La triste experiencia de quienes fueron a la zona de catástrofe
Cuando el sanantonino Manuel Mauricio vio en las noticias los devastadores efectos del aluvión en el norte del país, supo de inmediato que tenía que ir en ayuda de quienes lo habían perdido todo por culpa del barro que sepultó miles de casas, centenares de calles y decenas de vidas.
En pocos días reunió un cargamento de agua potable y útiles de aseo, y junto a otros tres amigos viajaron a Copiapó, Tierra Amarilla, Paipote y San Antonio para entregar lo recolectado.
El impacto de la tragedia fue tal que de regreso al puerto comenzaron a organizarse nuevamente para retornar al castigado norte y seguir demostrando la solidaridad porteña.
"Íbamos a San Antonio, por la similitud del nombre. Se nos ocurrió que los sanantoninos tenían que ayudar a los sanantoninos que lo estaban pasando mal", cuenta.
"Nuestra idea es hacer el mismo trayecto con más productos, porque hay muchas cosas que no se nos ocurrió llevar la primera vez, porque la gente de allá lo perdió todo", agrega.
TODO EN EL SUELO
¿Qué fue lo que vivió este grupo de amigos en el norte? La respuesta es sencilla: la devastación total.
"Lo que sale en la televisión no es nada comparado con lo que se ve en la realidad, con cómo quedaron los pueblitos y con lo que la gente necesita", dice. "Parece que le estuvieran bajando el perfil a una tragedia terrible", acota el ingeniero metalúrgico, quien era el único del grupo de amigos que conocía la zona por sus estudios en el campo de la minería.
En cuatro días, Manuel Mauricio Sepúlveda, Mauricio Meléndez, Raúl Carreño y Nicolás Meléndez recorrieron el área más afectada por el río de barro que cruzó de precordillera a mar llevándose todo a su paso.
"Copiapó es una zona en que se ve puro barro en las calles y todo quedó como caminos de tierra, pero es una ciudad donde prácticamente no pasó nada comparado con otros lugares", relata mientras muestra las imágenes tomadas por él mismo en el sitio del suceso. Las instantáneas muestran calles completamente tapadas por el lodo y vehículos prácticamente sepultados entre los escombros de lo que alguna vez fue un hogar.
Con los caminos cortados y el fuerte control de los militares por el Estado de Sitio, llegar hasta San Antonio no fue sencillo. Una vez en Tierra Amarilla pudieron ver la crudeza del fenómeno.
Decenas de casas en el suelo, todo cubierto de tierra, gente completamente embarrada y clamando por ayuda. "En algunas partes se habían aburrido de andar con botas porque se chupan en el barro, así que andaban a pie pelado nomás", dice.
mal olor
"Había un muy mal olor porque los alcantarillados se reventaron", cuenta Manuel, quien por entonces ni se imaginaba lo que vendría después.
"En la localidad de Paipote el olor era muy fuerte, toda la gente andaba con mascarillas, pero esas blancas tradicionales ya no servían. Era necesario usar las de tipo industrial con filtro para poder respirar mejor", agrega.
-Sí había olor a muerto, pero no solo de cuerpos humanos, sino que de los animales, de las mascotas.
La comitiva porteña fue la primera en llegar a San Antonio después de los militares desplegados en tanquetas y camiones.
"No había llegado ayuda del Gobierno, no se vio nada de eso, y la gente se sentía muy desprotegida", afirma.
"Cuando llegamos le dijimos a una señora si necesitaba agua. Me preguntó que si la estábamos vendiendo. Y cuando le dijimos que no, que la íbamos a ayudar, se puso a llorar. No había ido nadie hasta entonces", recuerda.
Manuel Mauricio explica que más de la mitad del pueblo sucumbió ante el aluvión. "Unas pocas casas, pero muy pocas, se salvaron. La iglesia quedó en pie y en ese lugar se había organizado la gente. Ya tenía ollas comunes y se habían ordenado un poco", rememora.
Al momento de llegar al poblado de la precordillera de la región de Atacama, los lugareños habían cifrado en 17 a las personas desaparecidas. Con el paso de los días la cifra se redujo, pero sigue siendo indeterminada.
Algunos aparecieronmilagrosamente más abajo en otros pueblos , otros se refugiaron donde pudieron hasta que las comunicaciones se reestablecieron. Lamentablemente, otros no corrieron la misma suerte y aparecieron muertos entre los escombros y el lodo.
"Mientras estábamos ahí apareció el cuerpo de un niño de cuatro años que había sido arrastrado por el torrente. Fue muy triste porque todos sabían que era muy difícil que estuviera vivo, pero no es algo que se pueda decir", indica.
Volver
La experiencias vividas en el norte quedarán para siempre en la memoria de los sanantoninos que fueron a ayudar, pero por más cruda que sea la realidad, no escapan de ella.
"En dos semanas más vamos a volver a ir con más cosas. Queremos hacer el mismo trayecto que la primera vez, porque la gente de verdad que está mal y necesita de los demás", detalla.
"Queremos motivar a la gente para que nos ayude a juntar cosas, fundamentalmente, productos de aseo, que es lo que más complica a la gente", explica.
Para cualquier información o ayuda, contactar a Mauricio al (35) 2 233346. J

