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Germán Bustos: su vida arriba de una bicicleta

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Pedaleando a más de 60 kilómetros por hora por calle Pedro Montt, en pleno centro de San Antonio, Germán Bustos Vera levanta la cabeza y visualiza un mar de gente que espera para ovacionarlo y hacerlo sentir por algunos minutos ídolo deportivo. Delante de él las balizas de carabineros suenan fuerte abriendo camino al mismo ritmo de su vertiginoso sprint final.

Dos horas y media antes en la elipse del Parque O'Higgins, en Santiago, acompañado de su padre Pedro, y aferrado a su bicicleta, esperaba ansioso por la señal que diera la partida a la mítica carrera de ruta que unía aquel punto de la capital con la ciudad puerto. Travesía de más de 100 kilómetros que a mediados de la década de los ochenta era el placer y el orgasmo de los pedaleros sanantoninos.

padre en el espejo

No era casualidad que fuera su padre Pedro el que estuviera acompañando aquella jornada de domingo de 1986 a Germán (24 años recién cumplidos) previo a la competencia. Es más, la pasión por las bicicletas la había heredado de su progenitor.

Pedro Bustos nació en Bucalemu en el año 1936 y desde pequeño comenzó a adquirir el gusto por la bicicleta, vehículo que finalmente lo acompañaría durante toda su vida. Igual que a sus hijos. Igual que a sus nietos.

El destino lo trasladó pequeño junto a su familia hacia San Antonio, donde con el paso del tiempo se hizo conocido con el apodo del "Perucho". La especialidad de la casa siempre fue la misma: afinar y dejar como nuevas las bicicletas de las familias sanantoninas, llolleínas, de Santo Domingo. De todos los lugares del Litoral Central donde lo reconocían por la prolijidad de sus trabajos.

Como varios de su generación, aprendió el oficio a pulso. Había cursado solamente hasta el séptimo básico de la época. Lo suyo eran las bicicletas, lo tenía más que claro. Y así partió siendo un muchacho lleno de ilusiones y ansias de aprender hacia el "Taller Morales", ubicado en calle Providencia en Llolleo. Pidió una solicitud a los jefes, quienes lo aceptaron debido al evidente entusiasmo que demostraba.

Mirando, preguntando, metiendo las manos a las cadenas llenas de grasa con una sonrisa en su boca, pedaleando y probando las bicicletas que llegaban por montones. Todo eso lo hacía feliz.

Por eso es que cuando aquellos mismos jefes que le enseñaron el oficio quisieron terminar su ciclo con el "Taller Morales", a mediados de los 60 (había llegado allí a principios de los 50), le dijeron a Pedro, el "Perucho", que se hiciera cargo. La respuesta no se dejó esperar y estaba más que clara. El "Taller Bustos" comenzaba sus primeros pedaleos.

Tras consolidarse en el rubro de las bicicletas, se trasladaron a un lugar más grande que se ubicaba tras la línea del tren, a metros de lo que era el primer taller. Ahí estuvieron hasta 1985. Ya en la década de los setenta, sus hijos Pedro y Germán se habían también unido al oficio.

Fue Germán, su hijo menor, el que más se apasionaba con las competencias de ruta. Y fue su padre Pedro el que más lo incentivaba a correr, a tener como gran pasión el ciclismo. A subirse a una bicicleta y entregarse por completo. Hacer de este hermoso deporte una forma de vida, más allá del simple hecho de pedalear y mantener el equilibrio para no caer.

Una forma de vida que para Germán Bustos aquel domingo de 1986 estaba llegando a su punto más alto en la titánica carrera "Santiago-San Antonio". Las balizas de carabineros que sonaban fuerte delante de él, indicaban que una vez dejando atrás calle Pedro Montt, la meta instalada en Centenario era cosa de segundos. La gloria deportiva, los "15 minutos de fama", el sentir el aplauso cerrado de los cientos de espectadores que habían repletado las calles del centro porque aquellas competencias eran un panorama que la familia de la ciudad puerto esperaba y disfrutaba en la década de los 80. estaban a la vuelta de la esquina.

Pese a que cerca de la ciudad de Melipilla dos pedaleros se habían descolgado, Germán tenía la gran opción de ganar el embalaje (llegada que se produce en grupo y en la que los más rápidos realizan un sprint) y dejar el apellido Bustos en lo más alto del ciclismo sanantonino.

en el nombre del padre

Se enfocó en la meta y sobre todo en su padre Pedro. Se acordó de todos los años siendo su mano derecha, escuchando sus consejos, caminando entre bicicletas en su taller. Con lo que le quedaba de fuerza arremetió con un sprint que tras cruzar la meta lo llenó de aplausos y felicitaciones. Había ganado el embalaje. "Y terminé en tercer lugar general, logrando ganar el embalaje", recuerda nostálgico Germán Bustos Vera, hoy de muy bien mantenidos 54 años de edad.

"Mi padre me acompañaba a todas las competencias, porque su vida giraba en torno al ciclismo. Él me enseñó también el oficio de arreglar las bicicletas, y empecé a trabajar junto a él desde prácticamente los 18 años, aunque cuando era escolar también lo ayudaba en los veranos, porque era nuestra pasión", comenta Germán en las afueras del que es el tercer inmueble que ha tenido en su historia "Talleres Bustos", esta vez en avenida Chile.

Lugar, eso sí, al que tuvieron que llegar por fuerza mayor. La tarde del domingo 3 de marzo de 1985 un terremoto remeció violentamente el centro del país, con fuerte impacto en San Antonio. Y el "Taller Bustos" sufrió las consecuencias: terminó con las paredes y la estructura totalmente en el suelo. Un episodio doloroso, que Germán prefiere recordar al paso, pero que seguramente marcó la historia de este tradicional taller.

verano en dos ruedas

Veinte años después de aquel negro episodio, el "Taller Bustos" de avenida Chile en Llolleo está funcionando a todo dar. "Durante el verano es la época en que llega más gente, porque andan muchos veraneantes que prefieren andar en bicicleta para disfrutar más de los días. Llegan bicicletas cada 10 minutos, muchos clientes recomendados por otros que conocen nuestro trabajo", explica.

Tan "fino" es el trabajo que realiza, que por las manos de Germán han pasado bicicletas de entre seis a 10 kilos de peso que pueden llegar a valer incluso más que un auto cero kilómetro.

"Los que saben de ciclismo sabrán lo que es una Bianchi Full Carbon Campagnolo Súper Record. Es la más top de lo top, la número uno en Italia, usada incluso durante el Tour de Francia. Nueva tiene un precio cercano a los seis millones de pesos. Es una joyita y que venga su dueño (un empresario joven del que prefiere omitir su nombre) a nuestro taller para hacerle mantención nos llena de orgullo, porque es un reconocimiento a nuestro trabajo", afirma.

Confianza ganada con más de 40 años de tradición, instaurada por Pedro Bustos, el que comenzó con esta pasión, y que con el "Taller Bustos" ayudó a varias generaciones a que pudieran tener cuanto antes sus bicicletas para pedalear y sentirse libres.

El mismo querido "Perucho" que hace siete años falleció, dejando un vacío enorme entre la familia del ciclismo local. Espacio que ha tenido que seguir llenando con profesionalismo y detallismo su hijo Germán, quien feliz realiza el oficio que le enseñó su padre. El mismo que lo motivó para hacer del ciclismo una forma de vida. El mismo que lo alentó aquel domingo de 1986 cuando dejando hasta la última gota de sudor arriba de su bicicleta, logró convertirse, aunque fuera por unos minutos, en un ídolo deportivo. "Una adrenalina y una sensación que cuando venía a 60 kilómetros por hora en calle Pedro Montt fue lo máximo", rememora Germán Bustos Vera. J

l Hace pocos días, el "Taller Bustos" recibió una visita que dejó a Germán Bustos impresionado. Se trataba del ex candidato presidencial y militante de Renovación Nacional Andrés Allamand, que había escuchado sobre el buen trabajo que realiza Germán en el rubro de la bicicleta. "Me contaba que venía de Santo Domingo, porque tiene casa de veraneo allá, y también le encanta aprovechar la ciclovía de aquella comuna para andar en bicicleta. Vino acompañado de una persona que seguramente trabaja con él en su casa y fueron muy simpáticos", recuerda entre risas Germán Bustos Vera.

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