A treinta años del terremoto de 1985: el día que cambió la historia de los sanantoninos
El domingo 3 de marzo de 1985 es un día que quedará para siempre en la historia de San Antonio y de su gente. Un sismo de 7,8 grados Richter golpeó con fuerza la zona dejando centenares de damnificados, heridos y muertos. El gobierno de la época cifró en 177 el número de fallecidos en todo el país producto del fuerte movimiento telúrico.
En la comuna puerto el panorama era devastador: antiguas construcciones totalmente destruidas y otras simplemente inhabitables. Calles, escuelas y hasta el Hospital Claudio Vicuña quedaron inutilizables.
El puente Lo Gallardo colapsó dejando a San Antonio y Santo Domingo sin una ruta terrestre. Entonces se instaló una estructura provisoria (ver foto página 9) para facilirtar el tránsito peatonal.
En el puerto se vivieron minutos de pánico. El molo de atraque y el espigón sufrieron importantes daños. Las grúas que operaban el terminal quedaron en el suelo y tres camiones cayeron al mar. Dos de ellos fueron sacados en los días posteriores, pero uno de ellos todavía está allí en el fondo del océano. Nunca lo pudieron sacar a tierra.
Antiguos portuarios cuentan que en el terminal había tres buques en plena faena de carga y descarga cuando comenzó el terremoto a las 19.47 horas, poco antes del atardecer. A pesar del intenso vaivén, los trabajadores lograron soltar una de las naves cortando con un hacha las espías que lo sujetaban al espigón.
La fuerza del sismo empujó el navío al centro de la posa del puerto con decenas de operarios en su interior. Minutos más tarde, un remolcador de Ultramar rescató sanos y salvos a aquellos valientes hombres que vivieron uno de los terremotos más grandes de la historia de Chile a bordo de una embarcación.
Mientras en el terminal marítimo se cuantificaban los daños, en el resto de la ciudad comenzaba una frenética búsqueda de personas desaparecidas. Cientos de peatones iban de un extremo a otro de San Antonio buscando noticias de sus amigos y familiares. Las pocas líneas telefónicas que existían en la época no servían. No había más medios de contacto.
Todo en el suelo
El padre Ricardo Reyes, entonces párroco de San Antonio, estaba a pocos instantes de oficiar una misa cuando el sismo lo pilló, por sorpresa, en el confesionario. Había vivido otros temblores, pero nunca uno tan fuerte. Pensaba que era el fin del mundo cuando la tierra al fin dejó de moverse.
Corrió hacia las puertas del templo, forcejeó con ellas, pero no pudo deslizarlas ni un solo centímetro. El terremoto las había trabado. Ya no tenía fuerzas para pelear con ellas cuando una réplica le permitió abrir una.
"Salí a la calle y vi todo en el suelo. Centenario estaba lleno de escombros. Caminé un poco y me di una vuelta por el mercado hasta salir a Pedro Montt. Ahí vi el primer muerto. Era un hombre que había caído de un segundo piso", recuerda el conocido padre "Chocolito".
"Después me fui al hospital y vi otras siete personas muertas", agrega el religioso, quien desde ese momento encabezó una cruzada solidaria junto a sus feligreses para ir en ayuda de quienes lo habían perdido todo.
"Llegaron muchas cosas, ropa y alimentos. En todos los cerros pusimos una olla común y les repartíamos las cosas a los damnificados", recuerda 30 años después.
"Lo bueno es que hay mucha gente que realmente se motiva y sale a ayudar con lo que tiene, pero hay otros que se aprovechan", agrega.
"Me acuerdo de un hombre que se ofreció a repartir pan. En la parroquia teníamos varios hornos y un caballero se ofreció a llevarlo a cambio de que le ayudara con la bencina. A los tres días supimos que el pan no llegaba a ninguna parte y que lo andaba vendiendo", rememora el actual párroco de Santo Domingo.
Más problemas
El proceso para volver a la calma fue lento y estuvo marcado de inconvenientes. A pocos días de ocurrida la tragedia, una campaña con rostros de televisión, encabezados por Don Francisco, se organizó en calle Bombero Molina, en pleno centro de la ciudad devastada, con la misión de levantar los ánimos de los sanantoninos luego de una misa oficiada por el padre Ricardo Reyes.
El show artístico desató la ira de la dictadura militar. Los jefes locales de las fuerzas armadas se reunieron de emergencia en la gobernación y convocaron al sacerdote a dar respuestas ante al gobierno.
Allí estuvo cerca de tres horas explicando que la tarea de su iglesia era dar una mano a quienes lo necesitaban y que él seguía las órdenes del entonces cardenal Raúl Silva Henríquez.
"No me tuvieron detenido, pero fue un momento muy tenso y muy difícil porque la idea nuestra era ayudar", concluye el querido padre "Chocolito".
El ex diputado Sergio Velasco recuerda bien el conflictivo episodio. "La gente de la dictadura se enojó mucho y con un decreto terminaron por expulsar a los artistas y periodistas que habían venido a San Antonio, sin más intención que ayudar", cuenta.
Entre las personas rechazadas por el gobierno militar estaban los periodistas Mario Gómez Lobos, de Radio Chilena, y Carlos Alzamora, de Cooperativa, dos emisoras contrarias a la dictadura de Pinochet que fueron objeto de censura continúa por parte de los aparatos de seguridad del régimen.
"Recuerdo que en las 48 horas siguientes al terremoto, el gobierno quiso requisar la clínica San Julián, porque era el único lugar que tenía un pabellón operativo hasta que se levantó un hospital de campaña en la iglesia de los mormones", recuerda Velasco.
"Desde Osorno se mandaron camionadas de alimentos, de ropa, de todo, pero nunca llegaron, se perdieron en el triángulo de las Bermudas. Todo era mucho más difícil con el control de la dictadura",
poniendo el hombro
Mientras el gobierno trataba de demostrar su poder por la fuerza, en las calles cientos de sanantoninos estaban sin energía eléctrica, sin agua y sin alimentos.
El actual alcalde Omar Vera Castro había asumido hace solo un mes como jefe de Emergencias de la Municipalidad de San Antonio, la que estaba al mando de Domingo García Huidobro, y le tocó hacerle frente a una catástrofe que demoró meses en superarse.
"Fue devastador para la gente y en materia de infraestructura. El 75 por ciento de las viviendas quedó con daños importantes, los puentes de Lo Gallardo y de Llolleo también se destruyeron. La planta de Agua Potable también tuvo problemas y el puerto quedó en el suelo", señala Vera.
"El equipo municipal de la época, las instituciones de voluntariado y la Iglesia dieron un aporte fundamental para ayudar a los damnificados, recoger los escombros y entregar agua potable y alimento. Fue un trabajo que duró seis meses, donde un número importante de personas le puso el hombro", agrega el actual jefe comunal, entonces vecino de la población Juan Aspeé.
"Fue realmente un desastre que se superó con la fuerza, la valentía y el coraje que caracteriza a los sanantoninos", concluye Omar Vera Castro.
Tuvieron que pasar meses para que todo volviera a la normalidad. El puerto fue refaccionado rápidamente y hoy está convertido en el terminal portuario más importante del país. Los puentes y las calles fueron reemplazados por nuevas estructuras, sin embargo, los recuerdos de tan dura tragedia vivirán por siempre en la mente de los sanantoninos. J