Haitianos en español
Más de 30 personas de Haití y una inmigrante iraquí participaron de un curso de español, impartido hace dos años por profesores sanantoninos, que voluntariamente decidieron ayudar a eliminar las barreras idiomáticas que separan a nuestras culturas.
La parroquia Santa Luisa de Marillac de Barrancas se vistió de etiqueta. Más de 30 inmigrantes haitianos y una iraquí se apostaron con sus mejores trajes en el lugar, a la espera de la ceremonia donde recibirían una certificación tras haber participado en un taller de español, impartido por voluntarios de San Antonio.
Los minutos previos al acto, la ansiedad y expectativas hacían vibrar el ambiente, pero cuando comenzaron a llamar a los estudiantes para entregarles sus diplomas los aplausos retumbaron en el salón. La alegría inundó el ambiente y los flashes no tardaron en llegar. Ninguno de los participantes quería dejar en el olvido este importante momento, incluso algunos hacían transmisiones en vivo en las redes sociales para que sus compatriotas en esta tierra y en Haití presenciaran lo que estaban viviendo.
"Muchos de los estudiantes que están recibiendo este diploma hoy llevan dos años en el taller. Ha habido un avance importante en ellos, porque están recibiendo el apoyo de la misma comunidad y del lugar donde trabajan y donde viven. Debido a todo esto, el empuje que han dado ha sido mayor al del año pasado", comenta el párroco Xavier Santamaría, impulsor de esta iniciativa solidaria.
El taller comenzó en abril de 2017. Santamaría reunió a un grupo de profesores y otros profesionales dispuestos a entregar su tiempo y conocimientos con el objetivo de que los haitianos que "arribaban a San Antonio pudiesen conocer más sobre el español y, así, defender sus derechos y evitar los abusos en sus lugares de trabajo", explica el padre.
Cada martes y domingo, seis profesores voluntarios se abocaron a esta tarea, incluido el párroco. Apoyados por guías del Servicio Jesuita a Migrantes, partieron enseñando lo elemental del español, como los saludos y las rutinas, hasta ir avanzando a unidades más complejas.
Agradecidos
Madsen Jacque, de 27 años, lleva dos años y cinco meses trabajando como bodeguero en la feria mayorista de Bellavista, Acoma. En cuanto supo del taller quiso participar para aprender más de español y a largo plazo cumplir uno de sus sueños de toda la vida: "conocer todos los países del mundo".
Respecto a cómo le ayudó el curso, el joven manifiesta que "me siento súper bien por cerrar este curso, súper tranquilo y mucho más mejor que el año pasado. Aprendí más cosas, siento que yo tengo mucho español en mi mente y que me puedo defender de cualquier cosa ahora".
Jacque es uno de los tantos inmigrantes que había pasado por República Dominicana antes de llegar a San Antonio. "Cuando llegué a Chile igual sabía algo, pero hay muchas cosas que no conocía, como los verbos y las formas de conversar. Ahora sé más cosas, como los garabatos de la gente, ahora yo sé casi todos los garabatos, que son los que más ocupan los chilenos, todos los días", dijo riendo.
Además del idioma, Madsen agradece "el sacrificio que hacen los profesores en el año, porque hacía mucho frío y ellos venían igual, pasan muchas cosas por enseñarnos".
"Los profesores nos han tratado muy bien, son muy alegres con todos. Nosotros no podemos pagar por esta ayuda que nos dieron los profesores, por eso yo reclamo una doble porción de bendiciones para ellos y ellas por la ayuda que nos dieron", afirma Marcelino Belizaire (30), quien leyó el discurso a nombre de todos sus compañeros.
Voluntariado
Los estudiantes no son los únicos agradecidos con esta experiencia. Los voluntarios también valoran mucho lo que ha significado este taller.
"Trabajar con ellos para mí ha sido una gran enseñanza. La resiliencia que ellos han tenido al estar acá y enfrentarse a un idioma nuevo es admirable", asegura el profesor Raúl Martínez, quien cada domingo compartía con los inmigrantes.
Las aulas para los voluntarios se transformaban, además, en un importante espacio de acogida. "Aparte de enseñar el español, he tratado de darle un sello desde el desarrollo personal y que sea una instancia de contención. He sido muy enfático en que se tienen que sentir a gusto, bienvenidos y no discriminados ni cuestionados", recalca Martínez.
En el contacto con los alumnos, han conocido la mala situación en que muchos de ellos se encuentran.
"Es injusto el trato que reciben. Desde el año pasado nos fuimos involucrando en sus vidas, conocimos dónde y cómo viven y vimos muchas necesidades. Daba rabia que los propios chilenos no hayamos sido capaces, como sociedad, de acogerlos de mejor manera. Hay mucha gente abusiva, que cobra costos elevados por arriendos en lugares miserables, que ningún chileno pagaría. Ellos solo quieren una oportunidad", afirma la profesora Mónica Ubilla, quien junto a los otros voluntarios ha hecho colectas de ropa y alimentos para los estudiantes más necesitados.
Debido a la difícil situación que muchos atraviesan, el párroco Santamaría expresa que "procuramos que se sintieran a gusto en el país y que estuvieran dignamente aquí. Que a pesar de las dificultades que hay con el trabajo y el cansancio que llevan, sintieran que hay gente que los quiere, que hay un espacio donde ellos podían acudir".
Duros momentos
Una de las estudiantes más aplaudidas por todos fue Denise Honore (40), quien tras la ceremonia agasajó a sus compañeros con los platos típicos de su tierra natal, siendo alabada por los asistentes.
Honore lleva 14 meses en Chile y tras pasar por Santiago y El Quisco, hoy busca una nueva esperanza en San Antonio. Ella es una de los inmigrantes que se encuentra en un complejo momento.
"Estuve trabajando en El Quisco. Hacía aseo en un apart hotel de 15 habitaciones y en tres cabañas. Tenía mucho trabajo, no tenía un día de descanso a la semana y la jefa no pagaba. Pedí un día libre y me despidieron. No he encontrado trabajo desde enero", relata Honore, quien tiene una hija de 16 años en Haití y ha sobrevivido gracias a la ayuda que le envía su familia.
Inclusión
Los haitianos no fueron los únicos beneficiarios del curso. Handia Saad, quien llegó hace 14 años a la comuna puerto, decidió sumarse a este curso. "Mi casa queda en República y vi el letrero del curso cuando pasé por aquí, entré y pregunté y me dijeron bienvenida. Estudié un año", comenta.
De su experiencia en el curso, rescata que "me parece muy bien. Me gusta compartir con todas las razas, con todas las personas. Yo no tengo preferencia, todos somos seres humanos y hay que compartir para vivir".
Saad, quien profesa la fe musulmana, fue rápidamente aceptada por sus compañeros. La diversidad que se dio en el curso es un punto que destacan los estudiantes y profesores.
En ese sentido, el profesor Martínez sostiene que "la tierra es de todos. Independiente de que seamos de un país, de un grupo étnico o hablemos determinado idioma, todos formamos parte de un solo gran hogar, que es el planeta mismo. Para mí no existen las fronteras".
"Lo que estamos haciendo es transversal. Estamos en una parroquia católica realizándoles clases a inmigrantes haitianos, que en su mayoría son evangélicos, y a una estudiante iraquí que es musulmana. Ellos saben que vienen a aprender, a compartir y se han relacionado muy bien", acota la profesora Ubilla sobre la labor que esperan continuar el próximo año, para así derribar las barreras del idioma y las otras que se han ido estableciendo en nuestra sociedad.