La capucha con olor a muerte que el sindicalista Luis Órdenes Sepúlveda no olvidará jamás
Luis de la Cruz Órdenes Sepúlveda va encapuchado adentro de un vehículo militar camino al cuartel de Investigaciones que se encuentra en 21 de Mayo. Mientras lo pasean por las calles de San Antonio aquella noche del 24 de octubre de 1984 como una forma de despiste, su olfato aspira un aroma que no olvidará jamás. Es el olor a los años duros de la dictadura. La sensación de que la muerte estaba cerca. Una capucha que había sido puesta en la cabeza de otros compatriotas por obligación y que ahora se encontraba negándole la visión a Luis.
Horas antes de este "paseo" donde los militares no tuvieron piedad para darle golpes en sus costillas y amenazarlo de palabras, cerca de 100 uniformadores habían rodeado la población Rayonhil en Cristo Rey para lograr su detención. Luis vivía en el pasaje Los Yuyos junto a su señora Marina Álvarez, y sus hijos Fabián y Luis.
Apenas golpearon a la puerta de su casa, sintió una estampida de bototos y metralletas que lo redujeron de inmediato. Una vez en el suelo, le amarraron a su cabeza aquella capucha que lo marcaría para siempre.
Las cerca de tres horas dando vueltas arriba del vehículo militar lo tenían inquieto, pero una vez que lo bajaron hacia el cuartel de Investigaciones, sintió una curiosa tranquilidad. Claro, haberse salvado de la tortura y crueldad que vivían otros detenidos durante la dictadura en el regimiento de Tejas Verdes era para agradecerlo.
Cuando le preguntaron si sabía porqué estaba detenido, Luis Órdenes contestó que no tenía idea. Si bien su corazón estaba entregado por completo al sindicalismo desde que en 1978 comenzó en esta senda al ser elegido tesorero del sindicato de trabajadores de la empresa Rayonhil, eso no era un argumento fuerte para ser detenido.
Pero grande fue su sorpresa cuando uno de los funcionarios de Investigaciones le mostró una honda y le consultó si la conocía. "Claro que sí, es la con la que jugamos con mis hijos, cuando vamos a San Juan o Lo Gallardo", respondió de forma espontánea Luis. Luego de eso, le consultaron sobre una caja grande que en su interior contenía bombas. "No sé de dónde son", afirmó de inmediato, respuesta que obviamente no fue la que esperaba la otra parte.
Aquella caja que contenía bombas nunca había estado en su casa. Los mismos militares que horas antes habían allanado su hogar armaron un montaje con el que fue inculpado de terrorismo. La honda con la que jugaba junto a sus hijos también había sido señalada como prueba de un presente supuestamente subversivo.
siempre gallardino
Luis de la Cruz Órdenes Sepúlveda nació en las manos de una partera o "meica" el 30 de mayo de 1951 en Lo Gallardo, lugar al que llegaron sus padres Luis Órdenes Chávez y Graciela Sepúlveda Peralta luego de haber emigrado desde una oficina salitrera.
El deceso del salitre los había obligado a ser parte de los "enganches" de trabajadores que viajaron en trenes o en barcos a vapor desde el norte hacia el centro en busca de trabajo, y así fue como llegaron a Lo Gallardo.
Pero la entrada a Carabineros de su padre Luis (quien mintió respecto a su estado civil para poder entrar diciendo que era soltero) obligó a la familia Órdenes a tener que moverse una vez más, ahora desde Lo Gallardo hacia la comuna de Puente Alto en Santiago, instalándose en calle José Luis Cox.
Tras un par de años en Puente Alto, un lamentable accidente con su pistola de servicio culminó con la muerte de don Luis Órdenes Chávez, instalando el luto en su familia, y obligando a la viuda Graciela Sepúlveda, en ese momento de 23 años de edad, a tener que armarse rápido de valor, salir a trabajar, y verse en la obligación de tener que enviar de vuelta a su hija Ruth y su pequeño hijo Luis hacia Lo Gallardo.
Sin embargo el dolor no duraría tanto, ya que luego de trabajar en Santiago en la fábrica Victoria como trabajadora textil, Graciela oficializó su traslado hacia la empresa Rayonhil que se encontraba en San Juan, logrando así volver a estar al lado de sus dos hijos.
Luis por ese entonces había decido dejar de estudiar (terminaría posteriormente su cuarto medio en la nocturna del Liceo Fiscal) para ponerse a trabajar, comenzando a desempeñarse en el rubro de la construcción. "El lema en ese tiempo era que había que ganarle a la vida", afirma.
En Lo Gallardo Luis Órdenes pasó los mejores momentos de su adolescencia y juventud. Fue socio del club Gallardo, iba todos los domingos a la cancha, era querido por los vecinos, y en 1970 era uno de los jóvenes que gritaban "Pica el ajo, pica el ají, sale Allende claro que sí", o "Qué te parece cholito, Allende sale solito", previo a las elecciones presidenciales que le darían el triunfo a Salvador Allende. "Lo Gallardo en ese tiempo era totalmente allendista", rememora.
"nunca con miedo"
Tras hacer el servicio militar los años 1970 y 1971 en el regimiento de Tejas Verdes y salir de cabo primero, logró ingresar en marzo de 1972 a trabajar a Rayonhil gracias a un beneficio que había recibido su madre Graciela, que permitía que los hijos de los trabajadores pudieran ingresar a dicha empresa.
Así fue como Luis comenzó a desempeñarse en el área textil. Hasta que el martes 11 de septiembre de 1973 llegó el Golpe de Estado y todo cambió. La empresa Rayonhil fue inmediatamente intervenida por los militares. Y unos días después, un invitado poco grato llegó sin previo aviso.
Escoltado por militares armados por todos lados, e imponiendo un miedo que asustaba incluso al más duro, el director de la Dina Manuel Contreras (vestido con uniforme de combate) hacía su aparición en el casino para avisar y dictar que aquellos trabajadores que boicotearan la producción textil sería "fusilados". El "Mamo" no estaba para palabras acompañadas con anestesia.
Durante aquellos polarizados días, fueron detenidos más de 100 trabajadores de Rayonhil, entre ellos Seferino Santis, una de las mayores influencias para Órdenes. Su rol como sindicalista había sido vital para que Luis le tomara el peso a la lucha de los trabajadores contra lo que Santis llamaba "el capitalismo".
Cuando se lo estaban llevando detenido, Seferino le aseguró a Luis que volvería. Y esa promesa nunca pudo ser cumplida. "Lo que más me recalcaba era que había que luchar por todos los logros obtenidos, y que no había que tener miedo, eso me quedó muy grabado", explica Órdenes
firme lucha laboral
No era novedad que el movimiento sindical tras el golpe de Estado había quedado tambaleando, con muchas más dudas que certezas. Nadie quería ser parte de los sindicatos por temor y desconocimiento. Cualquier amago de agruparse ya era complicado, y el miedo inculcado a punta de metralletas ya había instaurado la sicología del terror.
Pero aquella sicología no había funcionado con Luis Órdenes. Es más, tras la implementación del Plan Laboral ideado por José Piñera en 1978 que quitó una enorme cantidad de beneficios a los trabajadores, aprovecharon junto a los más avezados que uno de sus puntos indicaba la vuelta de los sindicatos, pero con vigilancia permanente, y se lanzaron a la aventura de formar un movimiento.
Y los que no tuvieron miedo para afrontar este proceso fueron cuatro trabajadores de Rayonhil: Francisco Contreras, Raúl Plaza, Luis Órdenes y Agustín Parra. Los tres primeros fueron electos para conformar un sindicato que tendría bajo sus registros a más de 400 compañeros.
Comenzaba tras ese proceso electoral la carrera sindicalista de Luis Órdenes Sepúlveda. La misma carrera que defendía con pasión, y que en años de dictadura lo ingresaron en lista negra, sabiendo que en cualquier momento podría sufrir lo mismo que muchos de sus camaradas.
Aquel mismo currículum sindicalista que aquella noche del 24 de octubre de 1984 movilizó a más de 100 militares en la población Rayonhil para lograr su detención. Esa noche en que el olor a la dictadura se le incrustó en su inconsciente para no sacárselo más. Una capucha en su cabeza se lo recordaba a cada segundo.
un olor que no se va más
Tras haber declarado en el cuartel de Investigaciones la noche del 24 de octubre del 84, y saber que estaba detenido por terrorismo, Luis Órdenes ("el famoso Luis Órdenes" como le repetían para provocarlo) tuvo que pasar una jornada en los calabozos subterráneos del edifico de la Gobernación (que ahora es de la municipalidad sanantonina) para luego estar 11 días a la cárcel de San Antonio. Allí recibió su "saco de paja" para usarlo como colchón, a la espera de saber qué pasaría con su incierto futuro.
Pero su detención no la viviría ahí. Primero fue traslado con un aparatoso operativo debido a su condición de "extremista de alto peligro" hacia la Penitenciaria en Santiago, y luego llevado a la Cárcel Pública. Hasta ese momento en su familia no sabían nada de él. Se encontraba con el mote de "desaparecido".
Y como si el destino fuera grande, justo cuando estaba detenido en el recinto capitalino se dio cuenta que andaba el abogado sanantonino Gilberto Rudolff, a quien le gritó para que le avisara a su señora Marina y sus hijos Fabián y Luis que se encontraba bien. Eso le ayudó a regular un poco la angustia de no saber de los suyos.
En la cárcel pública estuvo en la galería 8, en la celda 18, junto a otros presos políticos detenidos en dictadura. Lo acompañaban los primeros detenidos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del Mapu, del Mir. A ellos los presos comunes les tenían respeto.
Fue un año privado de libertad. Un año en el que tuvo que sobrevivir a un motín, y peor aún, tener que vivir el terremoto del 3 de marzo de 1985 en la celda 18. Solo supo noticias al conectarse de forma artesanal a Radio Chilena. Así pudo saber que San Antonio estaba prácticamente en el suelo. Pudo contactarse con su señora, quien le dijo que ella y sus hijos estaban bien. Eso lo alivió.
La presión internacional de parte de la Federación Sindical Mundial para que liberaran a sindicalistas chilenos logró que el 27 de marzo de 1985, Luis Órdenes Sepúlveda fuera puesto en libertad. Se fue inmediatamente a San Antonio.
Y allí, nuevamente se cruzó con la dictadura. Producto del terremoto, Augusto Pinochet iría a revisar los daños en la ciudad puerto el 29 de marzo. Pero un día antes, en una reunión que se llevó a cabo en la Gobernación para organizar la visita, Luis Órdenes comenzó a reclamar porque en Tejas Verdes la ayuda que llegaba se acopiaba ahí y no era entregada. Al regimiento lo llamaron "El Triángulo de las Bermudas". Todo lo que llegaba se perdía.
Aquellos reclamos le saldrían caros. Una ley impuesta por el ministro del Interior de la época, Francisco Javier Cuadra, provocó que fuera "relegado" y trasladado al pueblo pirquinero de Inca de Oro, en la región de Atacama. Había durado apenas un día en San Antonio.
En "Inca de Oro" tuvo que estar cuatro meses. "En todo este proceso en que estuve detenido de aquí para allá hay dos cosas que se me quedaron por siempre y que no olvidaré jamás: una es el sonido de las rejas cuando se abren y se cierran. Lo otro es aquel olor que tenía la capucha cuando me detuvieron: ese olor a muerte que traía consigo la dictadura", afirma el aún vigente sindicalista Luis Órdenes Sepúlveda. J