Luis Díaz: "Si volviera a nacer, volvería a ser camionero"
El viejo Lucho o Luchito, como lo llaman sus amigos y compañeros de trabajo, dice ser el camionero más antiguo de la Región de Valparaíso. En los registros de camioneros nadie tiene un número de carnet de identidad menor al suyo, que empieza con tres millones.
Luis Alberto Díaz Toro lleva 59 años manejando camiones y a sus casi 80 años, todavía se mantiene activo y bien de salud física y mental , lo cual atribuye a su estilo de vida sano, a su optimismo y a no pasar rabia con nadie. "Nunca he sido amargado. A todas las cosas les encuentro una solución", dice con convicción. Actualmente, trabaja en la empresa de transportes Manuel Tapia de San Antonio.
Díaz nació el 8 de agosto de 1939 en San Antonio en el seno de una familia de escasos recursos, conformada por seis hermanos. Su madre se ganaba la vida lavando ropa y su padrastro, quien se casó con su madre cuando él tenía seis años, era albañil.
"En mi casa éramos requetepobres. Techo de fonola, suelo de tierra, pero en mi casa jamás escuché, con el permiso suyo, la palabra 'mierda'. Cuando el papá estaba guapo y ya no daba más, decía: '¡cresta madre!' y mi mamá lloraba. 'Anda guapo Manuel', decía. Y eso era todo. Fue un buen papá. Nos criamos con hartas falencias, pero bien, con cariño de hogar … Si yo hubiera conocido a mi papá, no lo hubiera querido tanto como quise a mi padrastro", confiesa el experimentado conductor.
Luis Díaz estudió hasta segundo año de Humanidades. Cuando su padrastro sufrió un accidente laboral, empezó a trabajar en el puerto, cosiendo sacos en los barcos. Corría el año 1952 . "Había que comer y ahí me acostumbré a mantener una casa", asevera.
Sin embargo, sus hermanas sí pudieron completar sus estudios. "Tengo cuatro hermanas que son profesoras. Y los tres hombres salimos tontos, jajaja. Yo soy chofer, un hermano es guardia y otro hermano hacía bolsas para la feria, tenía una miniempresa", cuenta.
Pese a todo, no se arrepiente de haber dedicado su vida a trabajar como chofer. "Si volviera a nacer, volvería a ser camionero".
Desde que comenzó a trabajar, Luis no ha estado un solo día sin trabajo. "No sé lo que es estar cesante", asegura, pero comenta que su doctor ya le aconsejó cuándo parar. "El médico que me ve, me dijo: 'Te felicito que trabajes, pero el día que se te olvide la patente del camión, tu RUT, tu número de teléfono, bájate de inmediato (del camión). Sé honesto contigo mismo. No sigas'. Y tiene toda la razón", afirma.
Sin niñez ni juventud
Díaz enviudó hace tres años, luego de 57 años de matrimonio y cuatro hijos. Hoy tiene, además, 10 nietos y cuatro bisnietos. Ha sido una etapa difícil, pero ni sus hermanas ni sus hijos lo han dejado de lado; por el contrario, se siente acompañado y querido. "No estoy tan desamparado", señala.
Sobre su vida en sus primeros años, el chofer reflexiona: "Yo no fui joven, pasé de niño a hombre. A los 20 años estaba casado y tenía un hijo. No supe jugar a la pelota, no supe encumbrar un volantín, no supe jugar a las bolitas, no supe nada de eso, porque estaba trabajando. No disfruté mi juventud. Entonces, me salté esa etapa. Y usted, aunque se haya casado, aunque quiera a su mujer, ve ojitos por otro lado, porque también quiere ver algo, obviamente (ríe)".
-¿Fue 'picado de la araña'?
-Poquito, no tanto, no tanto… Como todo el mundo (ríe).
-Tiene que buscarse una polola...
-No me lleve pa' llá mejor (ríe).
-¿Cómo conoció a su señora?
-En esa época íbamos al teatro (cine) Rex, en Llolleo. Yo andaba con la amiga de mi señora, pololeaba de cabrito, tenía 16 ó 17 años, y me presentó a la amiga. La dejé de inmediato (ríe) y me quedé con la que fue mi señora por 57 años.
De los sacos a los camiones
Después de que su padrastro se recuperó de las lesiones causadas por su accidente laboral, Luis siguió trabajando "porque me gustaron las monedas", reconoce.
Luego de laborar en el puerto cosiendo sacos en los barcos cuando era apenas era un preadolescente, cambió de oficio. "En vez de andar con una pala y un chuzo -porque antes no había esas pegas-, era mejor ser chofer".
"Cuando empecé a trabajar, ganaba 30 pesos diarios. Y después de coser sacos en los barcos y de trabajar en una bodega que exportaba porotos, garbanzos y lentejas, un día, un amigo que tenía camión me dijo: 'Oye Lucho, tú no eres na' de tonto, ¿por qué no vai (sic) a trabajar de peoneta, aprendes a manejar y eres chofer. ¿Cómo vai a morir limpiando porotos?'. Le hallé la razón. Cuando uno quiere aprender, aprende solo. Uno se va fijando en lo que se hace. Aprende mirando. Obviamente, cuando de primera nos pasaban el camión para ir al cemento en la noche, el patrón iba con una varilla de mimbre. Entonces, cuando uno caía en un hoyo -porque había caminos de tierra para ir pa' llá-, le pegaba a uno, pero con cuidadito (ríe)".
"Nosotros trabajábamos en el río Maipo, cargando ripio, arena. Entonces, a uno le pasaban el camión para moverlo de aquí a ahí, hacerlo a andar, a moverlo, y después, un poquito más lejos. Luego los dueños de los camiones y los choferes se quedaban por ahí tomando vino, porque, en esa época, a uno lo llevaban preso por curao, no por manejar curao. Todos los viejos se quedaban en el restorán y ahí, uno pescaba el camión y se iba pa' San Juan, como unos cinco kilómetros, cargaba y después se los pasaba de nuevo a ellos. Así aprendí", agrega.
Para este camionero ser chofer en los 60 ó 70 no es lo mismo que serlo hoy. Las carreteras eran de tierra, los viajes duraban más tiempo, se pasaba por medio de los pueblos, las máquinas eran menos sofisticadas y la actitud era distinta.
"En esos años los kilómetros no medían mil metros, medían dos mil, porque andaban a todo chancho a 50 kilómetros por hora). Me acuerdo que iba a Talcahuano -yo andaba en un Ford-, y me demoraba 14 horas", recuerda. Era la época de la carga suelta, pues no existían contenedores.
"Antes ser chofer no era como ahora. Actualmente las máquinas tienen retardadores, otros instrumentos que lo ayudan a manejar. Antes usted empezaba a pedalear, diez patadas con la pata izquierda, y déle, déle. Y con esta otra pasaba los cambios para ir reduciendo hasta que llegaba a la primera y paraba. Para ir a Valparaíso había que ser artista. El camino era todo de tierra", añade.
Pese a su larga trayectoria, Díaz nunca ha salido fuera de Chile. Y tampoco quiso viajar al norte del país, porque "para ganar 50 lucas más, no tiene sentido", sostiene. Sin embargo, sí conoce Chiloé, Talcahuano, Concepción y Temuco, de los lugares que recuerda. "Uno dice fui, pero pasó nomás".
Al preguntarle cómo le gustaría que lo recordaran, Luis responde: "Como un viejo alegre, porque nunca he sido amargado. A todas las cosas les encuentro una solución".