Una conversación con el Nicanor Parra humano
Nicanor Parra asoma por una pequeña ventana de la puerta de su casa. Mira unos instantes con ojos inquisidores y pregunta: '¿quién es?'.
-Buenas tardes don Nicanor, le digo como entendiendo que el hombre no le abriría la puerta a un extraño así como así. Y le comento que le traigo un presente.
Es la tarde de un sábado cualquiera de noviembre. Por la calle Lincoln de Las Cruces no se ve nadie; no se escucha más que el ruido del mar a los lejos.
En la acera, estacionado, el parramóvil, el Volskwagen escarabajo gris que ya es todo un clásico del paisaje del lugar. No lo maneja, por motivos de edad y salud, pero en más de una ocasión se lo ha visto simplemente sentado al volante solo... solo con sus pensamientos.
'¿Eres del correo? ¿andas vendiendo algo?', pregunta Parra tras la puerta.
-No, sólo le traigo una revista, es un regalo. Es una revista mexicana donde hablan de Ud. y pensé que le podría interesar...
'Ya, espera un rato'.
Acompañado de mi señora y mis dos pequeñas hijas, aguardamos un instante con la sola intensión de entregarle una revista, saludarnos e ir a dar una vuelta a la playa. Pero no pensábamos que el antipoeta nos abriría la puerta de su casa.
Sabía que el afamado vecino de Las Cruces no era muy asiduo a recibir a las personas, que era más bien huraño, no daba entrevistas -salvo a quien él determinara- y que mucho menos dejaría tomarle una foto.
Pero Parra abre la puerta y nos invita a pasar. Aceptamos con la idea de comentar un poco la revista y cruzar unas cuantas palabras hablando de cualquier tema, como un visitante común y corriente.
Más tarde me enteraría que Parra habitualmente conversa con personas que llegan hasta su casa para conocerlo, hablar de poesía o de su trayectoria internacional, del eterno candidato a Premio Nobel o el Cervantes, de las cazuelas, de autos, de libros o del clima. Quizás en este encuentro el antipoeta crea una imagen muy distinta de lo que uno se había hecho a través de las imágenes que se tienen de él en la televisión o en las revistas de poesía, de letras y artes.
En su casa Parra es una persona común. Toma té, lee sus libros, mira los diarios del día, disfruta de la vista del balneario. Talvez escuchará algo de radio o mirará televisión.
En su casa Parra es humano. No es el antipoeta reconocido mundialmente. No es el físico ni el matemático, ni el prolífico escritor ni el doctor de reconocidas instituciones de educación inglesas, sino una persona mayor que sólo tiene ganas de conversar. Hablar, simplemente, eso.
Había visto a Nicanor Parra antes en alguna vuelta por Las Cruces. Siempre sencillamente vestido, con algunos lápices en el bolsillo de la chaqueta y un gorro.
Nos hace ingresar por un pasillo. A un costado hay una reproducción de lo que pareciera ser la Venus de Milo. Por una puerta a la izquierda se llega al living luminoso gracias a las ventanas que regalan una amplia vista sobre el balneario de Las Cruces.
En el escritorio hay varios libros que Parra estaba consultando por aquel entonces. En una pared un cuadro de Roberto Matta, artesanías varias, papeles y anotaciones.
Toma unos libros y los acomoda en la mesa de centro. Le paso el sobre con la revista que le traigo y no encuentra la forma de abrirlo, así es que lo hago por él y la ojea.
Aparecen algunos artefactos de Parra. Los mira, sonríe un momento y pregunta: '¿quién se hace cargo de los derechos de autor?'.
-Ah no sé, tendrá que enviarle Ud. mismo la boleta a los editores, le comentó, pero parece que no me entiende y me señala su oído izquierdo como dando a entender que no escucha muy bien.
-Tendrá que enviarle Ud. la boleta -le digo más alto-. Mueve la cabeza y sonríe.
Mira la revista con entusiasmo, dice algo en inglés y la deja a un lado.
-¿Le gusta hablar en inglés?, le consulto. Y comenta que está envuelto en un proyecto de traducción de Hamlet que como yo debiera saber, está en inglés.
Todo esto mientras gesticula con las manos como para hacerse entender más.
Parra abre los ojos, la boca y mueve los brazos mientras habla. Le da énfasis a sus palabras con cada gesto.
De pronto dice algunas cosas en inglés, a veces vuelve al español. Parece que se entretuviera con ese ejercicio.
Hace pocos días había causado notoriedad nacional con la visita del millonario Leonardo Farkas a su casa.
Se especuló mucho con la presencia del mediático magnate en Las Cruces, pero Parra lo recibió en su casa y hablaron. Le contó sobre su labor de traducción que le ha llevado ya varios años. Recorrió algunos lugares de la vivienda del antipoeta y hay quienes dicen que Farkas lo sorprendió tocando piano.
Días después Leonardo Farkas regresó a El Tabo y repartió dinero a familias necesitadas del pueblo, según dicen, por expresa petición del antipoeta.
-¿Así que ahora es amigo de Leonardo Farkas, don Nicanor?, le pregunté y comentó que le llamó la atención además de la persona misma, el hecho de que anduviera en una lujosa limusina y se trasladara rodeado de guardaespaldas.
Pero eso no le importó.
Es sabido que Nicanor Parra no es muy asiduo a las entrevistas y esta crónica no pretende serlo. Talvez lo incomodó el revuelo mediático, el inusitado interés por ver al magnate en Las Cruces, pero es un tema en el que no quería ahondar mucho.
Al hablar con Parra -el vecino crucino- da la impresión de que fuera un adulto mayor que tiene muchas cosas que contar, que cada cierto tiempo le falta una audiencia que lo escuche, como un profesor al que le es imperioso volver a dar clases, traspasar su experiencia.
Salta de un tema a otro. De las cazuelas que tanto le gustan a sus viajes por el mundo.
De Estados Unidos, de Europa, de Unión Soviética donde vio la opulencia de los hoteles para extranjeros y líderes políticos nacionales, mientras en las afueras del edificio la gente circulaba enfundada en gruesos abrigos con la nieve cubriendo las veredas. Gris, todo gris.
Es verdad que va a San Antonio a comer cazuelas donde El Checo, la picada de calle Pedro Montt en San Antonio. Lo hace porque le gusta cómo las prepara la señora del Checo.
Parece que una vez no tuvo una muy buena experiencia en aquel restorán Unas personas se pusieron a recitarle y él sólo quería comerse una cazuela tranquilo.
De ahí que evite las aglomeraciones.
Aunque sí le gustaría saborear una buena preparación en un lugar tranquilo; más que en un restorán elegantísimo en el barrio alto en medio de la precordillera, rodeado de multimillonarios y donde le sirvan todo en pequeñas porciones.
Prefiere una taza de té en su casa y guardar el sobrecito amarillo para marcar las hojas de los libros que lee.
Lo hace en un texto de una serie de cartas de Diego Portales, para él un personaje que lo atrae demasiado. Más allá de la labor política del histórico hombre, lo intriga la enigmática 'señorita K', una damisela de la aristocracia limeña del siglo XIX que habría tenido un encuentro más que cercano con el llamado organizador de la república chilena.
Eso intriga al antipoeta, más que si lo postulan a un premio, a un reconocimiento o al nombre de una calle.
'¿Quién será la señorita K?, ¿qué habrá tenido Portales con esta persona?'.
Es uno de los grandes misterios que sin duda lo deben haber tenido ocupado en los últimos meses.
Nicanor Parra es un gran conversador, pasan los minutos y no se inmuta. Mira a mis hijas (11 y 7 años) y les pregunta: '¿saben quien soy yo?, ¿saben quién fue Violeta Parra?'
-Sí, la que canta Gracias a la Vida, responde una de ellas.
Nicanor dice que él es hermano de Violeta y hay un dejo de orgullo en ello.
Nos vamos de su casa. Le dejamos la revista y una invitación a compartir una buena cazuela por ahí.
Nos acompaña hasta la puerta de su hogar y le pide a Rosita -la persona que lo cuida desde hace un tiempo- que le acerque una caja de chocolates desde la cual nos entrega uno a cada uno. También nos regala un sencillo lápiz Bic que lleva en su chaqueta.
Le pasa la mano por la cabeza a las niñas y nos acompaña afuera. Luego de subir unos escalones nos deja junto a su auto escarabajo.
-Cúidese harto Don Nica..., le digo.
-Sí, hay Parra para 100 años.
Y sonríe. J
