Secciones

Los solitarios 'pipazos' de pasta base que cambiaron la vida del árbitro Fabricio Mallanes

lsa

E-mail Compartir

Durante dos años la 'falsa' felicidad de Fabricio estaba fundada en tres elementos: un codo de cobre de tubería o en su defecto una lata de bebida aplastada con pequeños orificios en el medio, la dosis diaria de papelillos de pasta base para olvidar algo que ni él mismo sabía qué era, y un encendedor que prendía las más oscuras pretensiones de un hombre que hasta los 28 años nunca había tenido un contacto profundo con las drogas duras.

Nadie es libre de caer en la tentación, y Fabricio Mallanes Fuentealba, hoy de 32 años, actualmente árbitro de fútbol amateur en la Asociación de Fútbol de San Antonio (Asofútbol), tuvo una etapa de la que no reniega ni le quita la mirada.

Mucho menos pretende olvidar esos dos años en que se volvió un hombre, tal como él mismo afirma 'mentiroso, que consumía todo lo que trabajaba y que le vendía un cuento a mi familia, y sobre todo a mi vieja, que ni yo mismo me creía'.

Y es por eso que Fabricio va de frente ante este problema tan arraigado en la población chilena: los índices de consumo de drogas en el país suben en cada encuesta y la política de drogas en el Congreso no obtiene aún el peso específico de parte de los honorables para ser legislado de forma rápida y más casos como el de la adicción de Fabricio Mallanes se repiten en cada esquina de los barrios criollos.

'Lo que pasa es que si uno no quiere sanarse es imposible, porque uno cuando está consumiendo fuerte no escucha los consejos. Mi madre Jessica Fuentealba fue la persona más importante para decidir salir de la adicción a las drogas, y ella fue la que me ayudó a buscar un lugar para rehabilitarme. Por eso que aconsejo que busquen la ayuda en su familia, porque en la calle nadie te va a ayudar', afirma Fabricio.

La vida escolar y juvenil para Fabricio Mallanes está ligada prácticamente por completo al deporte donde destacó como uno de los mejores atletas de la provincia, mostrando su talento en prestigiosas competencias de la década de los noventa como la corrida Hellman´s en Santiago (fue tercero) o la corrida Javiera Carrera en Valparaíso (remató segundo).

Además desarrolló una carrera futbolística en Lauro Barros, Cerro Alegre, San Antonio Atlético, Norteamérica, y su mejor momento fue cuando era jugador de Sportivo Cartagena donde le pagaban por demostrar sus condiciones.

Por eso que cuando le dijeron hace cuatro años que faltaba alguien en una cancha para arbitrar la Primera y la Segunda, no dudó y el tiempo le dio la razón a esa mera casualidad: en la actualidad es uno de los árbitros más respetados de la Asofútbol, ya que conoce a la mayoría de los jugadores que transitan por los diferentes recintos deportivos sanantoninos.

Sin embargo, fue también en esta época cuando no solamente su casaquilla de juez se cambió a color negra: con 28 años, y tres hijos a cuestas, empezó de forma solitaria a consumir pasta base y su alma llena de colores y vida como joven deportista se transformó en un alma negra sobreviviendo a la adicción a la pasta base.

Primero una vez a la semana, luego dos veces a la semana, y así entró a un vértigo de drogadicción que lo llevó a fumarse todo el trabajo que realizaba en alta mar junto a su padre Eduardo Cerda, pescador artesanal.

'Iba a trabajar temprano, y cuando volvía me podía gastar toda la plata que había recibido en papelillos de pasta base. Y cuando me preguntaba mi viejo sobre la plata yo decía que había pagado cuentas, o le había prestado a un amigo, pero al final todo lo fumaba solo en la casa', comenta Fabricio.

Y así fue como empezó a consumir de forma solitaria y sin que nadie pudiera detenerlo, aunque con una pequeña salvedad en su adicción que a la larga sería vital: nunca fue un vicioso que consumiera junto a otros amigos en la esquina o tuviera que llegar a la necesidad de tener que vender artículos como televisores o los muebles de la casa, a lo más empeñó su celular y un polerón regalón.

Y así, entre las sensaciones eléctricas que le entregaba un 'mono' de pasta base en la soledad de su casa, y la angustia que aparecía en el momento en que se acababa el vicio, la vida de Fabricio Mallanes iba directo a un precipicio hasta que se accionó en su corazón la frase cliché que 'tras la tormenta sale el sol'.

Fue su hijo menor de nombre Felipe Ignacio, quien hoy tiene seis años, la luz que le ayudó hace tres meses a dar el paso más importante en sus 32 años de vida.

'Mi madre me ayudó también, y pensando en la felicidad de mi hijo menor (además tiene un hijo de 19 años y otro de 11) decidí comenzar un proceso de rehabilitación hace tres meses. Primero me acerqué al Cesfam de Bellavista, y desde ahí gracias a la gestión de sus funcionarias pude postular al Centro de Rehabilitación 'La Roca' en Viña del Mar, donde estoy internado de lunes a viernes, recibiendo mucha ayuda sicológica y terapia grupal', explica.

Fabricio Mallanes asiste feliz de la vida y sin ningún tipo de obligación a su semana de internado en 'La Roca'. 'Las puertas están sin pestillos para todos los que quieran dejar la rehabilitación hasta ahí', agrega.

Los fines de semana viaja desde la Ciudad Jardín hasta San Antonio para cumplir con su labor de árbitro amateur en la Asofútbol, de la cual se siente muy agradecido por el apoyo que le dan siempre.

En la cancha se siente feliz e incluso pretende volver a jugar fútbol, una de sus pasiones.

Pero para llegar a esta 'verdadera' felicidad, y dejar la 'falsa' felicidad que le entregaban los tres antiguos fundamentos que guiaban su vida junto a la pasta base, Fabricio Mallanes tuvo que quebrar su rumbo y pensar más allá de ese segundo de euforia que le provocaba fumar un 'pipazo' de pasta.

'Lo veo como una etapa, un momento en la vida que tenía que vivir para ser lo que soy ahora', reflexiona Fabricio. J

Registra visita