Periodista cuenta cómo vivió el golpe militar desde su casa, a pasos de La Moneda
Profesional radicado en El Quisco cuenta en primera persona los horrores que vio a partir del 11 de septiembre.
Viví desde que nací en el barrio cívico de Santiago, a menos de cuatro cuadras de La Moneda, y por más de 25 años. Por entonces, Chile entero era un país provinciano, y aquellos barrios cercanos a la Alameda aún conservaban la categoría de residencial. Aquellas grandes casonas aristocráticas no pasaban, todavía, a ser oficinas de grandes instituciones, o dar paso a demoliciones para levantar grotescos edificios.
Desde muy niño tengo recuerdos de haber visto, desde el balcón de mi dormitorio, pasar a todos los Presidentes de la República, partiendo por Jorge Alessandri Rodríguez, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens. Por plena Alameda pasaban todos los años los mandatarios con destino al Parque Cousiño (por entonces llevaba ese nombre, no el actual de Parque O"Higgins) a presenciar la Parada Militar. Éramos los únicos habitantes de la cuadra, y los Presidentes viajaban en autos descapotados y, con su mano en alto, nos saludaban siempre.
Iguales recuerdos tengo con las visitas ilustres que en los "60 vinieron a Chile, y que acompañadas por el Presidente de turno pasaban por la Alameda, ya sea con destino al Aeropuerto Cerrillos o a otra actividad oficial. La Reina Isabel y Charles de Gaulle, por citar algunos, levantaron su mano y nos saludaron. Era una fiesta familiar, junto a mis tres hermanas y mi madre. Muchos familiares nos visitaban sólo para esas fechas con tal de tomar palco desde el balcón de nuestra residencia.
Soy hijo de padres con conciencia política. Ambos militantes. Mi padre socialista, mi madre democratacristiana. Nuestra privilegiada ubicación servía, además, para que los partidos políticos se interesaran y colocaran, en época electoral, propaganda en los seis balcones que poseía nuestro hogar, y que tenía como resultado varios vidrios menos, productos de algunos peñascazos de bandos contrarios. Carteles aludiendo a la "Revolución en Libertad" y la de "Las Empanadas y del Vino Tinto" se repartían los balcones.
Posteriormente fui testigo de cómo se destrozaba la hermosa y tradicional Alameda de Las Delicias para dar paso a la construcción de la Línea 1 del Metro. Era el Gobierno de la UP. Las marchas se sucedían unas a otras. Cientos de obreros con pancartas e inmensos lienzos desfilaban con cascos y picotas. A su vez, la oposición no se quedaba en zaga. Las peleas a palos, a pedradas y también a mano limpia, más la intervención de Carabineros, a través del llamado, por entonces, Grupo Móvil (hoy Fuerzas Especiales) y del guanaco, formaron parte de mi vida. Todo esto visto desde el privilegiado tercer piso de mi hogar.
Mi vecino Alfonso Márquez de la Plata, conocido por ser ministro de Agricultura de la dictadura de Pinoche, había decidido, a fines de los "60, vender su propiedad, la que fue adquirida por la Universidad de Chile para ser destinada a la Escuela de Teatro.
Desde ese momento comenzamos a tener otro polo de tensión política a menos de 20 metros de mi casa, ya que la mayoría de los estudiantes de aquella escuela eran fervientes partidarios del gobierno de turno. Por ende, era un lugar de trinchera, y desde la terraza de la fastuosa mansión de cuatro pisos, apedreaban y lanzaban todo tipo de elementos a carabineros, como también a las marchas de los opositores.
Vino "El Tanquetazo". Ingenuamente, y con recién 18 años cumplidos (en esa época no se era mayor de edad hasta los 21 años), fuimos con un par de amigos a ver qué pasaba en La Moneda. Recuerdo haber llegado hasta Morandé, haber estado a metros de los tanques que comandaba el sublevado teniente coronel Roberto Souper.
Comenzó una balacera. La gente corría y gritaba. Nos entró el pánico con mis amigos cuando vimos caer a una persona producto del fuego; corrimos desenfrenadamente. Mi casa estaba sólo a un par de cuadras, lo que significó llegar inmediatamente y seguir los acontecimientos por radio.
EL 11 DE SEPTIEMBRE
Para el golpe militar sucedió lo mismo. Pensando, ingenuamente, que el resultado sería el mismo que "El Tanquetazo", volvimos a caminar por la Alameda rumbo a La Moneda. Pero esta vez algo nos decía que no iba a ser igual. El movimiento y despliegue de tropas, los enérgicos bandos militares emitidos por las radioemisoras eran categóricos, de temer. Corrimos nuevamente hasta mi casa, para desde allí al poco rato sentir cómo se estremecía todo con el paso y posterior bombardeo de los Hawker Hunter, de la Fuerza Aérea. Luego divisabamos cómo una inmensa e interminable columna de humo salía desde el Palacio de La Moneda.
Tuvieron que pasar muchos días para dejar de sentir decenas de balazos que por las noches inundaban el sector. Gritos de ¡alto!, individuos solitaros corriendo atemorizadamente con las manos en alto, ya que de seguro los pilló desamparado el toque de queda, y no tenían más que sus pies para volver a sus hogares, los que de seguro no quedaban cerca.
Una vez más, y agazapado desde uno de los balcones de mi casa, era testigo de arbitrariedades que cometían las llamadas Fuerzas del Orden. Apaleos, combos y patadas eran propinados a tipos que fueron sorprendidos en toque de queda. Después de un balazo y del grito de ¡alto!, todo lo demás venía por añadidura.
Nunca hubiese pensado que después de haber vivido una infancia feliz, con una cultura republicana que tuve la suerte de respirar y que conocí por esas cosas del destino, me iba a tocar ser- en alguna medida- testigo de los días más tristes y la noche más larga que haya vivido nuestro país.
En el camino quedó La Nueva Canción Chilena, los ideales, y lo que entendía por justicia social. Toda mi juventud la viví con toque de queda, sin libertad de expresión, ni de reunión. Creo pertenecer a una "generación perdida" o, como diría algún sociólogo, a "la generación del silencio".
Los balcones de mi casa, los que daban a esas "grandes Alameda por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor", como dijo Salvador Allende en su discurso de despedida, nunca más fueron abiertos. El dictador pasó muchas veces por allí, pero la alegría nuestra se había esfumado, y la pena nos embargaba como a tantos compatriotas.
"Una vez más, y agazapado desde uno de los balcones de mi casa, era testigo de las arbitrariedades que cometían las llamadas Fuerzas del Orden".
"Comenzó una balacera. La gente corría y gritaba. Nos entró el pánico con mis amigos cuando vimos caer a una persona producto del fuego. Corrimos desenfrenada- mente hacia mi casa".