Miguel Díaz y su historia como futbolista: "era un buen defensa y jugaba a puro corazón"
Pitazo final del un amistoso entre el equipo El Bajo de Melipilla y el club Cóndor de Placilla y se comienza a tejer la historia poco conocida del futbolista amateur Miguel Ángel Díaz Álvarez. El exitoso empresario cementero y presidente de San Antonio Unido fue la figura excluyente del compromiso, lo que le permitió jugar por más de 20 años al balompié local.
En una de las grandes oficinas del edificio enclavado en San Juan, El "Negro", a sus 64 años, se da el tiempo para recordar su destacada época como futbolista, pero de entradita reconoce que "era puro corazón más que cualquier otra cosa".
Hijo de Marta Álvarez (fallecida a los 82) y de Pedro Díaz (94), el joven Miguel Ángel es el mayor de 7 hermanos y desde muy pequeño tuvo que cargar con las responsabilidades del primogénito.
"Mi papá desde muy pequeño me llevaba a trabajar con él. Era albañil y todos los fines de semana tenía que ir con él a ayudarlo", recuerda con nostalgia.
Don Pedro era uno de los mejores albañiles de la zona y poco a poco comenzó a realizar trabajos de construcción junto a su hijo Miguel.
Pero la verdadera pasión de don Pedro era el fútbol, así lo describe el dueño del Holding Empresas Díaz.
"Placilla estaba dividida, futbolísticamente hablando, en los del Cóndor, Placilla y los de Norteamérica. Mi papá fue uno de los fundadores del Cóndor, esa era su verdadera pasión: la parte dirigencial", cuenta.
Como la plata escaseaba en la casa del ahora millonario sanantonino, él debía junto a su padre trabajar cada sábado y domingo para ganar algunos pesos extras, mientras que de lunes a viernes estudiaba en el Liceo Fiscal, hoy Juan Dante Parraguez.
Las jornadas, según recuerda, se dividían entre el liceo, ayudar en las tareas domésticas y jugar junto a sus amigos en los cerros placillanos.
DESTACADO ATLETA
"Todos los lunes en el liceo me llamaban adelante para premiarme por alguna actividad deportiva en la que había participado", detalla.
En esa época, el único problema para el actual mandamás del SAU era que no podía jugar a la pelota los fin de semana junto a sus compinches.
"Por esos años, los viejos que eran dirigentes de los clubes estaban orgullos cuando tenían un hijo bueno para la pelota y jugaba por el equipo que ellos dirigían, como que les daba mayor estatus. Yo estaba jodido, porque mi papá me obligaba a trabajar y él lo asumía, porque faltaban las lucas en la casa", dice.
No obstante, Miguel igual se las ingeniaba para vestirse de corto junto a sus amigos. "A mí me gustaba jugar como delantero. Tengo que ser sincero y decir que nunca fui bueno así como Alexis Sánchez o Gary Medel, pero si le ponía harto corazón y corría todas las pelotas y, como tenía buen físico por el trabajo que realizaba con mi padre y las tantas idas a buscar leña y agua, aguantaba harto el balón", describe.
Las pichangas de Díaz Álvarez no pasaban de las que jugaba en el barrio junto a sus incondicionales amigos y así, cuando todo parecía cotidiano y destinado a la rutina, la historia cambio para este amante a escondidas del balompié.
Don Pedro envió a su hijo hasta Melipilla con la misión que ayudara a su hermana María Díaz, una mujer que vendía pan amasado en la zona.
Obediente, porque no le quedaba otra que respetar los designios de sus estricto padre, Miguel toma rumbo a la localidad de Melipilla para ayudar a su tía con los trabajos de recolección de leña y hacer un exquisito pan amasado, como lo recuerda.
"Allá me hice amigo de algunos chiquillos de mi edad y comencé a jugar por el club El Bajo. Jugaba como delantero y un día organizaron un amistoso contra el Cóndor", agrega.
Partido, según rememora, entretenido, porque habían algunos de sus amigos en el equipo rival. No pasó nada de lo normal hasta que el juez del partido elevó sus manos al cielo y tocó el pito en señal del término del amistoso. Su padre, sentado en la galería, se da cuenta que su hijo era un corpulento delantero que corrió todo el partido en busca del arco del Cóndor.
No tenía ZAPATOS
"Cuando tenía como 14 años y a dos meses de haber jugado en Melipilla, Urriola me fue a buscar para ficharme por el Cóndor. Me dijo que él iba a hablar con mi papá para que me dejara jugar. Le dije que bueno", expresa y revela que "nunca tuve unos zapatos para jugar a la pelota. Siempre me voy a acordar del "Loco" Vinet, quien me regaló los primeros zapatos de fútbol".
Así comenzó jugando en el equipo del barrio junto a su primo Luis Hernán Álvarez, uno de los mejores defensas del club.
"Un día se lesionó y no sé por qué me mandaron a jugar de central. O sea, en verdad fue porque era alto y tenía buen físico para aguantar a los delanteros", explica.
"Jugué como nunca. Saqué las pelotas, quité harto y nunca más me sacaron de atrás", recuerda el campeón junto al Cóndor de la Copa Litoral de aquellos años.
Luego de varias temporadas de militar en el club donde su padre era dirigente, tuvo un breve paso por el archirrival.
"Ya estaba viejo y medio cansado de jugar a la pelota y me salí del equipo para dar paso a las nuevas generaciones y un amigo me vino a buscar para que me fuera al Norteamérica. Estuve un año y conocí gente muy amable y correcta como los hermanos Carrasco, a quienes les tengo mucho respeto por todo lo que han hecho".
Pero la mejor historia futbolera y la que le trajo la mayor alegría fue la que ocurrió en Quillota.
Cuando era un joven veinteañero, Miguel Ángel Díaz acompañó a uno de sus amigos a probar suerte en el club San Luis, equipo de la Quinta Región.
Como suele suceder en la mayoría de estos casos, el amigo no quedó y el corpulento defensa del Cóndor pasó a ser parte de "Los Canarios" y a ganarse la envidia de su amigo.
"Mientras hacíamos la temporada, un curita de la zona, quien estaba a cargo de un hogar de menores, le pidió al club un par de jugadores para que ayudarán en el cuadrangular de fútbol que estaban organizando para reunir recursos. Ahí conocí a una muchacha con quien me casé y tuve tres hijos. A mí no me gustaba la zona, así que nos casamos y me la traje altiro para San Antonio", comuna en la que ha invertido mucho más que su patrimonio y tiempo. Años más tarde, Díaz y su mujer se separaron. Ambos rehicieron su vida.
"A mí me encanta la comuna de San Antonio. Siempre he ayudado al progreso de la zona, porque creo en ella. Ayudé a crear el barrio industrial de la ex Juan Aspeé, trajimos algunas universidades, ayudamos en el proceso de Esval, les doy empleo a más de 250 sanantoninos en la planta de cemento y muchas otras cosas más", cuenta entusiasmado.
("El Negro" , sin bacilar, responde).
-Porque no soy amigo de los políticos. J