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La historia de la mujer que viajó 24 años a San Antonio para regalar solidaridad

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Cecilia Godoy (68) tiene una larga historia de amor con San Antonio, especialmente con las Damas de Amarillo, voluntariado al que perteneció por 28 años.

Esta historia llena de entrega comenzó en 1984, cuando a su marido, Eduardo González, fue trasladado por segunda vez al puerto de San Antonio.

Sus dos hijos, Cecilia y Eduardo, estaban grandes y a pesar de que ellos y su marido eran su prioridad, sabía que algo tenía que aportar a las personas que viven en vulnerabilidad.

Una amiga la había invitado a participar a las Damas de Amarillo Ropero del Hospitalizado, pero no estaba muy convencida hasta que decidió acompañar a otra voluntaria a su turno y ver si era lo que ella estaba buscando.

"Antes de ir la primera vez les dije a todos en mi casa 'sólo voy a ver si me gusta, si no, no me inscribo y de eso pasaron 28 años'", recuerda, entre risas, Cecilia.

En 1986 ingresó al voluntariado y con el pasar de los días se fue fascinando con la importante labor que cumplen estas mujeres dentro del hospital Claudio Vicuña.

"Nosotros nos acercamos a los pacientes para ver si necesitan algo, como útiles de aseo o ropa, aunque hay muchas personas que no necesitan nada de eso. La mayoría sólo quiere que alguien las escuche y para eso estamos nosotras", dice con orgullo.

En 1988 Eduardo regresa a Santiago por su trabajo y por ende Cecilia debía dejar el voluntariado.

Ya instalada en su casa en la comuna de Ñuñoa, en Santiago, comenzó a sentir que algo le faltaba. Echaba mucho de menos su labor en las Damas de Amarillo. Un día conversando con su marido, quien la vio un poco triste, le dijo que si quería seguir en el voluntariado, que lo hiciera. Él le daba todo su apoyo.

Fue así como Cecilia viajó a San Antonio sagradamente todos los lunes, durante 24 años.

Cada lunes se levantaba cerca de las 7 de la mañana. Realizada todos sus quehaceres, le preparaba almuerzo a Eduardo y a las 10.30 horas tomaba el bus hacia San Antonio.

Casi dos horas después, llegaba a la casa de sus buenos amigos Juanita Martínez y Raúl Calderón, en pasaje Forestal, quienes la esperaban con un rico almuerzo para posteriormente caminar hacia el hospital a cumplir con su labor.

Pasadas las 17.30 horas, tomaba el bus de vuelta a Santiago y cerca de las 21 horas ya estaba nuevamente en su hogar.

Así fue su rutina por 24 años, y a pesar del sacrificio mental y económico que significaba viajar lunes a lunes, ella estaba completamente feliz.

"Salía bien pesado viajar todos los lunes porque tenía que tener 10 mil pesos semanales, pero gracias a mi marido pude hacerlo", dice mirando a Eduardo con algo de complicidad.

"Además a veces era complicado viajar porque hacía mucho frío en invierno o en verano costaba mucho tomar el bus porque a la zona, en esa época del año, viene mucha gente, pero siempre hice lo imposible por llegar", agrega.

En los 28 años que estuvo dentro del voluntariado Cecilia fue tesorera, secretaria e incluso presidenta, cargos que desempeñó con mucho cariño y dedicación y en donde también participó su familia.

"A veces tenía que ir yo a comprar los insumos que entregábamos y era mi marido quien me acompañaba o cuando era tesorera y andaba con plata, él me iba a buscar al terminal. Nosotros lo molestábamos y le decíamos "el damo de amarillo", cuenta entre risas.

Cada vez que Cecilia comienza a hablar de su labor dentro del voluntariado, sus ojos se llenan de emoción, sobre todo porque en estos años de ir y venir conoció a gente muy valiosa para ella y su familia.

"A pesar de haber vivido sólo ocho años en San Antonio, conocimos a gente con la cual formamos un lazo muy importante y que permanece hasta ahora. Tuve la suerte de conocer a Raúl y a Juanita, quienes me acogieron todo este tiempo. También está mi amiga Nancy Martínez que ya partió...", recuerda con tristeza, "pero no voy a hablar de ella porque todavía me da mucha pena".

Mientras su mujer cuenta sobre la importancia que ha tenido el voluntariado en su vida, su marido por 47 años, la mira lleno de orgullo.

Eduardo al igual que Cecilia se declaran fanáticos de San Antonio y cada vez que pueden se arrancan a ver a sus amigos.

"Nosotros con mi familia somos fanáticos de San Antonio debido a eso siempre estamos viniendo. En los pocos años que estuvimos hicimos muy buenos amigos. Incluso cuando regresamos a Santiago en el '88 mi hijo Eduardo estaba en cuarto medio en el Instituto del Puerto y gracias a un compañero de curso que lo acogió, terminó el colegio en San Antonio. Algo tiene este puerto que nos encanta", reconoce.

adiós

Cecilia tiene claro que ya no cuenta con la energía de antes y que se le estaba haciendo muy pesado viajar, por lo mismo y tras varios meses de reflexión decidió dejar el voluntariado que tantas alegrías le trajo.

"Fue una decisión bien difícil, pero tenía que hacerlo. Me estaba cansando mucho al viajar y tras pensarlo harto, en septiembre dejé a las Damas de Amarillo", cuenta.

"Siempre me sentí muy orgullosa de la labor que desarrollamos dentro del hospital, pero llegó el momento en que hay que dar un paso al lado. Recordaré con mucho cariño las actividades que participábamos, aunque una de las cosas que siempre me gustó fue desfilar por la institución y no para que todos me vieran sino porque me gustaba representar a las Damas de Amarillo. Además mi familia viajaba desde Santiago para venir a verme", recalca.

Ayer la directiva y las socias de la agrupación invitaron a Cecilia a un almuerzo como una forma de homenajearla debido a la importante labor que desarrolló dentro de la institución que cuenta con filiales en todo el país. "Me siento muy bendecida de todo el cariño que me entregan las socias porque eso quiere decir que hice bien las cosas", dice.

En tanto, su marido agrega "es bueno que le hagan un reconocimiento a su labor, ya que con su ejemplo nos sigue enseñando sobre el amor al prójimo, la ayuda desinteresada y a cumplir con las responsabilidades que asumimos". J

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