Las penas y alegrías del folclorista que le dedicó su vida a la cueca
Javier Castillo fue parte fundamental en la formación de más de una decena de instituciones dedicadas a mantener el baile nacional. Desde febrero pasado se resigna a convivir con un severo cáncer de colon que cada día lo consume un poco más.
Javier Castillo Maldonado ha dedicado su vida al folclore. Ha cantado, bailado, investigado, escrito y enseñado sobre lo que define como "el arte de la cueca". Ha sido parte fundamental en el nacimiento de más de una decena de torneos e instituciones ligadas a la difusión y la conservación de la música y danza nacional. A los 64 años estaba listo para "ser feliz y disfrutar de la vejez", sin embargo, un severo cáncer extingue su existencia a cada instante.
En febrero pasado la enfermedad "cayó como un misil" en su hogar. No tiene vuelta atrás. Su pulmón, hígado y colon están demasiado afectados como para intervenirlo quirúrgicamente. Se prepara para la muerte recordando sus años de gloria, reconociendo los errores y tratando de aprender hasta el último suspiro.
"A lo mejor estoy pagando", piensa mientras habla con la voz entrecortada en el living de su casa de la villa Vicente Huidobro, donde acumula una gran cantidad de trofeos y galvanos. Esta entrevista, según dice, es el último reconocimiento que podría recibir antes de la inminente llegada de la muerte.
Folclorista
Conversa con Diario El Líder poco antes del mediodía del sábado. Llegó a un sillón con la ayuda de un resistente bastón. No puede caminar con la libertad de antes. Menos bailar. Incluso hablar por largo tiempo en un desafío. A pesar de las dificultades se toma el tiempo de partir recordando a la comuna de Chépica, en la Región de O'Higgins. Allí, en la provincia de Colchagua adquirió su pasión por la cueca. Lo hizo escuchando a su padre, Adrián Castillo, un afamado "cantor" de las fondas de la zona en la década de los cincuenta.
"De ahí traigo todos los conocimientos, de mis papás y mis ancestros. Me vine muy niño. Llegué a Melipilla primero y luego por cosas de trabajo a San Antonio", cuenta.
En el Litoral formó parte del conjunto Puerto San Antonio. Llegó a ser su subdirector y director artístico y musical. "Tenía muchas inquietudes, muchas ganas de hacer las cosas", rememora.
Con esas mismas ganas fundó el grupo Los Trovadores de Chile. Recorrió gran parte del país con ellos. Cantaba y tocaba distintos instrumentos.
"El 1991 fuimos a las bodas de plata del Festival Nacional del Folclore de San Bernardo. De ahí en adelante fuimos a otras regiones a hacer presentaciones. Estuvimos en Angol, por ejemplo. Allá ni siquiera conocían la cueca porteña".
Su interés no solo se limitó a la interpretación. También investigó y estudió la cueca. Comenzó a escribir de aquello que se le pasara por la mente. Personajes tan distintos como la cantante Celia Cruz y la recordada "Tía Adelina", de la boite "El Sol" de calle Copiapó , fueron homenajeadas con sus composiciones.
"Incluso grabé un casete hace muchos años. Además en el 2003 tuve la dicha de grabar con mi hijo mayor. Fue algo muy lindo, hermoso. No todo el mundo tiene la posibilidad de hacer lo mismo", confiesa.
En paralelo formó a jurados para campeonatos de cueca.
"Hacía seminarios enseñando a ver donde solo se mira y a escuchar donde solo se ve". Así resume esa experiencia que lo llevó a ciudades como Iquique, en el norte del país, y Coyhaique, por el otro extremo.
"Es una labor muy linda, porque hay gente que evalúa sin saber. Además, la danza nacional tiene carácter, tiene amor, un amor puro que no hace daño. Se puede bailar con la hija, con la mamá, con la hermana; no mancha. Sus temáticas y los estilos cambian. En San Antonio, curiosamente, nunca fui jurado".
Hasta hace un tiempo, gran parte de las paredes de su casa estaban cubiertas con los premios que le entregaron en décadas de carrera. Hoy están guardados. Muchos de ellos, paradójicamente, "traen malos recuerdos", admite.
"He sido muy llevado a mis ideas y tal vez estoy pagando de alguna manera con el cáncer", prosigue antes de tomarse una pausa.
Un largo sorbo de jugo de duraznos cocidos le devuelve el aliento y describe dos de sus mayores tributos.
"En Coquimbo fui distinguido como hijo ilustre de la cueca de la Cuarta Región y en 2001, en Coyhaique, la intendenta Silvia Moreno me dio el mismo reconocimiento".
-En San Antonio también hay un legado importante...
-El año 93 fundé el primer club de cueca. De ahí comenzó a difundirse más, porque estaba bien acabada la cueca en San Antonio. Años atrás también se creó un club con mi nombre y luego por temas de salud dejé de asistir. Hace unos cuatro años empecé a apartarme de todo. Además, en el 97 fundamos el Círculo de Campeones y Cuequeros de Chile y uno de los logros más importantes fue el Campeonato Mini Infantil.
-¿Por qué?
-Es un homenaje al mayor de mis hijos, Iván Castillo. Tenía cinco años cuando murió atropellado en un accidente en 1980. Los dos hijos de mi primer matrimonio fueron atropellados, pero solo uno sobrevivió. Es una cosa, una herida, que llevo hasta ahora.
Javier se toma un par de minutos para absorber la pena. Vuelve a tomar jugo y sigue el relato.
"Vivíamos en Las Dunas. Ellos jugaban en una placita a media cuadra de la casa. Supe después que una persona había comprado un auto nuevo y se lo pasó a una niña de quince años para que aprendiera a manejar. Esta niña iba muy fuerte por el pasaje y no fue capaz de dar la vuelta… (El hombre respira profundo) Entonces pasó lo que pasó. Son dolores que uno no aprende a sobrellevar. Me refugié en la cueca", revela.
"Ese campeonato fue en homenaje a Iván. Lo hacía a mi manera, lo reconozco. Fue fundado un 6 de septiembre. Todos tenían que coincidir en esa fecha, que era el aniversario de su muerte", continúa.
Todos los años llegaba un niño que se parecía a Iván, que tenía un aire.
"El campeonato tenía sus jurados y los chaperones elegían al mejor compañero y a los más traviesos. Las personas especializadas hacían las evaluaciones, pero yo me arrogaba el derecho de escoger a la pareja regalona, solo porque siempre había un niño que se parecía a él. El 2015 llegó uno de Yerbas Buenas, aún lo recuerdo, era su clon. No lo puedo olvidar, mi hijo habría sido como él de no ser por ese auto".
"un misil"
Tras el Campeonato Mini Infantil nacieron otros seis similares con distinta temática en apartadas zonas del país. Todos sobreviven hasta hoy.
Hasta febrero pasado la vida le sonreía. Los motivos no faltaban: había trabajo manejando un radiotaxi, el hijo que tuvo con su segunda mujer se tituló como técnico deportivo y profesor de Educación Física después de mucho esfuerzo. Sin embargo, la alegría se derrumbó antes de comenzar a darse cuenta de lo felices que estaban.
"El cáncer fue como un misil que cayó en mi hogar", reflexiona.
"Esto truncó todo. No podré ver a mis nietos, después de todo lo que he hecho no tendré tiempo para descansar y ser feliz", se lamenta.
Los dolores en su abdomen venían hace un largo tiempo, pero ningún procedimiento o profesional lo detectó a tiempo.
"Me hicieron muchos exámenes, pero no salía nada. Fui un domingo a la Urgencia del hospital y con un escáner se dieron cuenta de todo. Una doctora extranjera lo notó. Estamos muy agradecidos", relata.
El diagnóstico, lamentablemente, llegó demasiado tarde. Sus órganos vitales están comprometidos. No hay tratamiento posible para recuperarse en este estado.
"Mi hijo, como el buen hijo que es, seguirá cuidando a su madre, Ana María Vera, así que a mí solo me queda esperar hasta que Dios quiera. Al menos, lo comido y lo bailado no me lo quita nadie", finalizó.