Al rescate de los valores
por Abraham Santibáñez, Premio Nacional de Periodismo.
El jueves de la semana pasada, el mismo día en que los candidatos Guillier y Piñera cerraban sus campañas, se entregaron en La Moneda los Premios Nacionales. Entre los premiados estaba Alberto Gamboa, un periodista de la vieja escuela de los periodistas sin escuela, que, según el jurado, fue distinguido por su vocación, su amor a la libertad y por un trabajo que despertó el interés por las noticias entre quienes hasta entonces estaban al margen.
La ceremonia contó con la presencia de la Presidenta Michelle Bachelet en un gesto tradicional que refuerza el sentido de estos galardones: el Estado de Chile reconoce a quienes han hecho aportes significativos al desarrollo de sus disciplinas. Los premiados, aparte de "El Gato" Gamboa, fueron Guido Garay, en Ciencias Exactas; Paz Errázuriz, en Artes Plásticas (Fotografía); Elizabeth Lira, en Humanidades y Ciencias Sociales, y Abraham Magendzo, en Educación.
Concluida ya la campaña electoral, me parece conveniente dar una mirada crítica a la forma cómo cumplió su tarea el periodismo.
Para decirlo sin rodeos, ninguno de los profesionales -dejemos de lado los comentaristas- se ganó el Premio Nacional. Es posible que en el futuro, con más experiencia y más modestia, las rutilantes estrellas que acorralaron sin piedad a los candidatos, sean reconocidos con el galardón. Pero ahora no hicieron méritos precisamente. Fueron implacables, sin dar tiempo de contestar, empeñados en demolerlos anímica e intelectualmente.
Es un enorme contraste con el periodismo que representa el casi centenario Gamboa. Pertenece a la generación de quienes optaron por la profesión cuando no se abrían para ellos las puertas de la universidad. Todos tenían en común una fuerte vocación y en tiempos en que la prensa escrita era el medio mayoritario, dieron muestras permanentes de buena y amena redacción. Amaban y respetaban su profesión.
Lo señaló la Presidenta Bachelet. Gamboa, dijo, es "una leyenda que se remonta a Clarín, y que incluye episodios especialmente duros, como su "viaje por el infierno", como él mismo llamó a su paso por los campos de concentración de la dictadura. Pero el Gato, afable, buen conversador, de mente amplia y de gran corazón, no alberga ningún odio y ha seguido calladamente dando lecciones de periodismo en un tiempo en que hace tanta falta ese apego a la verdad que marcó a los reporteros de la vieja escuela, como él".
Esta es una buena oportunidad para intentar un balance. Como se vio durante la campaña electoral, en especial en los foros de radio y TV, los periodistas "con escuela" no carecen de méritos. En más de un caso, sin embargo, demostraron que lo suyo tiene más que ver con el lucimiento personal que el rigor del reporteo. Se dejaron de lado muchas veces los mandamientos básicos del reporteo: buscar la verdad en las noticias, mostrar a la persona detrás del personaje y no aceptar verdades a medias, sin caer en las trampas de la "posverdad".
Sería injusto decir que todos los periodistas de los medios, sobre todo audiovisuales, incurrieron en estas insuficiencias. Pero es positivo que, cada dos años, como determina la ley, el Estado haga un categórico reconocimiento a quienes basan su trabajo en valores permanentes. Sobre todo en el periodismo y la comunicación.