La loca aventura del Patch Adams sanantonino
¿Cómo un correcto ejecutivo de un banco se transformó en un payaso que busca curar a través de la risa? La increíble experiencia de Luis Cueto, el clown que sana.
Pocos saben que en la vida del payaso Doctor Chanchuio hay un dolor que sólo las risas logran aminorar. Se trata de una pena que lo llevó a transformarse desde un formal ejecutivo bancario a un clown que busca sanar a través de la risa.
Lo que el payaso, que fue bautizado como Doctor Chanchuio, carga es con el dolor de ser un padre separado, una realidad que viven muchas familias de chilenos y que en su caso le permitió enfrentar dando un cambio drástico en su vida.
Luis Cueto, tiene 34 años, es padre de tres hijas, es ejecutivo de un importante banco en San Antonio, asiste todos los días de la semana a su trabajo, atiende público, cumple metas, tiene una serie de gestiones que realizar y tiene carpetas y carpetas de documentos y de trámites.
A simple vista, Luis Cueto es una persona como cualquier otra, que cumple con la rutina laboral de todos los días.
Pero Luis que expresamente pidió que se refieran a él sólo como Lucho (de ahora en adelante lo haremos así), es un padre separado.
Hasta ahí no tendría nada de excepcional por cuanto hay muchos padres separados, pero Lucho decidió enfrentar esa situación haciéndose payaso.
Tal como lo leyó.
Lucho se planteó recuperar el cariño de sus dos hijas mayores a través de la mejor forma que se le ocurrió: convirtiéndose en Doctor Chanchuio.
Esta es su historia.
Cueto dice que está lejos de representar el estereotipo de payaso. "Sí, es súper raro y los compañeros de payaso me lo señalan: ¿tú eres de un banco! Me dicen: "el traidor". Yo les respondo que sí, que éste (y se muestra a sí mismo de pies a cabeza) es el extraño, no el otro", cuenta.
-Cuando me separé; de hecho trabajo en la ONG de padres separados que se llama "Amor de Papá". Allí me nació la inquietud de hacer algo que me acercara a mis hijas. Cuando empecé a conocer lo del payaso me di cuenta de que tiene una mirada infantil, uno vuelve a ser el niño que fue antes. Todos los cursos que realicé y todos los profesores que tuve trataron de fortalecer ese aspecto. Recuperar el que fuiste, no el que eres hoy día, el que imaginaba muchas cosas, el que soñaba. Me dije que si era capaz de retomar eso, estaré en una sintonía con mis hijas y podría recuperarlas a ellas.
-Esa es la idea. Yo bajé a su categoría. Una vez que descubrí lo que es ser payaso, descubrí la maravilla. Comprobé que el clown provoca muchas reacciones en la gente, hice muchas intervenciones comunitarias a través de la ONG y vi la participación de la gente. Hoy estoy convencido en que el payaso puede cambiar el mundo. Hay casos de amigos que están en Palestina, con gente en tensión al máximo y son capaces de traspasarle alegría.
Lucho pone un caso para explicar cómo la reacción de las personas ante un payaso. "Si yo me pongo en medio de la calle y hago parar a los autos quizás me lleve una serie de improperios y pase por un loco, pero si eso mismo lo hago vestido de payaso, la reacción de la gente es otra, totalmente distinta. Descubrir eso es lo valioso", cuenta.
Al ver las espontáneas sonrisas que brotaban en los rostros de las personas cuando lo veían vestido de payaso decidió informarse y tomar un curso de payaso hospitalario.
Así buscaba convertirse en una especie de Patch Adams, el médico estadounidense conocido mundialmente como el doctor de la risa, que cada año organiza un grupo de voluntarios de todo el mundo a viajar a distintos países, vestidos de payasos, en un esfuerzo por llevar el humor a los huérfanos, pacientes y otras personas. Incluso hay una película hollywoodense de él, con Robin Williams en el papel protagónico.
"Su labor es conocidísima y me motivó a experimentar por ahí. Me matriculé en una ONG que trabaja en la Municipalidad de Puente Alto que se llama "Sonrisólogos", con ellos tomé un curso de clown hospitalario. Me enseñaron desde lo básico", señala.
-¿Cómo rompiste la barrera de la vergüenza para hacer payasadas?
-Hay un temor al ridículo, pero hay que volver a la simpleza de ser un niño. Es algo que lo vamos asumiendo. Yo como ejecutivo asumo una conducta. Mira, sería bien estúpido que yo en mi lugar de trabajo saliera y me cayera al piso. Eso provocaría algo, pero si eso mismo lo hago con mi nariz de payaso, es distinto. Y desde luego que cuesta romper la vergüenza, pero fíjate que lo recomiendo a cualquier persona porque es una liberación personal que uno descubre.
Cueto dice que la formación como payaso es clave. De ahí que reconozca el trabajo de la profesora Beatriz Yáñez, una actriz de vasta trayectoria. Ella lo "liberó" de las barreras que traía. "Cuando me titulé de payaso hospitalario la Beatriz me dijo a mí se me notaba que sabía nadar, que sólo me falta tirarme a la piscina", reconoce.
En el hospital
Con la experiencia adquirida en aquel curso partió a hacer una especie de práctica en el hospital Sótero del Río. Allí convivió con niños y adultos cercanos al dolor, una realidad que no lo dejó de sorprender, pero que a la vez, le generó una serie de enseñanzas.
"Siempre pensé que esto de ser payaso era para entregarle algo a los demás, pero en realidad es al revés, lo que uno recibe de las personas es tremendo", dice.
Lucho reitera su humildad. No quiere centrar todo en su persona, sino que recalca siempre que lo que hace lo realiza como parte de un equipo en el que hay varias personas involucradas.
Eso es lo que vive en el hospital Claudio Vicuña de San Antonio. Allí realizó junto a la Doctora Color y el Doctor Colilla una intervención de risoterapia con resultados positivos.
"Como payaso uno ve a los pacientes de Pediatría como otros niños. Les queremos llevar alegría, no lo veo en su enfermedad cuando lo visito. Y si la viera, no es lo más importante. Yo estoy con ellos para jugar, para compartir, conocernos, eso es lo que les importa", dice.
-Claro, y me tocó. Hay momentos durísimos. Como payaso uno no siente la llegada tan crítica o fuerte al enfrentarse a estas enfermedades. Si bien es cierto te preparan, uno debe mirarlas de la mejor manera. Con la pintura y la nariz roja, la situación es distinta.
-El maquillarme y colocarme mi nariz es un proceso que valoro mucho y en el que me tomo todo el tiempo del mundo. No me gusta que me vean en esa transformación. Es un momento íntimo que dejo sólo para mí. Los profesores que tuve fueron muy rigurosos y ellos exigían que la nariz debe ser roja. Es algo propio, no le sobra al payaso. Cuando uno se la coloca, no se mueve más.
-¿La experiencia en el Claudio Vicuña es lo que esperabas?
-Sí, ha superado mis expectativas. Al principio tenía recelo en hacer algo acá. No por mis capacidades, sino por hacer algo con responsabilidad. Tuve al principio unas sesiones sólo con el equipo de Pediatría para conocernos, reírnos y jugar. Ellos conocieron algo de la técnica del clown y aprendí la forma en cómo podía ayudarlos en sus procedimientos.
-Esto algo que te cambió drásticamente la vida…
-Por supuesto. Y como te decía antes, se la recomiendo a todas las personas. J
"Para un payaso está permitida la vergüenza, el ridículo y la equivocación".
"También hago intervenciones de calle y ahí trabajo con mi hermano, el payaso Colilla. Es una experiencia que implica técnica, porque la labor en dueto no es fácil".
