El hombre que tiene
Oscar Díaz Araos se dedica al ancestral oficio de componedor de huesos, una labor que le fue traspasada y que hoy desarrolla gracias a su fe y poder sanador.
Las manos de Oscar Díaz Araos no son muy grandes, se diría que son del tamaño promedio, algo gruesas, sin durezas y con pocas marcas para su edad (59).
Esas manos que él cuida tienen además una sensibilidad especial, una que le permite a este melipillano, saber exactamente qué hueso y qué articulación no está funcionando como corresponde y genera dolor.
Por eso decenas de personas llegan hasta su casa en la población Santa Laura de la vecina comuna en busca de una solución a sus dolencias, cuando ir al médico y al hospital dejaron de ser una opción.
Oscar Díaz coloca sus manos sobre la zona afectada, mueve sus dedos cuidadosamente, palpa aquellas zonas hinchadas y con movimientos certeros y decididos vuelve a colocar los huesos en su posición original. Por lo general, un sonido seco acompaña a la acción que proveerá alivio al desventurado y enrielará su andar por esta vida.
Ahora, algún advenedizo dirá que colocar un hueso en su posición original es algo que podría hacer cualquier persona en un momento e instante determinado, pero saber qué hueso y de qué forma se debe hacer el trabajo, eso es otra cosa.
Y es ahí donde entra muy campante Oscar Díaz.
"Mire, yo tengo 42 años de experiencia en esto y he visto de todo, desde torceduras hasta aberturas de carne, contracturas, zafaduras; uhhh..., muchas cosas que afectan a las personas, a los viejitos. Sé tirar hasta la columna", dice.
Las aberturas de carne son habituales y por este concepto se conocen todas esas lesiones a las que se ven expuestos los deportistas ocasionales o individuos que en un instante realizan una fuerza desproporcionada generando desgarros musculares, que en el fondo son pequeñas rupturas de fibras musculares tras un impacto o un tirón fuerte. Estas son cosas más comunes de lo que se cree y afectan a un porcentaje importante de personas.
Ahora, hay un tipo clásico de cliente para Oscar Díaz: los deportistas de fin de semana.
Se trata de aquellos individuos que durante la semana trabajan en constructoras, oficinas, departamentos, dependencias varias; por lo general, haciendo poco esfuerzo físico, pero que los sábado y domingo se visten de corto, se calzan los zapatos de fútbol y corren gran parte de los 90 minutos tras el balón en una cancha de 100 metros que habitualmente no se encuentra en las mejores condiciones.
Obvio, ese deportista ocasional no elonga antes ni después de semejante esfuerzo físico, por lo que es una potencial víctima de una torcedura o una abertura de carne.
"Yo atiendo en mi casa ubicada en calle Las Araucarias 1238 de la población Santa Laura y siempre llegan personas buscando una solución a sus problemas. Yo los recibo a la hora que sea porque entiendo que las lesiones son dolorosas y la gente busca ayuda. Muchos no tienen la plata para ir al médico o trasladarse hasta el hospital y esperar que los atiendan, por eso llegan donde los componedores de huesos para que los ayuden. Claro, esto es algo que muy pocas personas lo hacen porque es un oficio antiguo y que se tiene que aprender. No todos lo pueden hacer, es como un don", comenta con convencimiento Oscar Díaz.
-¿Cómo un don?
-Mire, esta capacidad, esta forma de dar salud es algo que a uno se le entrega. A mí me la dio una vecina antigua que tenía y a quien conocí desde niño. Ella se dedicaba a componer huesos y como yo era un cabro chico metido, iba viendo lo que ella hacía. Un día me dijo que me dedicara a esto, que ella me enseñaba, que me haría ese regalo para mantener la tradición.
-¿Usted se decidió de inmediato, o lo pensó dos veces?
-Altiro nomás, ve que a mí me gusta ayudar de esta manera. Empecé a los 17 años. Al principio me daba un poco de vergüenza, como que no me atrevía a practicar.
-¿Cómo fue ganando experiencia, porque me imagino que eso es fundamental en este oficio?
-Poco a poco. Al principio con los amigos con los que pichangueábamos los fines de semana. Ahí típico que alguien sufría una zafadura, una luxación. Los cabros me decían: ya, "Toto" -porque así me conocen- arréglale el hueso a ese. Y ahí mismo en la cancha le pegaba su arreglo. Le acomodaba el hueso, un tirón y lo volvía a colocar en su lugar. Pero era algo entre nosotros.
-¿Y cómo se supo entonces que Ud. tenía facilidad para este trabajo?
-Se fue corriendo la voz nomás. Como decía, al principio me daba vergüenza, pero cuando vi que las cosas me salían bien y que realmente ayudaba a las personas, me decidí a dedicarme más tiempo a esto y dejar mi trabajo que tenía en la construcción.
-¿Quiénes son sus clientes?
-Personas de todas las edad, me va a creer usted... Están los futbolistas de las canchas los fines de semana. Esos llegan con los tobillos así de hinchados (y hace un gesto con las manos como representando algo abultado); son de todas las edades. Algunos más viejos que otros. Tengo un cliente que es un cabrito jovencito que es rebueno para la pelota, pero es un palito, flaquiiiito. Entonces como es bueno para la pichanga se pasa a varios jugadores, pero cuando lo golpean se zafa altiro y ahí su papá lo trae para acá porque se aburrió de llevarlo al médico y al kinesiólogo. Yo lo arreglo rapidito, le hago un masaje, le aplico calor, le digo que descanse unos días y después, puffff, quedan como si nada. Hay otros que necesitan que les tiren la columna.
-¿Cómo es eso?
-Hay personas que tienen dolores en la columna que no los dejan moverse. Allí uno se pone por detrás, los pesco, los levanto y suenan igual que una tabla. Se quejan un poco, pero quedan agradecidos porque quedan impeques. Shaaa, se pasó maestro, ahora sí, me dicen.
-Es efectivo el tratamiento entonces...
-Tengo clientes muy fieles, que han venido durante años a atenderse y están muy satisfechos porque ven que conmigo tienen solución. Lo mismo pasa con una viejita que sufre de problemas en la clavícula. Siempre llega con el hueso afuera. En un rato la dejo sin dolor. A veces llega quebrada y ahí le digo que se vaya al hospital porque no hay nada qué hacer ahí.
-Esta es una labor donde el dolor siempre está presente...
-Sí, no ve que las personas aparecen a mi casa cuando ya no han encontrado soluciones en otros lados. Algunos llegan apenas, a otros los traen sus señoras y muchos supieron que yo hago esta pega porque alguien les dijo y pasan a la casa buscando al viejito.
-¿Al viejito?
-Claro, llegan preguntando por el viejito que compone huesos. Yo le digo: oiga, sino es ná tan viejito... y me quedan mirando como no entendiendo. Ahí les aclaro que soy yo el componedor y claro, piensan que este oficio lo tiene que hacer un viejito. Por lo de la experiencia...
-¿Duele cuando Ud. aplica los tratamientos?
-No, quizás un poco, pero se soporta. Yo ahí les meto conversa a los clientes para que no estén tan pendientes de lo que estoy haciendo. Cuando no se dan cuenta ¡zas! hago el movimiento. Unos pegan el grito, pero después se sienten aliviados. Otros me agarraban a garabatos jajajajaja, incluso hay algunos que se han desmayado. Eso sí, las mujeres por lejos son las más valientes. Los hombres llegan acompañados y por lo general, con sus esposas que son las que los convencen.
-¿Qué es lo mejor de este oficio?
-Ayudar, creo que poder ayudar a la gente que está sufriendo es lo mejor y eso lo seguiré haciendo.