Caída libre
La ambición es el último refugio del fracaso.
(Oscar Wilde)
Ya se completaban tres partidos sin saber de triunfos. ¿Qué estaba sucediendo con el puntero de la competencia? Diego Guadalupe, técnico de Los Cóndores, repasaba en su mente una y otra vez los posibles motivos que estaban causando esta mala racha. Habían tenido un comienzo arrollador que los había ubicado 9 puntos sobre su más cercano perseguidor, Los Caraveleros, sin embargo, el equipo había perdido su esencia colectiva. Las individualidades atentaban contra el buen funcionamiento.
Guadalupe se encontraba estéril en su camarín a punto de iniciar el ritual acostumbrado después de la práctica matinal de inicio de semana.
La derrota del último fin de semana ante los propios Caraveleros había extinguido completamente el crédito logrado. Ahora, a falta de una fecha para finalizar el torneo, estaban igualados en puntaje y debían ganar a los Azulgrana F.C. para alzar la copa o forzar un partido de definición en caso de que los Caraveleros también ganaran en su visita a Los Brujos, que eran los colistas del torneo.
El joven entrenador sabía que el triunfo era posible, sobre todo porque remataban en casa, con su gente. Los Azulgranas F.C. llegaban en cuarta posición pero sin chances de campeonar. La lucha se supeditaba a los dos que habían hecho una extraordinaria campaña bordeando el 75% de rendimiento. Sin embargo, también sabía que el equipo había perdido el rumbo. Esa era su preocupación más grande, de cara al trascendental encuentro.
Se levantó y caminó hacia la ducha, esperando que esta le ayudara a aclarar sus ideas. De pronto Luchito, el utilero del club, arremetió de improviso en el camarín, y muy agitado le señaló:
-Profesor, los muchachos se están peleando en el camarín, vaya rápido.
Guadalupe cogió un pantalón corto y una polera y se alistó para ir a ver qué sucedía en el camarín de jugadores. Al ingresar se encontró con una escena impactante: compañeros enfrascados en una fuerte discusión y con señales de haberse golpeado.
-¿¡Qué sucede aquí!? -preguntó indignado el DT.
Los jugadores al verlo solo atinaron a sentarse y guardar silencio. El técnico se paró en el centro del camarín y volvió a preguntar, ahora más sereno:
-¿Qué nos está pasando? Esto es aberrante. Somos un equipo, una familia. No podemos pelear entre nosotros. ¡Nadie es más importante que el equipo! Necesito que me respondan.
El capitán se puso de pie y señaló:
-Profesor, nosotros nos sacamos la mierda cada partido para lograr el objetivo, pero hay algunos asegurados que desde que llegó el nuevo inversionista, Checho Monárdez, están cobrando premios por gol y evidentemente eso ha mermado nuestro juego colectivo.
-Para, para, para. ¿Qué fue lo que dijiste? ¿Es verdad lo que el capitán acaba de decir? -interrogó sorprendido Guadalupe.
-Así es -contestaron positivamente varios de sus pupilos.
-¿Es que acaso no fuimos claros a principio de temporada sobre la importancia de la colectividad? ¿No entendieron que cualquier alarde de individualismo perjudica al equipo? Parece que no han aprendido nada -enfatizó ofuscado el estratega.
-Profesor, el Chuky, Jacob, Cococho y el Isa andan con el tránsfuga de Monárdez pa arriba y pa abajo cobrando solos, y nosotros en defensa nos pelamos el culo por nada -disparó el capitán.
-¿Por nada? ¿Es acaso nada ascender y llevar a este club y a la ciudad a una categoría superior por primera vez en la historia? ¿Es acaso nada, a través de este simple acto, hacer historia, trascender, lograr la inmortalidad? Si eso es nada, estamos perdidos. Si eso es nada no tenemos idea de qué se trata la vida. ¿Cómo no me enteré de esto antes?
Guadalupe abandonó lentamente el camarín.
Seis días después en el partido clave el equipo recobró su juego y su espíritu, pero no fue suficiente. Solo conseguiría un empate y los Caraveleros cumplirían el trabajo de derrotar a los Brujos en simultáneo.
Los Cóndores no pudieron hacer historia. La ambición mató los sueños.