La madre que después de 20 años no pierde la esperanza de volver a abrazar a su hijo
La existencia de Sonia Vargas cambió para siempre el 22 de enero de 1990. Ese día su hijo José Gonzalo, de 13 años, desapareció misteriosamente en medio de la vorágine veraniega en la Playa Grande de Cartagena. Hoy, a casi dos décadas, su corazón le sigue diciendo que su primogénito está con vida en algún lugar del mundo.
A mediados de enero de 1990 Sonia Vargas Vargas tenía 43 años. Varios de sus parientes comenzaron a organizar un paseo familiar al popular balneario de Cartagena. Ella y su marido no tenían muchos recursos, pero la insistencia de José Gonzalo, el mayor de sus tres hijos, les hizo hacer un esfuerzo extraordinario para pasar unos días en la playa.
El viernes 19 de enero el familión, compuesto por 12 personas, dejó la comuna de Lo Prado, en la Región Metropolitana, y emprendió rumbo hacia el Litoral Central. El destino final era Playa Grande de Cartagena, un lugar conocido para Sonia Vargas y los suyos. Cada vez que iban, se quedaban en una residencial a pocos metros de la costa.
Niño especial
José Gonzalo, o simplemente Gonzalo como lo llamaban en su familia, tenía 13 años en esa época. Su madre lo define como "un niño súper especial". A los seis meses había sufrido una meningitis que dejó secuelas en su cerebro, principalmente a nivel de aprendizaje.
"No tuvo consecuencias físicas, pero en cuanto al aprendizaje era como un niño de 7 años. Por lo mismo lo protegíamos mucho, nunca lo dejábamos solo. Siempre estábamos preocupados de él, que era muy cariñoso y afectivo", recuerda Sonia, quien en ese tiempo también criaba a sus otros dos hijos: Paola, de 12 años; y Nicolás, de 2.
Gonzalo, sus padres, hermanos, primos y tíos disfrutaron viernes, sábado y domingo de las bondades del sol y la playa, que esos días de enero estuvo especialmente atiborrada de visitantes. Había tanta gente que el día domingo a la familia le fue imposible conseguir pasajes de bus para retornar a la capital. Solo el marido de Sonia pudo viajar, obligado por su trabajo. El resto se quedó en Cartagena hasta el lunes 22. Tenían boletos de regreso para las 19 horas.
El día
Sonia Vargas tiene guardado en su memoria cada detalle de ese inolvidable 22 de enero de 1990. Cuenta que se levantaron temprano, tomaron desayuno en la residencial y luego abordaron una "liebre" rumbo a San Antonio. Los más pequeños querían recorrer la bahía en bote.
Tras el paseo, almorzaron en un restaurante de la caleta y, a los pocos minutos, se subieron a una micro para volver a Cartagena. Eran cerca de las 5 de la tarde.
Aún les quedaban dos horas para la salida del bus y decidieron dar una última vuelta por la Terraza de Cartagena. Desde el paseo, veían cómo las arenas de Playa Grande hervían de turistas, niños y adultos, y del bullicio incesante de la gente acumulada.
Sonia relata que sus hijos y su familia se quedaron en el lado sur de Playa Grande, en la arena. En ese momento, Gonzalo le dijo que quería una paleta de dulce de un puesto que había en la terraza. Ambos fueron a comprar en medio de la multitud.
La madre aún no sabe cómo, pero relata que en fracción de segundos, y como por arte de magia, el mayor de sus tres hijos desapareció entre el gentío.
"Yo me puse a gritar como loca y toda la gente se empezó a dar cuenta de que algo había pasado, pero mi hijo no estaba por ninguna parte", rememora a casi 20 años de aquel episodio que marcó su vida y la de su familia para siempre.
Búsqueda
Cuando Sonia constató que su hijo se había perdido en el tumulto, lo primero que pensó fue que Gonzalo había regresado donde los familiares que estaban en la playa o que se había ido a la residencial. "Entre todos, que éramos unas ocho personas, nos dispersamos y comenzamos a buscarlo inmediatamente. Pero no estaba en ninguna parte", rememora.
Muchos de los turistas que estaban en la playa se sumaron a la búsqueda, al igual que los salvavidas y un grupo de marinos que recorría la costa en esos momentos. Pero nada. De manera increíble, Gonzalo había desaparecido de la faz de la tierra y no había rastros sobre su paradero.
"Ese día, cuando oscureció, fue como que el mundo se me vino encima, porque obviamente las posibilidades de encontrarlo se volvían más difíciles. Esa noche nos amanecimos recorriendo todo Cartagena", afirma.
Presunta desgracia
Según el testimonio de esta madre, a principios de los 90 en el país casi no se hablaba del tema de la gente desaparecida, salvo casos muy puntuales. De hecho, las policías ni siquiera contaban con brigadas especiales de búsqueda de personas.
"Una de las cosas que nos jugó en contra fue que en ese tiempo había que esperar 48 horas para colocar la denuncia por presunta desgracia en Carabineros. Recién ahí empezaban a buscar a las personas extraviadas", sostiene.
Tal como ocurre con los bañistas que se ahogan en el mar, los organismos públicos rastrearon durante 15 días el cuerpo del niño. La familia, liderada por la propia progenitora, estuvo seis largos meses asentada en la zona tratando de encontrar alguna pista que los llevara a Gonzalo. Recorrieron centros de salud, comisarías, las playas, los cerros y los acantilados de todo el sector costero.
La madre recibió decenas de pistas que resultaron falsas. Incluso vinieron varias síquicas que le prometieron hallar a su hijo. Ninguna cumplió su palabra.
-¿Cómo se vive después de sentir un dolor tan grande como la desaparición de un hijo?
-Estuve cerca de seis años con una depresión terrible. Después de ese tiempo recién pude aceptar que tal vez no lo iba a encontrar, pero no hay un solo día en que no me acuerde de mi hijo.
Reabren caso
Hace tres años, tras reunir una serie de antecedentes, Sonia Vargas logró que la fiscalía reabriera el caso. Entre otras cosas, los peritos de la PDI hicieron un trabajo computacional, basado en fotografías del niño y su familia, que permitió obtener imágenes virtuales de cómo estaría Gonzalo hoy, con exactamente 43 años.
"Con la reapertura del caso se hicieron algunas diligencias con las pistas que teníamos y llegamos a un niño (hombre) que era muy parecido a Gonzalo, pero claramente no era él. Yo, si algún día lo llegara a ver, sabría inmediatamente que es él", reflexiona Sonia, quien, religiosamente, cada 22 de enero y 20 de octubre -el día del cumpleaños de Gonzalo- viaja a Cartagena para sentirse más cerca del hijo que le arrebató el cruel destino.
"Siempre que voy camino por la terraza y pienso en qué será de él, dónde estará, si lo habrán sacado del país y en qué le habrá pasado", revela con emoción.
-¿Y qué cree usted que realmente le ocurrió a su hijo?
-Siempre he pensado que alguien se lo llevó, tal vez una persona que no tenía hijos.
-¿Como madre ha hecho alguna petición especial a la justicia?
-Una de las cosas que he solicitado es que nos tomen una muestra de ADN a mi y a mi marido por si mi hijo llegara a aparecer, incluso después de nuestra muerte. Hemos luchado harto para eso, pero aún no lo hemos conseguido.
A lo largo de estos años, Sonia se reunió con otros padres que han sufrido el extravío de sus hijos y sintió satisfacción cuando la PDI y Carabineros crearon unidades especiales para buscar personas. Ahora está esperanzada en que el Congreso apruebe algún día la Ley del Extraviado, que lleva años "durmiendo" y que permitiría buscar inmediata y permanentemente a las personas desaparecidas.
-¿Y la posibilidad de que Gonzalo muriera ahogado se barajó en algún momento?
-A mí jamás se me pasó por la mente. Apenas se perdió, lo primero que se hizo fue buscarlo por el mar. Con toda la gente que había en la playa, alguien lo hubiese visto. Mi marido le pagó a gente para que lo buscara en el mar, pero nunca apareció el cuerpo.
-Este domingo (hoy) Gonzalo cumpliría 43 años..
-Para cada cumpleaños el mundo se me viene encima. Siento rabia, angustia y culpa. Pienso en que, tal vez, si no le hubiese soltado la mano, él ahora estaría conmigo.
-¿Aún no pierde la esperanza de encontrarlo?
-En estos casi 20 años que han pasado nunca he perdido la esperanza de encontrarlo y volver a abrazarlo. Pienso que con la tecnología, algún día voy a tener noticias de él. Hasta ahora mi corazón me dice que Gonzalo está vivo en alguna parte del planeta. Por eso, lo único que le pido a Dios es que esté donde esté, se encuentre bien.