Luis Neira: el sanantonino que sobrevivió a una explosión en un barco mercante
La tragedia ocurrió en Antofagasta en 1965 y después de aquella experiencia dejó San Antonio.
El sanantonino Luis Iván Neira Matus, a sus 70 años, es un sobreviviente. A las 8.30 de la mañana del 13 de enero de 1965, cuando trabajaba en el puerto de Antofagasta a bordo del barco mercante María Elizabeth, una explosión en dicha embarcación, producto de una fuga de gas, hizo que su vida estuviera al límite de la muerte.
"Nos embarcamos en el puerto de Valparaíso y y el barco explotó en Antofagasta. Estábamos descargando y se reventó un tanque de gas gigante. Todo el puerto quedó destruido y los demás barcos que estaban atracados tuvieron que arrancar", recuerda sobre aquella trágica mañana.
Cuando ocurrió el accidente que dejó marcada para siempre la historia portuaria antofagastina (hasta el día de hoy se hacen ceremonias en honor de los trabajadores y mercantes fallecidos), Luis Neira estaba cerca de cumplir los 17 años, por lo que contaba con un buen estado físico, lo que fue fundamental para que realizara un heroico gesto.
"Logré salvar a un cocinero y a un mayordomo. Tras la explosión me tiré al mar y nadé unos 500 metros. En San Antonio, cuando era más chico, iba al sector de la Boca del río Maipo, desde donde sacaba machas, almejas y todo lo que saliera, entonces aprendí a nadar en las olas, lo que me ayudó aquel día del accidente", afirma.
Tras recibir los primeros auxilios, los sobrevivientes de la tragedia fueron traslados lo más rápido posible hacia Santiago. "Fue una experiencia muy fuerte. Salimos todos quemados y nos trasladaron de urgencia en un avión de la Fuerza Aérea. En el trayecto se iban muriendo al lado mío amigos con los que trabajaba. Como nos llevaban en unas especies de camarotes, la sangre y el vómito corrían por todos lados. Yo me salvé porque aún me quedaban fuerzas y como podía me iba acomodando", hace memoria.
Cuando llegaron los accidentados a la capital, fueron portada de la mayoría de los medios de prensa. Hasta el presidente de la época, Eduardo Frei Montalva, se involucró en el caso y prometió ayuda para los damnificados. "Nos dijeron que nos iban a apoyar pero finalmente nada de eso ocurrió. Estuve casi seis meses en Santiago entre operaciones terribles y tratamientos para curarme. Cuando me dieron el alta lo único que hicieron fue dejarme en el terminal de buses para regresar a San Antonio", asegura.
Desilusionado
En la ciudad puerto, Luis Neira tuvo que aprender a convivir con un aspecto que llamaba la atención por donde pasara. "La gente me miraba y se asustaba, se arrancaban de mí porque parecía monstruo. Tenía todo el pelo pegado en la cabeza y los ojos parecían como si tuviera unos huevos dibujados. Acá en San Antonio estuve casi un año recuperándome".
Luego de darse cuenta que no recibiría mucha ayuda, el sanantonino se hizo una promesa: "Me renegué a trabajar y dije que nunca más en la vida me ensuciaría las manos en este país. La única que me ayudó fue mi madre adoptiva, Amada Vera, quien me curaba y lloraba al ver cómo estaba, ya que tenía el cuerpo lleno de furúnculos", reconoce.
Ya recuperado y caminando mejor, además de haber renovado el pelo quemado producto del accidente en el puerto de Antofagasta, cumplió su promesa y dejó el país en 1967. Su primera parada fue la pampa de Argentina, donde trabajó como gaucho cuidando 5 mil ovejas.
"Luego me fui a Buenos Aires y ahí nuevamente trabajé en el sector portuario. Hasta que me embarqué al puerto de Hamburgo en Alemania y desde ahí que estoy residiendo en Europa", cuenta.
Infancia sanantonina
Luis Neira recuerda con orgullo su infancia y niñez en San Antonio, la que lo fue marcando para el resto de su vida. "Me crié en toda la zona entre Llolleo y San Antonio. Yo vivía en el sector de Puertecito donde estaba con mi madre adoptiva, Amada Vera, con quien estuve desde los tres meses de vida. Y por eso mismo es que me puse a trabajar desde los 6 años de edad, vendiendo diarios, lustraba zapatos, vendía naranjas, salía a vender pan amasado, entre otras cosas", reconoce orgullosamente.
-¿Siempre estuvo ligado a la actividad portuaria y en el mar?
-Aprendí mucho mientras vivía en Puertecito. Por eso cuando mi padre biológico me llevó a Perú al puerto de Callao, porque querían que aprendiera, me puse a trabajar en lanchas a los 12 años. Les dije a los pescadores que sabía de labores de mar y me dieron pega en un chalanero, que es la lancha auxiliar que va detrás del buque. La verdad que en ese tiempo junté buen dinero, cerca de 3 mil dólares. Pero como no sabía administrar el dinero, me lo gasté rápido y cuando volví a Chile empecé a trabajar nuevamente y así surgió la posibilidad de embarcarse como 'medio pollo' en el mercante "María Elizabeth", que se suponía que tenía que llegar a Arica pero terminó explotando en Antofagasta.
Vida europea
Tras llegar al puerto de Hamburgo, en Alemania, a principios de la década de los '70, comenzó una nueva etapa de vida en el Viejo Continente. Vivió en Alemania, España, Holanda, entre otros países, realizando trabajos en diferentes áreas. Además, estudió ingeniería y logró aprender nada menos que ocho idiomas.
En la parte personal, lamentablemente primero quedó viudo de una pareja inglesa con la que estuvo durante cinco años. Posteriormente, tuvo dos hijos con una pareja peruana y hoy reside en Inglaterra con su señora Wendy.
"Actualmente en Inglaterra, después de tanto esfuerzo, tengo una compañía de contratistas. Construimos casas, reparamos y hacemos ampliaciones. Y lo bueno es que uno de mis hijos trabaja conmigo", comenta el sanantonino que viene de vacaciones cada vez que puede a la ciudad puerto ("a mi señora inglesa le gustó y, además, tenemos un terreno pasado Santo Domingo donde estamos construyendo una casita para vacacionar", explica), instancia donde recuerda todas aquellas aventuras que le tocó vivir de chico.
-¿Me imagino que se quedará viviendo en Inglaterra?
-Bueno sí, aunque nunca he cambiado mi pasaporte de chileno y lo que siempre extraño de Chile es la fruta. La vida me golpeó duro pero me enseñó bonito. Siempre recuerdo los sufrimientos que tuve acá en San Antonio y que se los comentaba a mis hijos para que supieran del esfuerzo. Es por eso que ellos son unos chicos muy buenos y saben cómo es la vida que me ha tocado.