El botero que salvó a su familia y a otras 5 personas en el 27-F
Pronto a cumplir 70 años, Enrique Vergara aún se emociona al recordar el tsunami del verano de 2010, cuando un maremoto se llevó su hogar en Constitución, así como la vida de vecinos y amigos.
Enrique Vergara tiene un aire al capitán de la exitosa serie La Isla de Gilligan. Como el personaje, también comanda una embarcación, pero en su caso la tragedia que vivió fue real y no un libreto de Hollywood... Aún se emociona al recordar esa experiencia de hace siete años.
En enero próximo Enrique cumplirá 70 años de una vida que asegura no ha sido fácil en su natal Constitución. Las ofició primero de pescador y luego de mariscador, pero la fuerza y temperatura del mar lo fueron minando hasta que incursionó en otro rubro. Se hizo de un pequeño bote para transporte de turistas por la desembocadura del río Maule. Le alcanzaba para sobrevivir junto a su familia, hasta esa fatídica madrugada del 27 de febrero de 2010: el megaterremoto que derivó en un mortal tsunami.
Enrique vivía con su familia a metros del agua en la costanera. En medio de la oscuridad, junto a sus seres queridos atinó a subirse con lo puesto a una vieja camioneta. "Nos íbamos a ir cuando vimos a una familia que acampaba cerca de unas rocas. Su auto cayó en una zanja y les dijimos que corrieran para subirse a nuestro vehículo. Éramos mi esposa y un hijo, nuestros perros y otras cinco personas. Salimos rápidamente hacia Colbún. Si no los hubiéramos llevado seguro que hubieran fallecido", cuenta al timón de su catamarán "Simpson". Recuerda que al día siguiente del cataclismo volvieron a su casa con la esperanza de hallar algo de ropa, pero su hogar ya no existía.
"Era como una zona de guerra, una casa destruida sobre otra", rememora.
El mar se llevó además su pequeño bote. Fueron reubicados de emergencia en una mediagua, donde pasó frío y calor durante cuatro largos años.
"Me llevaron con todo pagado a un programa de televisión, donde nos dieron un plasma, computador, motosierra y dos trajes de buzos", recuerda. También recibió un pequeño bote y a la mar de nuevo. A llevar gente por el río, relatando lo aciago de esa noche. Contar lo sucedido en isla Orrego, donde de a poco se fueron apagando las luces de los celulares con la gente pidiendo auxilio... Fueron cubiertos por el agua. Unos pocos afortunados lograron mantenerse en las copas de los árboles para ser rescatados.
Cruces de madera, un container, banderas chilenas y árboles muertos se aprecian a medida que el catamarán avanza. Claro, don Enrique ahora tiene uno gracias a un préstamo bancario. Un hijo y un nieto también se desempeñan en el negocio con otras embarcaciones.
El capitán señala que la tragedia cambió a los habitantes de Constitución para siempre. "La gente ha vuelto a la isla Orrego, pero de camping por el día, comen, se bañan y se van. Ya nadie quiere acampar allí. La gente quedó con harto miedo, hasta uno mismo, si no tuviera mi bote al lado no me quedaría en la isla de noche, tampoco quiero quedarme porque hubo tanto muerto".
Con los años se retomó la fiesta veneciana del último día del verano. Pero no es lo mismo. Al frente de Orrego está isla Acapulco. También luce desierta.
"Había un caballero paseando con la familia y alcanzó a sacar gente en bote pero la tercera ola se lo llevó. ¡Imagínese que el mar subió y bajó 15 kilómetros!... hubo gente que no apareció más", comenta.
Este año don Enrique, junto el resto de los cerca de 40 boteros que forman un sindicato -donde él es tesorero- y una naciente federación, devolvió la mano a quienes los ayudaron para el tsunami. Transportaron gente y pertrechos para los damnificados por los incendios forestales.
Sobre la reconstrucción de Constitución, el hombre de mar dice que va lenta, pero segura. Los boteros sueñan con un nuevo muelle. Están confiados en que tendrán un buen verano, ya que incluso en esta época los fines de semana han notado un aumento de turistas, que pagan módicos 1.500 pesos por un paseo de 35 minutos.
¿Y si viene otro tsunami? "Estamos mejor preparados, sabemos que en caso de algo nos vamos al cerro y dejamos la embarcación botada. Hubo mucha gente que arrancó de miedo y volvió muerta. En mi caso me gusta compartir con la gente, voy a terminar mis días en mi nave y el río", señala mientras atraca en el muelle donde lo espera su perra Shakira, que a veces lo acompaña en sus viajes, y decenas de patos sobrevivientes del tsunami que son queridas mascotas que no vende ni regala. Ahora vive en un departamento en el cerro. Alejado de ese mar que a algunos aterra.