La batalla del pescador que sale a la mar pese a que es inválido
Hernán Álvarez sufrió un accidente cuando buceaba y eso lo dejó sin mover sus piernas. Hoy cuenta cómo le ganó a la adversidad, algo que para muchos parece imposible, pero él tuvo la mejor de las terapias y hoy la revela.
La vida, llena de imprevistos y con ese aspecto de frenética tómbola que ostenta, a veces, nos pone entre cuatro muros desde los cuales, pensamos, que no se puede salir. Pero si miramos al cielo, siempre hay un lugar para escapar y sobrevivir a la desgracia. Siempre es posible lo que parece lejano atrapar. Esta es la historia de un hombre que cayó fuerte, se paró muy rápido y siguió en la lucha diaria para alzarse digno y poderoso.
Hernán Álvarez Barraza (30) es oriundo de Cartagena. Desde que tenía 15 años que se dedica a la pesca artesanal y su especialidad es el buceo.
"Aprendí el oficio de mi papá Francisco Álvarez y de mi abuelo Eduardo Barraza, que en paz descanse", nos cuenta este joven hombre de mar.
A él lo encontramos en el muelle Puertecito después de su regreso de una larga noche de pesca de merluza. Se le nota cansado, quizás, agobiado por el sueño que aguantó por horas. El sol pega en su cara y alcanza a entibiar la mañana. Él viene de absorber el gélido tránsito de la brisa entre las olas del mar y de mirar al horizonte, donde pudo buscar paz y encontrarla. Se le ve más libre que nadie.
Sentado en su silla de ruedas, con voz tranquila y amable, accede a relatarnos cómo le ganó al infortunio. Es mediodía en la caleta y algunos de sus amigos pasan por su lado y más de alguno le tira una talla al verlo que es entrevistado por un periodista. Él no se inmuta, se muestra concentrado en lo que cuenta.
"Tuve la mala suerte de tener un accidente de buceo a 42 metros de profundidad. Esto pasó hace cinco años. A tres millas (4,8 Km) frente al puerto de San Antonio estaba buceando, y se me metió una burbuja de nitrógeno en la médula espinal. Al subir a la superficie, se expandió la burbuja y comprimió la médula", explica. Era el 31 de mayo de 2012, una jornada que nunca olvidará.
Terapia
Aquel triste hecho lo dejó muy mal. Hernán pasó tres meses internado en el Hospital Naval de Viña del Mar, periodo en que fue sometido a una terapia de cámara hiperbárica. Al cabo de ese tiempo, las consecuencias del accidente parecían ideadas para derrumbar a cualquiera, había en todo esto algo inesperado.
"No pude recuperar la movilidad, no podía mover mis piernas, sólo consigo mover un poquito los dedos del pie derecho; lo único que tengo es la fuerza de los brazos para trabajar nomás", sostiene.
Ese fue un tiempo doloroso, porque él pensó en su familia y en cómo lo haría para parar la olla. Se venía un futuro complejo. Él, valiente, no aflojó jamás, nunca le dio espacio a los colores grises que nublan la visión y se abrazó a un cielo azul lleno de esperanza. Cada gesto de fe surge de la necesidad de supervivir y a eso jamás hay que hacerle el quite.
El amor
Con Gilda González Jiménez, su mujer, están juntos hace 12 años. Su relación se basa en el amor pleno, en la entrega mutua, en esa convicción de enfrentar unidos el torrencial viento de los huracanes que se esconden detrás de las desgracias. La familia también la componen los dos hijos: Constanza (10) y David (19).
Todos ellos se transformaron en el pilar esencial en el que Hernán se posó y desde donde salió pleno de energía para volver a tener una vida de la forma más normal posible. "El apoyo de la familia me ayudó a sobreponerme, además que uno mismo tiene que darse fuerzas para hacer algo para alimentar a mis seres queridos", afirma.
Estuvo en terapias en la Teletón y en una gran cantidad de tratamientos. Hernán no pudo caminar nunca más y se puso como meta aprender a existir de esa manera y a moverse en una silla de ruedas. "Gracias a Dios no entré en depresión, nunca me eché a morir y salí adelante con el respaldo de mi familia y, especialmente, de mi esposa, ", confiesa.
"Después de que salí del Hospital Naval, estuve como 10 días en la casa y no aguanté estar en reposo y salí a trabajar a la pesca e incluso buceé dos veces sacando choros", añade.
A partir de esa decisión de regresar a la mar, Hernán comenzó a ir a pescar constantemente. Lo hace en el bote "Constanza III", donde van también su padre Francisco Álvarez, sus hermanos José y Francisco, más el tío Juan Barraza.
En la embarcación, este joven acondicionó una silla en la que va sentado y así maniobra para guiar el bote rumbo a las zonas de pesca.
Sus compañeros lo ayudan cuando él logra capturar una jibia y la pone sobre la cubierta. No es una tarea fácil, pero cada uno de ellos es parte de un todo sólido, un imperio flotante al que nada ni nadie puede derrotar.
"Cuando llego con la jibia arriba, se la paso a mi hermano y él la sube al bote", detalla.
Hasta antes del accidente, Hernán jugaba fútbol en los torneos de Cartagena. Ahora, debido a su limitación, sólo puede ser un hincha y eso lo disfruta mucho cada fin de semana cuando va a las canchas a ver los partidos del club Puerto Nuevo.
Apegado a su perfil de hombre simple, este pescador revela el origen de su fortaleza. "Lo que más disfruto es estar con mi familia. Con la pesca y mi familia soy feliz", revela y así demuestra cuán real es su estampa.
En el hogar de esta familia, ubicado en Llolleo, hoy la emoción tendrá un aroma inolvidable. La paz llega cuando se busca en el lugar preciso, al bien no hay mal que lo supere cuando la mente y el corazón dan la batalla unidos. De todo aquello sabe Hernán, "el Grande".