A puros combos y patadas: sanantonino viajó a Japón a entrenar artes marciales
Andrés González estuvo dos semanas en el país nipón bajo las órdenes de un campeón mundial de karate. Además visitó imponentes castillos de más de 600 años. Acá parte de su periplo por Asia.
La historia de amor entre las artes marciales y el sanantonino Andrés González González (39) partió cuando él tenía apenas 12 años y lo afectaba un asma crónica que lo condenaba a toda una vida sin actividad física.
"Yo quería hacer deporte y no podía por mi estado de salud, hasta que llegué a las artes marciales. Me gustaban y siempre quise aprenderlas como un mecanismo de defensa. Me ayudó mucho para combatir la asma, fue como una terapia o medicina", confiesa.
De ese entonces han pasado 27 años y Andrés hace cuatro que es maestro de una decena de sanantoninos que buscan en las artes marciales una vía de escape.
"Yo no formo campeones mundiales", advierte y añade que "a mí me interesa formar personas con los valores de las artes marciales, que sepan defenderse, pero que sean buenas personas".
Por esta razón este vecino del sector de Puente Arévalo, donde también está ubicado su club "El camino de las manos vacías" (Balmaceda 595), ha realizado dos giras para perfeccionarse y entregar los mejores conocimientos a sus discípulos.
Su primera parada fue Brasil hace un par de años y el reciente lunes 5 de junio volvió de su último viaje que tuvo como destino Japón, donde estuvo 14 días.
Durante todo ese tiempo entrenó con el campeón japonés del estilo de karate kyokushin, Masanaga Nakamura, de apenas 30 años.
"Él es muy joven, humilde y en su país es una verdadera eminencia", cuenta el sanantonino. De hecho al poner el nombre de este maestro en internet son varios los videos en los que aparece compitiendo.
Un día y medio de viaje
Conseguir los pasajes a Japón fue más fácil que el mismo viaje de casi 36 horas.
"Tengo un cuñado que lleva 20 años viviendo en Japón y domina al revés y al derecho el idioma. Él me dio alojamiento y también me hizo el contacto con el maestro; pero antes tuvimos que ver el tema de los pasajes y, según lo que me contaba, los boletos aéreos cuestan aproximadamente entre 800 mil y un millón 200 mil pesos", detalla González.
Para reunir esta importante cifra de dinero, el maestro de artes marciales mixtas organizó rifas, lotas y varios otros eventos a beneficio.
Andrés Huerta, el esposo de la hermana de González, se encontraba de visita en Chile cuando comenzaron a cotizar los tickets para el continente asiático.
"Tuvimos mucha pero mucha suerte, porque encontramos los pasajes como a 420 mil pesos. Le hice la transferencia a mi cuñado y a esperar el vuelo para comenzar el viaje. Empezamos bien porque encontrar un pasaje a ese precio es casi imposible, mi cuñado que es busquilla dio con ese valor", comenta.
González llegó hasta a ciudad de Himeji, ubicada a una hora de Tokio, capital nipona, en avión. Allí aterrizó luego de un día y medio de viaje con escalas en Canadá y Tokio.
"Es agotador un poco el viaje pero vale la pena. Japón es un país sorprendente y su gente es muy amable y educada", asegura.
-¿Es verdad que no hay perros callejeros, basura y rayados en los edificios o paredes?
-Ningún perro en la calle si no es con su amo. Son súper limpios y nada de delincuencia. La gente deja todo en la calle: las bicicletas, los autos, incluso las cocheras abiertas y nadie roba nada. Ellos tienen mucho respeto por su cultura. Es imposible encontrar paredes rayadas.
-¿Es muy caro el país?, ¿sale muy salado viajar a Japón?
-Sí. Es más o menos caro el país. Yo andaba con mi cuñado para todas partes. Él me ayudaba a comunicarme. Por ejemplo, un boleto de metro que acá cuesta $750 pesos allá sale $2.500. Igual que la palta. Una palta allá sale como $1.500. Mi cuñado que lleva 20 años en Japón conoce lugares baratos, picadas, para comer y comprar recuerdos; pero para uno que va casi de turista, se le hace un poco difícil llegar a esos lugares, sobre todo por el idioma.
-Para alguien que va sin una persona que domine el japonés, ¿se le hace muy complicada la estadía, por la barrera idiomática?
-Más de la mitad del país habla inglés. Entonces para alguien que sabe ese idioma no se le debería hacer complicado. Allá son muy cultos, saben mucho y el inglés lo habla casi toda la población.
Entrenamientos
La rutina de Andrés González comenzaba muy temprano en la mañana. A eso de las 8 AM, el vecino de calle Balmaceda ya se encontraba listo para salir a conocer las bondades de la arquitectura japonesa en la ciudad de Himeji.
Luego de recorrer museos, parques y el imponente castillo de Himeji, uno de los más grandes hechos de madera y que tiene más de 600 años, González en las tardes, sagradamente, daba inicio a sus entrenamientos bajo las órdenes del maestro Masanaga Nakamura.
Dos horas junto a los mejores discípulos de Nakamura fue la rutina de perfeccionamiento por 14 días.
"Es increíble la humildad de mi maestro y de sus discípulos. Cuando llegué no podían creer que yo quería entrenar con ellos, porque no entendían que alguien de Chile, del fin del mundo, estuviese en Japón y quisiera aprender con ellos. Estaban muy contentos. Me recibieron muy bien", agradece.
-Ya en el gimnasio, ¿cómo eran los entrenamientos?
-Yo tenía "libre" las mañanas porque él quería que yo aprendiera lo mejor posible y lo que más pudiese, por eso entrenábamos con sus discípulos, todos cinturones negros, en las tardes cerca de dos horas. Fueron entrenamientos muy duros, cansadores que me ayudaron a perfeccionar mucho mi técnica.
El sanantonino explica que la técnica kyokushin es un estilo de karate que busca la efectividad en las batallas, mediante el control de la mente y el cuerpo.
-¿Cómo es el peleador japonés?
-Es muy duro, muy técnico, tranquilo, seguro de sí mismo. Son muy místicos. Los japoneses viven las artes marciales como una forma de vida, no solo como un deporte.
-De lo aprendido, ¿qué le gustaría enseñar a sus discípulos?
-Cuando uno viaja siempre se queda con algo aprendido. Yo me quedo con la humildad y la lealtad de los japoneses. Mi maestro era humilde, nunca te miraba en menos o te decía que él sabía más que uno. Eso me gustaría enseñar, porque son dos valores fáciles de nombrar pero difíciles de practicar.