Nuevamente los desmanes y la violencia irrumpen en un escenario que parecía haberse calmado con el acuerdo de paz y nueva constitución. Pero más allá renombrar los hechos, propicio sería abordar las causas, y lo que parece estar operando en algunas dinámicas grupales es lo que el sicólogo Johantan Haidt acuñó como la política de identidad del enemigo común.
Este tipo de comportamiento, habitual en las pandillas, promueve la búsqueda e identificación de un enemigo en común lo cual conlleva a la activación del comportamiento tribal y la agresiva anulación de la individualidad. Las motivaciones internas de estos grupos son la guerra permanente y la lucha encarnizada, no hay espacios para la moderación o el entendimiento, es por ello por lo que desprecian la democracia.
Si realmente queremos democracia y paz estables, las políticas públicas y la educación cívica deberían encaminarse a desactivar estos mecanismos de violencia grupal que, de manera peligrosa, quieren insertarse en nuestra cultura política.
Eugenio Guerrero
Investigador
Fundación para el Progreso