El Condy, el exvendedor de ojos celestes que cambió todo por el trago y el cigarro
Esta es la historia de un vagabundo que se ha convertido en todo un personaje.
Las calles de El Quisco han sido el nuevo hogar de quien se ha transformado en todo un personaje local.
El "Condy", como lo llaman cariñosamente en El Quisco, es todo un personaje. Cualquier quisqueño que se digne de tal, sabe dónde encontrarlo y también sabe que es un "curadito de los buenos".
Con respeto, sin oír nunca una mala referencia de este hombre, lo buscamos para saber quién era, cómo vivía y dónde se refugiaba cuando hace frío.
Juan Manuel Santibáñez Aceituno es su verdadero nombre, tiene 58 años y proviene de Villa Las Dunas en San Antonio. De acuerdo a sus comentarios allá aún vive su madre, quien en ocasiones lo viene a visitar.
Este hombre de llamativos ojos celestes y gran estatura, vive prácticamente en la calle. Todos los días se ubica en la entrada de un conocido supermercado del balneario. Si bien no molesta a nadie, puede causar cierto rechazo en algunas personas cuando lo ven desaseado y a veces hasta maloliente. "Él habla muy fuerte, pero no dice groserías. Es muy respetado por acá", comentan los vecinos del lugar.
-¿Y dónde está ahora?
"El Condy se fue a dormir un rato", contesta una vendedora de paños que se encuentra afuera del local. "Él vive en la casa quemada, pasado el terminal", añade la señora.
Al llegar a su refugio, el panorama no es muy acogedor. En medio de un sitio muy deteriorado se encuentra lo que alguna vez fue una casa celeste que evidentemente fue arrasada por un incendio.
Aún le queda algo de techo que cubre una pieza. Lo que queda de piso está cubierto de basura. En su mayoría hay restos de cajas de vino, colillas de cigarrillos y ropa sucia.
En medio de todo esto hay un sillón de dos cuerpos. No se ve muy cómodo, pero ahí está el "Condy" acomodándose entre un par de plumones viejos.
Alertado por el llamado de su apodo a viva voz, él responde: "Acá estoy", dice amablemente.
"Yo no me hago problemas, yo soy feliz así. Si quiero dormir, duermo. Si quiero tomar, tomo. Si quiero comer, como y si quiero fumar, fumo", revela Juan mientras bebe un trago de vino en caja y apaga cuidadosamente su cigarro.
-¿Cómo se las arregla para subsistir, para comer?
-Tengo muchos amigos y nunca me faltan las monedas para comprar comida, cigarros y vino.
Orgulloso del cariño que le demuestra la gente comenta que uno de los amigos que más considera es "don Javier", el dueño del supermercado en el que se guarece casi todo el día.
"Cuando me ve muy sucio él me lleva a su casa y me presta la ducha. Me da ropa y zapatos. Él es muy buen amigo y su señora también. Lo que no me da ni me vende es vino", comenta.
Cuando se dedicaba al comercio ambulante de condimentos -de ahí viene su apodo-, lo hacía impulsado por su cuñado que tenía una empresa de frutos del país en Llolleo. Desde ahí recorría toda la provincia con la venta de los condimentos. "Allá me decían Cunito", agrega recordando brevemente.
No tiene muy claro cuándo fue el momento en que dejó la casa de su madre, no se acuerda cómo ni cuándo llegó a ocupar esa casa quemada, pero sí se acuerda que ella lo echó de la casa. "Yo estaba en Lo Zárate y tenía mucho frío, así es que quemé mis pantalones para calentarme. Por eso mi madre se enojó conmigo y me echó. De ahí nunca más volví", cuenta.
"A mí nunca me ha faltado nada. Tengo harta gente que me quiere y me ayuda. Soy feliz. A mi manera, dijo Frank Sinatra. Obvio", afirma.
Y entre uno y otro recuerdo no termina muy bien sus relatos. Está cansado. "Cuando usted se vaya voy a fumarme este cigarrito y voy a dormir", dice queriendo terminar la entrevista.