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El día viernes 12 de abril reciente falleció nuestro diácono de Lo Gallardo, don Amador Riquelme Leiva. Pude asistir a la misa con que el pueblo le dio su último adiós, la capilla colmada, la calle del pueblo engalanada con globos blancos y amarillos. En la iglesia donde tantas veces presidió la liturgia, bautizó, casó, despidió a los difuntos, predicó, lo acompañaron su familia, la directiva de la Junta de Vecinos en pleno, el sacerdote celebrante, varios diáconos y la gente del pueblo; una sobrina hizo recuerdos de él, una nieta le dedicó la canción "Plegaria a un labrador" de Víctor Jara, cantada con mucha emoción.
En estas líneas, quiero dar testimonio de un hombre bueno, de su servicio a Dios y al pueblo de Lo Gallardo. Varias décadas en esta labor de servir a la Iglesia, hicieron que se convirtiera en parte del alma de un pueblo que conserva vivo el sentido de la trascendencia. Don Amador Riquelme era su diácono, un hombre al servicio de todos desde la vivencia de una fe probada a lo largo de los años. Un ejemplo de fe y de perseverancia. Y cuando un hombre persevera en el tiempo, adelanta y se transforma en un referente. Eso ocurrió con don Amador: dio testimonio en un largo camino. Allí estuvo cuando lo necesitamos para bautizar, para una liturgia, para despedir a nuestros muertos, pero, sobre todo, para actuar con generosidad entre los vivos, para ser quien nos recuerda en el tiempo a Dios en la comunidad.
Ese hombre permanecerá en la memoria de quienes lo conocieron en nuestro pueblo; su actitud sencilla, su voz firme y elocuente en sus prédicas; desde su humanidad, dio testimonio de vida cristiana. Eso es lo que importa. Lo Gallardo lo despidió, con el homenaje que merecen los hombres que se entregaron al servicio de sus semejantes: el pueblo se desbordó para despedir a su diácono. Le entregaron el mayor homenaje: nadie permaneció indiferente a su partida, ni dejó de reconocer la grandeza y permanencia de su obra. Gracias por el bien que hizo, don Amador. Hombres como usted son los indispensables de nuestro mundo. Lo Gallardo siempre lo recordará.
José Miguel Ruiz
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duerme en la calle
No hay quien lo mueva de la vereda. Don Juan Santibáñez lleva varios días durmiendo en la vereda de la calle Centenario, en las afueras de la Escuela Industrial. Aunque tiene su colchón y frazadas, la llegada de los fríos no augura nada bueno para él.
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