo sabrosa que era la gastronomía de las tierras incas.
Minutos después, cuando se enteraron que las manos que habían preparado cada una de sus órdenes eran cien por ciento chilenas, no lo podían creer. Alguien había sido capaz de descifrar a la perfección cada uno de los secretos alimenticios que esa nación guarda celosamente.
Esa persona era Miriam Carvallo, una sanantonina de tomo y lomo, que aprendió de forma autodidacta hasta convertirse en una máster chef de la comida peruana… y, por cierto, de la chilena.
Miriam nunca ha escrito un libro de cocina. Tampoco ha tenido apariciones en la televisión. No se hace llamar chef, solo cocinera, porque nunca pasó por una academia que le enseñara a dominar el arte culinario. Ella tuvo una sola escuela: la de la vida.
"Aprendí mirando", dice la emprendedora, quien tras un largo periplo se instaló con un restaurante frente al Terminal de Buses de Algarrobo, en la calle El Litre. "Chi-Rú" se llama el recinto.
El nombre tiene varios significados, pero lejos el más representativo tiene que ver con la fusión de ambos países. "Chi", de Chile; y "Rú", de Perú.
"Me costó harto encontrar un local. Miré por todas partes. Desde San Antonio hasta Algarrobo. Vi en todas las comunas, pero no era posible, porque no se ajustaban a mis planes o a lo que podía pagar. Mi idea era arrendar o ser dueña de uno", confiesa la emprendedora.
El proyecto dio muchas vueltas en su cabeza, pero nunca se dio por vencida. Sabía que después de tanto caminar algún día tendría que cruzar la meta.
El final de trayecto apareció a mediados del año pasado. Le dijeron que en Algarrobo "estaba la papita", que alguien pondría su comercio en alquiler.
"Fui a hablar con él y era perfecto", recuerda Miriam entre risas.
Así, el 12 de septiembre del 2016 se dio el vamos oficial. Los primeros pasos de "Chi-Rú" fueron lentos. "Nos fue horrible", admite.
Ya había finalizado con el largo deambular para hallar un local, pero claro, ahora empezaba uno nuevo, el de tener un negocio propio, algo que por cierto tampoco sería fácil.
"Fue complicado las primeras semanas, pero hubo un fin de semana largo (para el Día de Todos Los Santos) y la cosa empezó a andar bien, después llegó el fin de año y ahora estamos llenos, no paramos de trabajar", cuenta cerca del mediodía del lunes, poco antes de que los clientes comiencen a abarrotar el establecimiento.
"Espero que con el turismo se mantenga igual durante todo el verano y ojalá que por el resto del año, porque nosotros queremos estar siempre abiertos. No solo ahora para las vacaciones".
Trabajo
Miriam no se queda en la caja como otros administradores. Ella está en la cocina, donde, literalmente, las papas queman.
"Estoy a cargo de la gastronomía chilena y de la peruana", agrega.
¿Cómo aprendió a hacer los lomos saltados, los ceviches y las jaleas de pescado sin que los propios inmigrantes se dieran cuenta? Ese proceso fue largo y silencioso.
Antes de entrar al negocio de la comida, Miriam trabajaba cuidando los niños de una mujer propietaria de un restaurante en el balneario de Marisol, en la comuna de Algarrobo, al principio se quedaba en casa, pero después empezó a ir al "boliche".
Una vez allí, pasó por todos los cargos imaginables hasta que puso los pies dentro de la cocina. Partió, con pocos dedos para el piano, a hacer platos típicos de nuestro "Chilito".
"No sabía hacer muchas cosas, pero no me quedó de otra porque había dos cocineras. Cada una hacía las recetas de su país, pero la chilena se fue y me tocó a mí nomás, me fui quedando, quedando hasta que pasé a ser la oficial", relata.
-¿Y su compañera peruana le enseñó cómo hacía sus preparaciones?
-Nada. Era súper reservada. No es que no quisiera enseñar, de hecho le agradezco mucho y le tengo mucho cariño, pero ellos piensan que solo ellos pueden hacer sus cosas. Son nacionalistas en ese sentido.
-¿Y cómo lo hizo entonces?
-Mirando. Compartíamos el mismo espacio y yo estaba siempre mirando qué hacía, qué aliños le ponía y cuánto. No se daba ni cuenta de que estaba siempre atenta.
-La gastronomía que ellos hacen es muy distinta.
-Muchísimo, pero no es difícil si se le ponen ganas.
Emprender
Después de varios años, salió de ese restaurante "por algunas diferencias".
"Como ya me manejaba bien, y me gustaba, tener mi propio proyecto era lo mejor. Había que arriesgarse no más", confiesa.
Junto a ella también se arriesgó el resto de la familia. Sus hijos le ayudan cada vez que pueden.
"Uno de ellos es minero y se va por siete días y vuelve por otros siete, pero hace poco fue papá y lo veo menos", cuenta la abuelita de 41 años.
"Hasta ahora no me puedo quejar, y lo mejor es que los clientes tampoco lo han hecho. En todo este tiempo hemos tenido solo dos reclamos, pero eran porque no sabían mucho de la comida peruana y no les gustó no más, pero fuera de eso todo va bien", añade.
-Oiga, Miriam, no se puede terminar sin preguntar cuál es la especialidad de la casa.
-El lomo saltado, los ceviches… bueno de todo un poco. Hay que venir y probar no más.