A los pies de la cordillera está la escuelita más extrema de la región
Una profesora, que además es su directora, y cinco alumnos componen la comunidad educativa del establecimiento. En una sola sala, estudian hasta sexto básico, disfrutando de un hermoso paisaje.
Por Mirian Mondaca H. - Fotos de Álvaro Camacho
Un estrecho camino pavimentado se divisa a lo lejos, en medio de terrenos áridos que evidencian la dura escasez hídrica que afecta a la provincia de Petorca. Alrededor, solo montañas, rocas, arbustos y una que otra liebre que escapa rauda ante la presencia de desconocidos, acompañan la búsqueda de la escuela básica más alejada de la región de Valparaíso: El Crucero, de El Pedernal. Su nombre ya lo anticipaba, sería una verdadera travesía llegar allí.
En el sector El Valle, en la localidad de Chincolco, tenemos el último contacto con un asentamiento humano. Luego de dejar el lugar y conducir por algunos minutos, el panorama cambia rotundamente y ninguna casa o mediagua se divisa alrededor. No hay lugareños y la señal de los teléfonos celulares es dificultosa y, en ciertos puntos, nula, por lo que lo único que resta es confiar en los clásicos métodos de orientación geográfica y en la intuición. Seguir el camino, sin titubear, es la única opción.
Tras avanzar un par de kilómetros, el panorama se vuelve más extremo, porque el amable camino pavimentado se acaba y da paso drásticamente a una pedregosa vía de tierra, que más de algún inconveniente podría traer a un conductor principiante. Sin embargo, cuatro horas de viaje desde Valparaíso no pueden terminar así, sin llegar a destino. Hay que seguir: los alumnos y la profesora-directora de la pequeña escuela de El Pedernal nos esperan.
Cuando ya se hace costumbre ver solo arbustos y montañas alrededor, tras recorrer cerca de 20 kilómetros desde Chincolco, a lo lejos y en medio de algunos árboles, al fin se divisa la escuela básica más extrema de la región.
Alrededor de ella, no más de cuatro viviendas y una posta cerrada (no es día de turno médico) completan el panorama: el resto de las familias vive en sectores más rurales, donde se las ingenian para cultivar la tierra y alimentar a su ganado, a pesar de las adversas condiciones.
Seis vidas, una escuela
Restan solo algunos minutos para que finalice la jornada de la mañana y los alumnos siguen concentrados la clase de Matemáticas junto a la directora María Magdalena Valdivia, más conocida entre los estudiantes y sus familias como la "Tía Magüi".
En esta clase la acompaña además el asistente de la educación, Sergio Aguilera, pero él se irá a las 13.00 horas y será la docente quien continuará la jornada junto a los pequeños.
"Magüi" lleva cuatro años trabajando y, por qué no decirlo, viviendo al servicio del establecimiento unidocente. Como debe preocuparse de cada detalle administrativo y académico del lugar -sumado a que tiene domicilio a varios kilómetros de allí, en la localidad de Chincolco, y que la locomoción escasea-, pernocta de lunes a viernes en una pequeña casa al costado de la única sala de clases de la escuela.
Por las tardes, tiene la ventaja de caminar un par de pasos y llegar hasta su casa desde el trabajo, pero aquello también implica que en ningún momento del día se desconecte de sus labores docentes. Apenas ve a su hija y nieto los sábados y domingos, pero asegura que está feliz con la labor que realiza con los niños de El Pedernal.
"Si uno lo mira desde el punto de vista ciudad, obvio que se ve muy complicado, pero cuando a uno le gusta lo que hace, el trabajo, no complica nada", dice la abnegada profesora.
A ese encanto que siente por su labor en este apartado sector de Petorca, también reconoce que se suma la especial conexión que sintió desde pequeña con el lugar. Cuando junto a su familia llegaba hasta El Pedernal para hacer paseos o acampar. "Cuando pasaba por acá afuera siempre me decía 'algún día voy a trabajar acá'. Es que la montaña me gusta mucho", recuerda.
Esa entrega total por su labor docente es reconocida por los apoderados quienes, a pesar del escaso tiempo libre disponible en medio de sus labores diarias y los limitados recursos económicos, son activos participantes en las reuniones de curso y actividades extraprogramáticas.
Aunque pequeños (entre los 6 y 10 años de edad), sus cinco alumnos también valoran la entrega de la docente, lo que se nota al ver la afable relación entre ellos en la sala de clases.
La migración de estudiantes es otro tema de constante preocupación en este tipo de establecimientos apartados, unidocentes. De hecho, comenta la profesora, en la misma comuna de Petorca pero en el sector de Frutillar, la escuela básica tuvo que cerrar este año, ya que se quedó sin alumnos debido a la partida de los menores a otros lugares para continuar sus estudios.
Sin embargo, confía en que aquello no ocurra con El Crucero: "La escuela de El Pedernal sobrevive porque cuando llegué acá había dos alumnos, ahora tengo cinco, ha ido subiendo. Si no se retira ninguno, el próximo año serían seis porque llegan alumnos nuevos a primero básico", dice la "Tía Magüi".
Actualmente, en la única sala de clases del lugar aprenden, de acuerdo a su nivel, dos de primero básico, uno de segundo, uno de cuarto y otro de quinto.
Caminar para aprender
María Magdalena pone todo su empeño y conocimientos para que la escuela de El Pedernal continúe en pie, haciendo patria a los pies de la cordillera de Los Andes, en el último lugar poblado del norte de la región antes de la frontera chileno-argentina.
Pero el mérito de continuar con la educación en esas tierras inhóspitas también es de sus alumnos, quienes deben soportar climas extremos y, en algunos casos, también caminar kilómetros para llegar hasta el establecimiento.
Matías Veas vive a casi dos kilómetros de la escuela y, sin titubear, camina todas las mañanas sobre piedras y tierra para llegar y regresar del establecimiento.
Antes, comenta este alumno, hacía el recorrido en una bicicleta, "pero ahora no puedo porque se me pinchó. Soy pobre", dice con una sonrisa y alegría que perturban. ¿Cómo, a pesar de las dificultades, puede tomarse este problema con optimismo? La inocencia de la niñez y haber crecido en esta extrema tierra sin duda lo han fortalecido y, de hecho, asegura que nunca ha pensado en dejar de asistir a clases.
Como todo niño, en ocasiones despierta con flojera, pero aunque tiene que levantarse al menos una hora antes que el resto de sus compañeros de aula, lo hace sin problemas. "Aunque tengo que caminar harto, igual me gusta venir para aprender y estar con mis amigos. Cuando vengo para acá eso sí a veces hay que tener cuidado con las avispas", dice.
Ante la falta de un servicio de transporte establecido de manera permanente, la soledad del camino y los insectos o animales no son las únicas amenazas para Matías y el resto de sus compañeros. Es más, recuerda que hace un par de inviernos, mientras caminaba bajo la lluvia y sobre el barro, vio interrumpido su andar por la crecida del río El Pedernal. Entonces, comenta, "yo venía y pude llegar hasta el río nada más, porque el río venía inmenso con toda lluvia que hubo, venía café el agua. Tuve que pasar por un puente, pero no me dio miedo".
Días extremos
El último invierno fue seco y aunque los alumnos de El Crucero no tuvieron que lidiar nuevamente con el aumento del caudal de los afluentes, sí en el establecimiento tuvieron que ingeniárselas para hacer frente al frío. Su único aliado fue un pequeño calefactor, sumando a mucha astucia. "Es una cosita eléctrica chiquitita (el artefacto) y con eso abrigamos la sala y trabajamos todo el día. Cerramos bien las ventanas y la puerta y listo. Lo mismo si se ocupa la otra sala que es biblioteca", detalla la "Tía Magüi".
Para que el aula esté apta para recibir a sus alumnos, cada mañana de la temporada invernal la docente se levanta a las 6.30 horas. Entonces, antes de ducharse, dice, "vengo, abro la sala y prendo el calefactor, cosa que cuando ellos lleguen y yo llegue también, esté más o menos temperada la sala. Ellos entran a las 9 de la mañana, antes llegan a tomar desayuno y están hasta las cuatro y media de la tarde, así que todo tiene que estar perfecto". Aquel horario de entrada diferido tiene que ver con "adaptarse a la realidad del sector debido al frío intenso por estar a los pies de la cordillera", agrega la profesional.
Ahora, en los días de extremo calor que se aproximan (las temperaturas, en promedio, se alzan sobre los 30 grados en la zona), los resguardos deberán mantenerse. De hecho, comenta la docente, ya han tenido que comenzar a recurrir a dos humildes ventiladores con los que cuenta la escuela.
La campana suena y ya es hora de almorzar en El Crucero, uno muy particular, que navega por tierra firme en medio de difíciles caminos para alcanzar su destino: la educación. Hoy, sus alumnos solo pueden explorar los parajes de los grandes centros urbanos, donde abundan las oportunidades de captar conocimiento, a través de lo que ven en internet. Sin duda, disfrutan su apacible diario vivir campestre, pero también necesitan hacer menos notorio ese aislamiento geográfico y es deber de las autoridades competentes propiciar a que eso ocurra.