Entre música y remolinos: el día a día del organillero que alegra en El Quisco
En compañía de dos loros y un nieto, Luis Lara revive la magia del tradicional oficio que lucha por mantenerse vivo en la actualidad.
Estacionado en una concurrida esquina del balneario de El Quisco, Luis Lara pasa los días alegrando a los veraneantes y residentes con la llamativa música de su organillo.
"Son más niños los que se acercan, porque les gusta la música y los remolinos", explica el hombre que tiene más de 30 años en el tradicional oficio de cuna alemana.
"Aprendí de un cuñado mío que falleció hace poquito. Él le enseñó primero a mis hermanos y después a mí. Ahora mis sobrinos, otro cuñado, mi yerno y mi hijo trabajan de organilleros", cuenta Luis, mientras hace girar la manivela de su carro, llamando la atención de los transeúntes quisqueños.
Cincuenta y nueve años tiene el hombre, quien a los 18 comenzó una tradición que ya va en la tercera generación de su familia.
"Empecé en Cartagena, después me fui a San Antonio y estuve en Llolleo. Seguí en el litoral y estuve en Las Cruces, El Tabo, Algarrobo y de ahí me establecí en El Quisco", recuerda sonriente.
Sin embargo, atrás quedaron los días en que se podía vivir del oficio en la costa, por lo que pasada la temporada estival, Luis y su esposa Sonia, también organillera, trabajan en parques comunales de Santiago.
"Aquí no se puede trabajar con el organillo todo el año. En Santiago sí porque allá es grande, en cambio aquí es buena la temporada de verano no más", manifiesta resignado.
Pero no solo el territorio ha sido una complicación para mantener viva la tradición organillera. Durante las últimas décadas, Luis ha debido reducir la cantidad de remolinos y chicharras, para dar paso a juguetes de moda que le dejan más ganancias.
"A medida que van pasando los años, se van renovando los juguetes y uno los tiene que ir cambiando. Tengo pistolas y hartas burbujas, porque lo que más están comprando los niños son las burbujas", afirma.
"Antes el organillero vendía puros remolinos, chicharritas y pelotitas de aserrín. Ahora tenemos pelotas, erizos de goma, eso se vende harto, pero igual se sigue vendiendo el remolino", agrega.
Un sacrificado oficio
Antiguamente, los organilleros recorrían las calles atrayendo a su público, no obstante, por estos días Luis dice no tener las mismas energías para continuar.
"Antes caminaba por las calles, me lo recorría todo. Ahora me quedo en el centro porque me duelen mucho los pies, ya que he caminado tanto. En Santiago trabajaba doce, trece, catorce horas diarias, pero ahora me quedo estacionado", indica.
"Este trabajo es bien sacrificado pero tiene harta recompensa porque me va bien y a la gente le gusta mucho lo que hago. Dicen que es una tradición y esperan que no se termine nunca, siempre me lo dicen", expresa con gratitud.
De norte a sur
En su vida como organillero Luis ha recorrido de norte a sur nuestro país, llevando el oficio cada vez más lejos.
En el año 2008, el quisqueño tuvo la oportunidad de viajar a Alemania y participar del Festival Mundial de Organillos, que se realiza cada tres años en el país de la cerveza.
"Fue una experiencia súper linda porque vi organillos que no conocía. Allá hay otros tipos de carros. Hay algunos tan grandes como una casa rodante", cuenta maravillado.
"Vi un organillo como de ocho metros de largo que lo trabajan con motores. También tiene fuelle y produce aire, pero posee motores porque es muy pesado para dar vuelta las manillas", explica Luis, quien tiene ocho organillos propios repartidos entre sus familiares.
"Tengo tres carros hechos en Chile y cinco originales de Alemania que tienen 140 años de antigüedad. Imagínese que cuando fui a Alemania, la fábrica que visité estaba cumpliendo 220 años", asevera.
Futuro organillero
Por estos días, con apenas cinco años, Luis Lara junior acompaña a su abuelo en cada jornada de trabajo.
"Él me ayuda a hacer los remolinos. Dice que por mientras es mi ayudante, pero que cuando tenga 12 o 15 años va a ser organillero", cuenta orgulloso el hombre, mientras ofrece su mano a la lorita "Yuma", otra fiel acompañante.
"No tenía ni un mes cuando compré esta lora. Ni siquiera tenía plumas", recuerda Luis, acariciando al ave que hace 23 años adoptó casi como a una hija.
Pero ella no es la única. El loro "Manuel", un ejemplar amazónico traído desde Paraguay, es otro de los atractivos del organillero.
"Al Manuel lo compré en un criadero que está en Malloco. Lo encargué de un año para otro, porque cuesta mucho encontrarlos. Estuve tres años buscando a este loro", cuenta.
-¿Y cómo ve en el futuro su tradicional oficio?
-Pienso que nunca se va a terminar. Tengo hartos compañeros organilleros que trabajan con las señoras y les están enseñando a los niños, a todos los familiares, así que creo que ellos van a seguir.
Luis revela que ahora hay dos maestros fabricantes en Chile, uno en Valparaíso y el otro en Santiago. "Se estaban acabando los organillos, apenas quedaban 26 originales, pero ahora hay más de cuarenta porque se están haciendo de nuevo. Así se va a poder seguir con este hermoso trabajo".