El zapatero que quiere dejar un legado para que su oficio no muera
Oscar Salfate cuenta su historia y recuerda la época dorada de la industria del calzado nacional. Desde su taller en El Tabo, sueña con tener apoyo municipal para enseñar su trabajo a los jóvenes.
Con 76 años, Oscar Salfate es uno de los pocos zapateros que van quedando entre Cartagena y Algarrobo. Hace cuatro décadas que tiene un taller en El Tabo al que llegan personas de diferentes lugares del litoral y hasta de Santiago. "Tienen que venir conmigo, porque no hay otro", comenta bromeando.
A los 14 años comenzó a trabajar como junior en un taller en Santiago, ubicado en el barrio Franklin. A medida que fue creciendo aprendió el oficio con diferentes maestros. "En esa época había muchos talleres. No me di ni cuenta cuando ya era zapatero".
Para hacer un zapato de cuero se involucraban varias personas. En la curtiembre intervenía un artesano que cortaba el modelo; luego les tocaba actuar a los perforadores; los seguían los encargados de descarnar las piezas para que la costura quedara fina; y después el aparado. Era una cadena de producción en la cual cada maestro desarrollaba su oficio de manera independiente.
"En la fábrica Guante yo trabajaba armando el mocasín. Yo lo dejaba bien centradito, todo en regla. Otro maestro lo recortaba y después otro cosía. Había hartos trabajadores. Cambiaban los modelos, el color, la horma, pero el proceso era el mismo", recuerda Oscar.
Salfate dice que aprendió con mucha facilidad. Cree que la habilidad para trabajar el cuero la trae en la sangre, por el origen de su apellido. "Debo ser pariente con el Salfate de la tele. Mi apellido es de origen judío. Los Salfate vivían en tribus en el Medio Oriente y trabajaban artesanalmente el cuero. Yo no tengo estudios y a veces hago unos trabajos que yo mismo me impresiono. Coso los zapatos con roturas y quedan como si nunca hubieran estado rotos. Cuando puedo, les enseño a mis compañeros".
Años dorados
Cuando comenzó en el rubro, había muchas curtiembres y suelerías. "En Santiago, en una manzana habíamos hasta cuatro zapateros". En aquella época los maestros trabajaban por temporadas para la confección del calzado de invierno y primavera-verano. "Después uno trabajaba en la casa, haciendo reparaciones. Cuando necesitaban maestros en las fábricas, gracias al gremio, que era grande y organizado, nos pasábamos el dato".
"Todo el zapato entra por la vista. Cuando ya estaba aparado (cosido), yo tomaba la horma. El zapato necesita plantillas, contrafuerte, punta dura (cuero con pegamentos para darle firmeza). La horma es la que define su forma, en punta o redondo", explica el artesano.
Durante el auge de la industria zapatera, fue a trabajar a Buenos Aires. Recuerda que en una de las fábricas, el encargado le hizo una pregunta técnica para probar su experiencia. "No bastaba con decir soy zapatero. Me preguntó: ¿para qué lado estira el cuero? Le respondí que para ambos lados, porque cuando el animal toma agua se expande. Al hacer un zapato hay que colocar el cuero en el sentido correcto para que al meter el pie, estire, sino queda atravesado. Sólo el que es zapatero y está en el gremio puede responder eso. Lo dejé con la boca abierta".
Pero después de un año trabajando en Buenos Aires, tuvo que regresar a Chile porque se enfermó su mamá. "Acá tienen un zapatero internacional", bromea.
El fin de una era
En los años 70, las fábricas comenzaron a reducir su personal. Oscar Salfate instaló un taller de calzado a medida en su casa. Pero unos años más tarde, con la llegada de los zapatos brasileños, los primeros de plástico, las cosas cambiaron. La competencia redujo las posibilidades de venta y aumentaron los costos de producción. Oscar optó por dedicarse sólo a las reparaciones.
"Ser zapatero implica dos labores distintas. Si uno se pone a reparar no tiene tiempo para hacer zapatos de medida, y para hacer zapatos es necesario tener maestros, materiales y el espacio suficiente", comenta.
Los zapatos brasileños fueron seguidos por los chinos. "Llegaron con unas chalitas y ahora hay de todos los tipos. Están los que venden baratos en las calles, que son imitaciones, pero también los de las grandes marcas son chinos".
Este zapatero señala que en estos días la competencia es tan desigual que no es conveniente dedicarse a la confección. "Ya no hay curtiembres nacionales. Un zapato plástico vale diez veces menos que un zapato de cuero artesanal. El buen calzado tiene que ser de cuero, con suela y plantillas naturales. Por dentro, tiene que llevar badana, que viene de la oveja", afirma con énfasis, mientras usa de ejemplo el calzado que tiene en sus manos, el cual, pese a su exterior de cuero, está forrado con plástico.
Made in China
"A lo chinos nosotros les mandamos los vegetales y las frutas y acá entra toda la basura, todos los zapatos son pura basura. Con este sistema tenemos harta libertad, no puedo negarlo, podemos viajar y todo, pero nos traen basura en los géneros y en los zapatos", reclama indignado Salfate, mientras martilla el taco de una bota. "Este es género forrado con plástico, como si fuera una bolsa. Me pregunto por qué los industriales chilenos no compraron máquinas a los chinos o los mecánicos locales no mejoraron lo que había. En lugar de eso hay cesantía".
La mala calidad del calzado actual le parece preocupante. "Los políticos no han tomado en cuenta cómo se echan a perder los pies con los zapatos sintéticos de hoy. Los escolares en invierno llegan con barro dentro de sus zapatos. Las autoridades sanitarias tienen una venda en los ojos. Ni siquiera las suelas son de cuero. Imagínese que un trabajador no se dé cuenta y pise una tabla con un clavo, qué le va a pasar... Cuando se trabajaba con suelas de verdad, no existía ese riesgo".
Con toda una vida de experiencia en el oficio, no teme afirmar que la llegada de los zapatos plásticos fue una estrategia del sistema neoliberal. "La idea es que sea desechable para que la gente compre luego otro par. Antes, los zapatos duraban cinco años, y hasta se heredaban. Como los materiales eran nobles, se mandaban a arreglar. Ahora, tampoco tenemos industria textil, ni línea blanca".
Taller en El Tabo
Hace 40 años que comenzó a trabajar en El Tabo. "He dado vueltas por todo el pueblo, ya soy tabino". Oscar Salfate está en su taller, ubicado junto a la oficina de Correos, de martes a sábado, entre las 8.00 y 18 horas.
En el taller se acumulan columnas de zapatos de diversas formas y tamaños. "A veces me los dejan aquí mucho tiempo", dice. Cada día le toca recomponer zapatos plásticos de mala calidad. "Con los zapatos chinos las mujeres bajan la cuneta y se les quiebran los tacos. Sólo por el precio no reclaman, se les rompe un par y se ponen otro. Por la fibra sintética se adaptan más al pie, a los juanetes".
"Hoy los únicos zapatos buenos valen arriba de cien mil pesos. Es anticomercial el trabajo artesanal. Si no fuera por el gobierno comunal que me cedió este espacio para trabajar, no habría zapatero en la zona". Entre todo el calzado amontonado que lo rodea en su taller , Salfate agarra un zapato artesanal para mostrar la diferencia. Es un modelo simple, al que hace poco le puso una suela nueva.
Pasión por el oficio
Salfate aún está en contacto con sus antiguos compañeros de Santiago. Se los encuentra al comprar materiales en avenida Matta hacia el sur, donde sobreviven algunas suelerías, aunque casi todos los del gremio ya han muerto, y otros han cambiado de oficio.
Mientras tiñe con un pincel la suela roja de un zapato chino, se lamenta por el abandono en el que se encuentran los artesanos del calzado. "Pago la patente y los impuestos que corresponden. Como artesanos, el Servicio de Impuestos Internos nos tiene en primera categoría, incluso ahora quieren subir los impuestos a los que pagamos rentas. No tenemos ninguna regalía".
El zapatero de El Tabo espera que su arte no muera con él. "Me gustaría enseñar. Cualquier municipio podría destinar ayuda para que una vez por semana yo hiciera un taller. El cuero tiene mil detalles. Yo no tengo estudios, pero tengo 60 de experiencia, y ya he enseñado antes. Creo que a la gente de edad como yo, deberían permitirnos trabajar sin pagar patente, o darnos la oportunidad de educar a otros".