Francisco y Victoria, unidos por la sangre, el mar y el trabajo
Estos hermanos desde pequeños crecieron en el muelle, donde aprendieron labores relacionadas con la pesca, a causa de que vivieron una dolorosa pérdida. Hoy atienden una pescadería en Llolleo. Ambos esperan encontrar la felicidad en tierra firme.
Con destreza y rapidez los hermanos Francisco Monroy Sabel (40) y Victoria Madariaga Sabel (27) limpian merluzas en la "Pescadería Luis Mariano", mientras los clientes miran hipnotizados y sorprendidos la agilidad con que hacen esta labor.
Ellos atienden hace un mes el local de Llolleo, pero desde niños estuvieron ligados a la pesca, porque su mamá, Victoria Sabel, trabajaba como limpiadora de pescados y Pedro Madariaga, padre de Victoria, era un conocido pescador.
La familia llegó desde Santiago a San Antonio hace 30 años, en busca de un mejor porvenir. "Al principio, ellos hicieron una choza en el cerro Plantación Fiscal, al frente de la caleta, y luego construyeron una casa donde nos criamos los diez hijos. De chicos nosotros estábamos metidos en el muelle, vendiendo, acarreando, limpiando pescado o lavando botes. Cuando lavábamos botes, los pescadores nos pagaban con plata les iba bien en la mar, sino solo nos pagaban con pescado", recuerda Francisco.
Tras el mostrador con relucientes reinetas y merluzas, él señala su record: "me demoro como medio minuto en limpiar un pescado, pero es porque tengo años de práctica. Aprendí a los 15 años en la caleta, por lo que llevo toda una vida en esto, 25 años para ser exacto".
Victoria también aprendió este oficio de niña: "Aprendí a limpiar pescados con mi papá. Mi mamá también se dedicaba a esto y durante cuarenta años limpió pescados en el muelle, por eso nosotros sabemos todo de este negocio, cómo se pone el pescado, cómo se lava y cómo se guarda", cuenta mientras con un cuchillo le saca la piel a los pescados.
Trágica pérdida
El mar no solo le ha dado el sustento a esta familia, sino también momentos dolorosos. El 10 de julio de 2010 quedó grabado para siempre en la memoria de ellos. Entonces, Victoria tenía 15 años y vivió una de las pérdidas más terribles: "Mi papá salió ese día a la mar y nunca más volvió", señala sobre la muerte de su padre, quien era conocido como el "Chuck Norris de la caleta".
"Él llevaba diez años sin salir a la mar cuando ocurrió esto. Salió una vez y le fue súper bien, volvió a ir y también le fue bien, pero a la tercera lo pilló un temporal y nunca más regresó. Solo aparecieron su bote varado en una playa de El Tabito, una bota de mi papá, restos de su chaleco y un cuchillo enterrado en la arena", recuerda ella.
"Así es el oficio del pescador", agrega Francisco con resignación.
Victoria rememora que su padre y un amigo salieron en la noche, cuando la mar estaba calma y luego, de la nada, empezó un temporal: "Por eso yo no creo en el Tiempo, porque se refiere solo al día y puede que diga que va a estar soleado, pero como la noche tiene siete cambios de un momento a otro puede largarse a llover o salir mucho viento".
"Y cuando eso pasa, solo queda rezar", añade su hermano, quien trabajó un año como pescador cuando tenía 16 años. Él afirma que "en la pesca, uno tiene que trabajar con viento, con lluvia y aguantando los fríos de la madrugada. Los pescadores se abrigan mucho para soportar el frío, la ropa de lana y las botas hacen que el peso de la ropa sea el doble del peso de uno, por lo que cuando se cae el mar nadar es imposible. Al pescador muchas veces lo gana el cansancio y la desesperación".
El lamentable hecho afectó tanto a Victoria, que hasta el día de hoy no ha vuelto a comer pescado. "Ya no me gusta. Cuando chica comía harto pescado con mi papá, me encantaba cuando comíamos juntos, pero cuando él falleció la pena fue tan grande que quedé con un rechazo", cuenta ella.
El Chuck Norris
"A él le decían así porque iba a todas. Una vez estaba lavando un bote y de repente se largó un viento imposible, como un huracán y no pudieron sacarlo con el bote. Entonces, llegó el helicóptero de los marinos y él se agarró de un cable y lo llevaron hasta la Gobernación Marítima, colgando de una sola mano, igual que en las películas", relata Francisco.
"Y en la otra llevaba una cuelga de pescás. No soltó por nada del mundo el pescado", completa entre risas Victoria, quien dice que su padre "era súper arriesgado, no le tenía miedo a nada. No le importaba el peligro".
Pero esa no es la única hazaña que recuerdan de él: "Una vez tres hombres estaban tratando de violar a una chiquilla en la playa. Él fue con un palo y les pegó a los tres, les sacó la cresta a los tipos. De hecho, eso salió hasta en el diario", cuenta Francisco.
"A veces había gente ahogándose y él se tiraba a salvarlos. Él era como Chuk Norris, era musculoso, maceteado e iba todas", destaca Victoria.
Nuevo rumbo
Mientras recuerdan estos momentos de sus vidas, los hermanos no paran de filetear pescado. Durante el día, deben limpiar 600 kilos para vender el producto listo para cocinar a restaurantes de la zona. Victoria trabaja concentrada cantando cumbias, mientras Francisco interrumpe su tarea para atender al público que llega al local.
"¿Qué se le ofrece mi reina?", "tenemos pescada fresca, maestro", "¿la quiere sin espinas, mi dama?" son algunas de las frases que le dice a los clientes, quienes destacan la calidad del trabajo. "Me gusta comprar acá, porque el lugar es agradable, higiénico y, además, limpian bien el pescado. Yo siempre me sorprendo por lo rápido que son, lo hacen con una facilidad", dice uno de ellos.
Según Victoria, "la clave está en que uno no tiene que hacerle caso a los pinchazos ni a los cortes. Esto es sin dolor, porque si uno para no termina nunca".
Hace un mes los hermanos comenzaron a atender el local. Antes de eso, Francisco trabajaba en el muelle, pero se fue la jibia y comenzó la inestabilidad laboral. "El dueño de la pescadería, Juan Cerda, es mi amigo desde hace muchos años y me había ofrecido trabajar acá. Cuando se puso fome la pesca decidí aceptar y ahora estamos acá, en tierra, que es más segura".
Victoria, por su parte, era maestra de cocina en un restaurante de la caleta de San Antonio, pero decidió acompañar a su hermano en esta aventura.
¿Cómo se llevan trabajando juntos?
Victoria: Súper bien. Nosotros somos nueve hermanos y él es con el que mejor me llevó. Me gusta trabajar con él, porque nos entendemos y lo pasamos bien.
"Ella es el concho, la regalona. Nosotros somos muy unidos. De hecho, vivimos con mi mamá y nuestros hijos en el Cementerio. Mi mamá nos ayuda los fines de semana a cuidar a los niños. Estamos felices, porque gracias a nuestro esfuerzo a nuestros hijos no les falta nada, van al colegio, tienen sus cosas y a una abuelita que se preocupa por ellos", indica con orgullo Francisco, mientras Victoria se pone a tararear "junto al mar dibujaré en la arena", y saca la piel de otro pescado con toda concentración.