La increíble hazaña de un antiguo gruero del puerto de San Antonio en el gran terremoto de 1985
El pasado 3 de marzo se cumplieron 30 años del devastador terremoto de 1985. El sismo de 7,8 grados Richter dejó grandes daños en toda la ciudad: casas en el suelo, puentes cortados y el puerto de San Antonio prácticamente destruido.
Al interior del terminal marítimo se vivieron minutos de pánico que quedaron grabados para siempre en la memoria de aquellos trabajadores que estaban allí esa tarde de domingo. Muchos de ellos se salvaron por poco de la muerte mientras el suelo se quebraba en pedazos y las grúas caían al piso destrozando todo a su paso.
Sergio Fernández (63) es uno de los seis operarios de grúa que estaban esa tarde trabajando en el sector de El Molo, al interior del puerto.
En solo tres minutos fue protagonista de una odisea que le pareció una eternidad y que hasta la actualidad se mantiene fresca en su cabeza. Esta es su historia, el recuerdo de una hazaña que no se cuenta dos veces en la vida.
A Fernández, vecino de la población Cantera, le faltaban exactamente trece minutos para dejar su puesto de trabajo cuando a las 19.47 se desató el megasismo.
El TERREMOTO
De un minuto a otro los barcos que estaban cargando en el puerto iban de un lado a otro empujados por el movimiento del mar que, según recuerda, "parecía que estuviese hirviendo".
"Estaba a punto de terminar el relevo de dos horas. Ahí yo me bajaba de la grúa y venía otro compañero. Había visto la hora porque me quedaba poco para irme para la casa", cuenta el gruero sobre los instantes previos a la tragedia.
"Empezó el terremoto y yo creía que el giro de la grúa se había trabado porque comenzó a menearse, cuando miro pa'l lado veo una grúa que se hundió y que otra que cayó sobre un camión con fruta", recuerda Sergio tres décadas después.
Desde la cabina pudo ver cómo dos camiones cayeron al mar producto del intenso vaivén y decidió que era el momento de arrancar. "Cuando se puso más pesada la cosa dejé la grúa frenada y me tiré abajo".
Para salir de la máquina tenía que descender por una escalera de un metro y medio, y luego seguir por otra ubicada en las patas de la estructura. Parecía una tarea imposible.
"Vi desde arriba cómo se desarmó todo el muelle y que los barcos saltaban, el agua parecía que estuviese hirviendo", insiste Sergio, quien con temor siguió bajando por la máquina que se desplazaba de un lado a otro. "Cuando voy por la parte de las patas, la grúa se fue para atrás y quedó sobre una bodega".
El trabajador relata que "un compañero me gritaba para que me bajara, pero me daba miedo que se abriera el muelle y pasara para abajo. Había un camión chico, que era de un caballero de Placilla, y vi cuando se abrió la tierra. Se lo tragó y se cerró. Agarré valor nomás y me tiré al vacío, deben haber sido unos cinco metros".
Después de salir de la estructura corrió por el destrozado terminal y tomó su bicicleta para ir a buscar a su familia. "Salí soplado y había un puro tierral. Centenario no se veía nada con el polvo", recuerda el antiguo operario. "En San Antonio me pilló otro, la réplica", agrega.
GRAN SUSTO
Fernández aclara que "yo no estaba solo eso sí. Éramos un grupo de diez grueros y nos tocó a seis el terremoto. A todos les pasó lo mismo. Quedó una pura en pie nomás, pero con la réplica se cayó también".
El tremendo susto no demoró poco en desaparecer. Tuvo que pasar un buen tiempo antes de que con cada movimiento extraño no quisiera salir arrancando. "A los pocos días, deben haber sido como dos o tres, seguimos trabajando en el Espigón que no quedó tan roto. Y cada vez que sentíamos algo parecido a un temblor queríamos salir corriendo".
"Este terremoto fue muy grande, mucho más que el del 27 de febrero del 2010, por lo menos en los daños. La gente no estaba tan preparada y fue mucha la destrucción, por eso uno lo recuerda tanto", reflexiona.
UNA VIDA EN EL PUERTO
Sergio Fernández llegó a trabajar al puerto de San Antonio en 1978 a la sección de Utilería.
El entonces joven de 26 años era uno de los encargados de barrer de punta a punta cada rincón del terminal. Al poco tiempo comenzó a adquirir nuevas habilidades y a desempeñar trabajos cada vez más sofisticados.
"Empecé a hacer cursos. Me especialicé en las máquinas, en el ferrocarril que entraba a sacar el trigo y a mover el cobre", relata el antiguo empleado de Emporchi (Empresa Portuaria de Chile).
Más tarde, siguió estudiando y pasó al manejo de las grúas de color gris hasta que fue desvinculado de la antigua estatal, precursora de la actual Empresa Portuaria (Epsa).
Después de salir de la compañía formó "Gruasan" junto a sus ex compañeros. Lamentablemente, la iniciativa no tuvo éxito y se disolvió rápidamente. Sin embargo, ingresó a Ultramar y siguió trabajando en el puerto hasta 2013.
En la actualidad, sigue viviendo en la población Cantera junto a su señora y uno de sus tres hijos. Es también un reconocido dirigente.
A cargo de la Junta de Vecinos ha encabezado el proyecto de pavimentación del sector y se ha ganado el afecto de todos sus vecinos por su incansable lucha. J
