La incansable lucha de una madre para tener su casa propia
Aguerrida y perseverante, Jeanette Castro dio muchas batallas para conseguir su ansiado sueño. Protestó, marchó, se encadenó y amenazó con quemarse a lo bonzo. Esta es su historia de vida.
La vida da oportunidades y vaya que de eso sabe Jeanette Castro Ríos. Esta joven de apenas 32 años y madre de cuatro maravillosos hijos ha pasado las de Quico y Caco para sacar adelante a su familia y concretar el ansiado sueño de la casa propia.
Jeanette ha aparecido con anterioridad en estas páginas, dando la batalla por su casa y por cumplir sus sueños. En esta ocasión la "Jane", como le dicen sus amigos, abrió su corazón, y contó a Diario El Líder sus penas y alegrías, lo difícil que resulta para una persona con vulnerabilidad social salir adelante y cuánto sacrificio le costó tener su vivienda.
Inicios difíciles
Desde temprano la vida se le presentó cuesta arriba. Sus padres la entregaron en adopción a un matrimonio capitalino que la amó como si fuera propia y le entregó educación. Como típico adolescente, quiso rebelarse contra el sistema establecido y optó por seguir su propio camino. Ese derrotero la traería a San Antonio, ciudad de la que son oriundos sus progenitores.
No le gusta mucho hablar de sus padres biológicos y de cosas que se arrepiente en sus más de tres décadas de vida. "Uno en la vida comete errores y debe pagar por ellos, pero la vida también te da oportunidades para cambiar y salir adelante. Mi familia, mi esposo (Cristián) y mi hijo Héctor (el más chico) han sido fundamentales para ser la mujer aguerrida y luchadora que soy".
Esa fuerza de la mujer sanantonina la vemos reflejada en su rostro y en sus sentimientos cada vez que recuerda sus luchas internas y familiares. "Muchas veces me sentí mal, lloré y quise hacer locuras, pero la contención de mi familia y los pocos amigos que tengo me ayudaron a recapacitar que se puede salir adelante", cuenta hoy relajada desde su casa, por la cual tanto luchó y sufrió.
Protesta
Hoy se ríe con ganas al acordarse cuando amenazó con quemarse a lo bonzo tras ser detenida por Carabineros. Ese día se había encadenado a las puertas de la delegación provincial del Servicio de Vivienda y Urbanismo (Serviu), protestando por la excesiva demora en la construcción de su vivienda en la parte alta de Bellavista, la cual demoró más de cinco años y que contempló una demolición por fallas estructurales en la construcción. "Lo hice por impotencia y desesperación, porque necesitaba mi casa, mi espacio, darle bienestar a mi hijo pequeño y poder traer a sus hermanos desde Santiago los fines de semana".
Hoy el delicado tema que significó la construcción, demolición y reconstrucción de las viviendas del complejo social Mirador Altos de Bellavista sigue vivo en tribunales. "Espero que se castigue a los involucrados, porque no saben cuánto sufrimos los pobres por conseguir nuestras cosas. Cuesta imaginarse el dolor y la rabia que uno acumula después de tantas mentiras. Hoy tengo mi casita, está linda y ordenada. Mi hijo no pasa frío como en el campamento, y ya no me accidento cuando quiero salir a trabajar. Nuestras vidas cambiaron, pero no olvido todo lo que sufrimos y lo mal que lo pasamos con tantas mentiras. De todo esto rescato a quienes siempre estuvieron con nosotros apoyando".
Rumbo a la casa
Jeanette Castro esta cómoda en su nuevo hogar, con más espacio para recibir a sus amigos y familiares. A pocos metros de la puerta principal, el pequeño Héctor tiene una amplia plaza con juegos para divertirse después de clases y los fines de semanas.
Sin embargo, la "Jane" recuerda que este proceso tuvo muchas dificultades. "No es fácil postular a una casa, se exigen documentos y dependiendo del proyecto una cantidad de ahorro. Yo tenía una ficha alta que no me dejaba postular porque tenía que tener una libreta de ahorro, de lo contrario no habría pasado diez años viviendo en un campamento".
Luego agrega que "es súper difícil, a quienes somos pobres siempre nos cuesta más y mucho más a las mujeres que tenemos hijos chicos. Yo tengo cuarto medio y nunca pude encontrar un trabajo normal, porque tenía que cuidar en las tardes a mi hijo y eso le pasa a muchas mujeres. Para ganar plata tenía que vender como ambulante, muchas veces me requisaron los productos y estuve detenida. Muchas veces mi esposo tuvo que pedir permiso en el trabajo para ir a buscar al niño al colegio o los carabineros me llevaban al colegio. Me dolía llegar así a buscarlo, pero había que ganar plata. Algunos días sólo se ganaba para un kilo de pan y cecina. Un montón de veces tuvimos que gastar la plata ahorrada para la casa para poder comer cuando no teníamos trabajo", recuerda sobre otros de sus duros momentos vividos.
Década de angustia
Jeanette Castro alcanzó a vivir diez años en situación de campamento. Los primeros fueron soportados férreamente con su esposo Cristián Ramírez, un obrero de la construcción.
Disfrutaban de la amplia y única vista a la bahía sanantonina que se obtiene desde las alturas del cerro Alegre y se acomodaba con todas sus limitaciones. La llegada del pequeño Héctor cambió los esquemas, el matrimonio se comprometió a salir de ahí y conseguir algo mejor para los tres.
Como vivían en una situación irregular, el temor al desalojo era constante y sólo un acuerdo con el propietario del predio y el municipio, junto a la obtención de los subsidios de vivienda, calmó la situación.
"El niño tiene un problema en su vejiga que viene de los fríos que pasaba cuando vivíamos en el campamento. Muchas veces se me volaba el techo o los nailon con los vientos, y a mitad de la madrugada y todo mojados con mi esposo teníamos que parchar la casa. El frío se metía por todos lados y cuando llovía nos mojábamos enteros. Con el barro que se formaba era imposible salir a la calle a trabajar sin accidentarse. Tres veces estuve con yeso en mis piernas por caídas. Donde vivíamos era muy difícil acceder, ni las ambulancias ni bomberos podrían llegar con facilidad", recordó con pena, como cuando sufrió pancreatitis y su esposo la cargó hasta la ambulancia, ya que la camilla no podía subir hasta su precaria vivienda.
"En el campamento no sólo se pasa frío y hambre, sino que también existe mucha soledad. Muchas veces me achaqué y lloré porque las cosas no resultaban, cuando llegaba Chilquinta a cortar la luz porque estábamos colgados, porque teníamos una fosa como baño o porque el motorcito se demoraba en dar el agua. Todavía duele recordar esos momentos, no se los doy a nadie. Estoy segura que si hubiera seguido estudiando mi vida sería distinta. No me arrepiento de nada, pero a mis hijos no les voy a permitir que dejen de estudiar. No quiero que tengan una vida tan sufrida como la mía", confiesa.
Hoy la vida es otra para ella. El 10 de noviembre de 2017, día que recibió las llaves de su casa propia, lloró de alegría y felicidad, dejando atrás un largo pasado de mucho dolor.
Ahora disfruta conversando con su amiga Karen o fumándose un cigarro en la plaza mientras su retoño se divierte. Los fines de semana recibe a sus padres y al resto de sus hijos. Más encima se ganó un premio por redes sociales para ejercitarse en un gimnasio y un tratamiento de belleza. "Estoy disfrutando y haciendo mucho ejercicio", se despide con una alegría que da gusto.