Fenómeno
"La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia".
(AMOS BRONSON ALCOTT)
Desde un inicio su equipo le había parecido un grupo muy inteligente o más que la media, al menos.
-Renaceré como el ave Félix, profe.
-El ave Fénix, hueón. Félix era un gato -respondió, burlándose, el DT
-Con razón no renacía -contestó Acuña, riendo.
En una ocasión anterior, refiriéndose a otro jugador, Acuña le había comentado: «Profesor, este no ataja nada, se parece a Caupolicán». Casi con ira, él DT lo había sacado del error: «El que no tenía manos era Galvarino, pajarón».
Acuña le bajaba notablemente el promedio al resto, pero alegraba el camarín con sus bobadas. Era una persona simpática, que no hablaba mal de nadie y lo perdonaba todo.
Había sido una temporada buenísima para Jauría F.C. y Acuña la estaba rompiendo, solo quedaban tres partidos para finalizar la temporada y el club había establecido un sistema de premios especiales. Cada tres partidos ganados de forma consecutiva, todos los presentes en las citaciones recibían un bono importante. Antes de enfrentar esa semana a los Fluviales A.C., la Jauría había cosechado dos triunfos lo que dejaba al grupo al umbral del tercer premio, sin embargo, un evento inesperado impidió que Acuña completara la nómina en ese vital partido: una apendicitis fulminante lo marginó completamente.
El plantel, a pesar de no ser tan numeroso, basaba sus logros en la cohesión y en la credibilidad que ostentaba su técnico. Uno de los motivos por el que los técnicos no inspiran respeto a sus jugadores es su habitual ignorancia: son para los muchachos un motivo de burla. Con él, sin embargo, no sucedía eso. El DT era para ellos un auxiliar, un sacadudas, bondadoso, instruido, que sabía explicar las cosas claramente. Esto permitía que con un bajísimo presupuesto el equipo lograra un protagonismo impensado a principio de temporada. Los bajos sueldos habían sido reforzados por una buena cantidad de premios obtenidos. A pesar de no contar con Acuña, el central de moda en la categoría, Jauría F.C consiguió su tercer triunfo en línea y optó una vez más al premio acordado.
De vuelta a los entrenamientos el día martes, con un ánimo renovado y el premio depositado en sus cuentas, los jugadores se aprestaban para iniciar la semana pensando ya en el próximo desafío. Fue en ese ambiente favorable donde alguien golpeó la puerta del cuerpo técnico y al abrirla el profe se encontró con un Acuña convaleciente, ya recuperado de su operación, pero con un semblante muy molesto.
-Buenos días, profesor. Estoy confundido, resulta que revisé mi cuenta y no me han depositado el premio. Le pregunté a los muchachos y a todos se lo cancelaron. ¿Me podría explicar que pasó conmigo?
-Usted no fue citado a los tres partidos, señor Acuña -respondió el profesor.
-De acuerdo, profe, pero se debió a una fuerza mayor. Me operaron de urgencia; es más, me sacaron en camilla de la concentración y me llevaron directo al quirófano. Le recuerdo, señor, que me sacaron el apéndice, no es menor.
-Todo lo que dices es correcto, pero los acuerdos son acuerdos. Tres ganados y los tres citados. Y usted solo completó dos en nómina.
-Pero eso no es justo. Pienso que no corresponde -dijo abatido el zaguero.
-Tampoco es justo que vivan niños en las calles, pero ya está, acuerdos son acuerdos. Enfóquese en la final y en poder ganarla y allí tendrá su premio extra, y no olvide estar en la nómina. Sin duda lo necesitaremos.
-No vaya a ser que me vaya a enfermar de la otra apéndice nomás y se quede sin su central estrella. No se extrañe si me vuelve a dar apendicitis -respondió de manera amenazante.
Luego dio un portazo y se alejó enfadado.
-¿Sabrá este pelotudo que tenemos solo un apéndice? -preguntó, sonriendo, el técnico a su ayudante.