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El secuestro de uno de sus hijos marcó la vida de dirigente sindical

El sanantonino Luis Órdenes tenía 23 años cuando fue detenido por agentes de la CNI y separado de su familia por varios años.
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En octubre de 1984, el sindicalista sanantonino Luis Órdenes tenía 23 años cuando fue detenido por agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI). Era considerado "un dirigente peligroso".

Cerca de las 23 horas, un grupo de agentes de la CNI entró a su casa de Llolleo, mientras dormía junto a su familia.

"Tomaron a mi mujer y a mis dos hijos, de 6 y 8 años (en aquel entonces) y se los llevaron al patio. Como mis papás vivían en la casa del lado se despertaron con el ruido. Ellos intentaron evitar mi detención, pero fueron golpeados con los fusiles. Incluso mi mamá cayó al suelo, cuando uno de los agentes la golpeó en el pecho", recordó Órdenes.

"Les decían que yo tenía armas escondidas en la casa y que por ser un dirigente peligroso me iban a llevar detenido. Nunca encontraron nada, pero igual me llevaron", contó.

Antes de ser enviado hasta el cuartel de Investigaciones, de calle 21 de Mayo, el sanantonino fue sometido a una serie de torturas y vejámenes.

"Antes de trasladarme a Investigaciones, me llevaron a otro lugar. Ahí fui torturado, golpeado, humillado, pero lo que más me dolía eran las amenazas contra mi familia. El sólo pensar en que algo les podía pasar asustaba mucho más que los golpes y las humillaciones", explicó.

Después de estar por algunas horas en el cuartel de Investigaciones efectuándole algunos exámenes médicos, el dirigente fue llevado hasta la cárcel de San Antonio.

Más tarde estuvo detenido en la Penitenciaria de Santiago.

"En abril de 1985 logré recuperar mi libertad porque tras el juicio en mi contra se logró comprobar que yo no tenía armas ni nada por el estilo".

Pero la alegría le duró muy poco, porque al otro día fue nuevamente detenido y trasladado hasta el norte del país.

"Me mandaron relegado hasta la ciudad de Inca de Oro, ubicada al interior de Copiapó. No alcancé a estar un día libre, tampoco pude ver a mi familia. Allá en el norte estuve harto tiempo. Lo que más me dolía era el no poder estar con mis hijos y el sufrimiento que les estaba haciendo pasar", admitió.

"Mi familia sintió mucho mi detención. Mi mujer me fue a ver a todos los lugares en que estuve detenido. Sufrieron mucho. Mi hijo mayor le dijo una vez al sicólogo que le habían quitado a su papá", recordó.

Tras varios años, Luis recuperó su libertad, la cual le permitió reencontrarse con los suyos.

secuestro

Pero cuando todo volvía a la normalidad en su hogar, un nuevo golpe, uno de esos que remueven el piso, vino a coronar tantos años de sufrimiento.

"Cuando mi hijo mayor tenía 12 años fue secuestrado por agentes de la CNI. El fue a comprar a un negocio cuando se percató que unos hombres hace rato lo venían siguiendo", detalla.

"El pensó que eran unos mormones porque andaban de terno y corbata, por eso no le tomó mucha importancia. Justo cuando iba llegando a calle José Miguel Carrera, en Llolleo, estos tipos lo tomaron y lo subieron a un auto. Ahí lo golpearon muy duro, pero en medio de los forcejeos mi hijo se cayó del vehículo, quedando tirado en plena vía pública. Unas personas lo ayudaron. Después de eso se me vinieron a la cabeza todas las amenazas que me hicieron cuando fui torturado".

Ese episodio marcó mucho la vida de Órdenes y su familia. "Esa vez le prometí a mi mujer que me alejaría de la política y de la dirigencia sindical, pero al final nunca le cumplí. Me gustaría pedirle disculpas por todo lo malo que le hice pasar. Ella fue humillada en muchas ocasiones, por eso creo que fue la más afectada junto a mis dos hijos. Además tuvo que hacerse cargo por mucho tiempo de mi familia porque yo tenía que andar escondido para que no me volvieran a tomar detenido", dijo.

El dirigente sindical Luis Órdenes aseguró que, a pesar de todo este tiempo, hay algunos recuerdos que aún no puede borrar de su memoria.

"Cuando suena alguna reja, todavía me asusto. Ese sonido se quedó grabado en mi cabeza. Cuando estaba preso a cada rato sentía ese ruido de las rejas, cuando abrían y cerraban puertas. Tampoco puedo olvidar el olor de la cárcel ni el de las capuchas de tortura. Ese olor a humano, quizás cuánta gente usó esas capuchas... de ese olor no me puedo olvidar".

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