"Cepillín", uno de los camioneros más queridos del puerto cuenta su vida entre fierros y ruedas
Probablemente al mencionar el nombre de Carlos Molina a un camionero, no va a identificar fácilmente de quién se está hablando. Sin embargo, si le dicen "Cepillín" lo sabrá de inmediato y más de alguna sonrisa vendrá a la cara al recordar alguna anécdota, varias de ellas irreproducibles.
Carlos Molina, vecino de Santo Domingo comenzó a manejar camiones a los 17 años. "Empecé cabrito, mi jefe me sacó documentos. Empecé en un Autocar año 43, después a un Ken Way año 46 y después llegaron unos Berliet nuevos. En el último que anduve fue en un año 90 y ahí dándole a los fierros", contó con orgullo este hombre que, junto a un cigarrillo en la mano, siempre tiene una sonrisa en la cara.
Carlos fue chofer más de 20 años y es de los pocos que tiene la suerte de decir que nunca se vio involucrado en un atropello fatal. Pero "un tren me chocó la rampla, el 7 de julio de 1985, me salvé pero justo, yerba mala nunca muere", dijo con humor. "El día estaba clarito y justo cuando iba a partir apareció una neblina que no se veía nada, después al salir estaba pensando por dónde seguir, porque en esa época se salía por Calera de Tango, no como ahora ", recordó.
"Los guardias me dan la pasada, de reojo vi un bulto grande, no sé si aceleré o frené, si cerré los ojos o no, no tengo ni idea, pero murió un guardia, al que arrastró la rampla contra un poste de alta tensión. Yerba mala nunca muere, así es que aquí estamos todavía", completó rápidamente este padre orgulloso de dos hijas. Si bien Molina es simpático, le gusta poco hablar de los malos momentos.
"Por eso celebra dos veces al año su cumpleaños, el 7 de junio y el 7 de julio", señaló Paola, la mayor de sus hijas.
Carlos es un hombre al que le gusta vivir "achoclonado" como dice él. "Este terreno es mío y de mis cuatro hermanos, pero yo tengo ordenada mi parte, por eso mis dos hijas hicieron sus casas acá. Así regaloneo a mis cinco nietos también", explicó este ex dirigente sindical del transporte sanantonino.
Desde chico
Carlos es de esos choferes antiguos, cuyo sueño y pasión siempre fueron los fierros y los camiones. Por eso, cuando tenía poco más de once años y vivía en Barrancas, le dijo a su papá que no quería seguir estudiando y que quería trabajar.
"Trabajé mucho tiempo en un taller de paquetes de resortes en Barrancas, donde don Arsenio Pardo Carvajal, cerca de la Bioceánica. Ahí estuve como siete años y ahí me conoció mi jefe -que fue el único que tuve-, Pérez, el Gringo Pérez y estuve 22 años trabajando para él. Desde ahí me instalé aquí, a sufrir, pero debajo de los fierros", explicó el hombre.
"Con mi jefe hacíamos todas las pegas, porque en esos años los choferes se ensuciaban las manos. Ahora la tecnología y la educación hacen que todo sea más fácil. Uno antes trabajaba como bruto, no por arrastrados, sino por aprender, no habían teléfonos en ese tiempo. Por ejemplo, si ahora no le parte el camión en Arica, se llama por teléfono al jefe; en cambio, en nuestra época, si uno estaba en el cruce de Malvilla un poquito más para allá, uno tenía que esperar que pasara un camión para mandar a decir que estaba en panne o arreglarlo uno mismo mientras llegaba el jefe. Todo eso me sirvió para colocar un taller después", recordó con la mirada perdida en la nostalgia.
Durante este período, Molina fue dirigente de los choferes sanantoninos, "por hartos años, pero no me acuerdo bien cuantos", explicó. De hecho, varios viejos estandartes de los camioneros de la comuna puerto explicaron que Molina tuvo la posibilidad de ser presidente del gremio a nivel nacional, porque tenía buenas relaciones con todos los representantes, pero que el sanantonino no quiso.
"En esa época la gente era más unida. Por ejemplo, nosotros fuimos los primeros en hacer los famosos funerales lindos, con el finado "Chocolo", que murió sacando un neumático detrás del estadio. Le hicimos un funeral cuando estaban recién llegados los Ford 9000, esos grandotes, como del año 78", explicó el hombre de 58 años y simpatizante, "pero no militante" -aclaró- de la Democracia Cristiana.
Familia
Carlos contó que se casó joven, a los 21 años, pero también se separó pronto, a los 42. "Lo más chistoso es que me bajé de los camiones para estar con mi familia, me aburrí porque estaba muy lejos de la casa, mis hijas estaban creciendo, pero al poco tiempo me separé, mire como son las cosas", contó con humor.
Ahora, Carlos reconoció que está con la mujer definitiva: Juanita. "Encontré una vieja con quien tengo que quedarme, no puedo salir a lesear más. Llevamos siete años y pasaron hartas chiquillas por entre medio, pero ahora ya me tengo que quedar con mi vieja", dijo con un tono de cariño y admiración en la voz.
Cigarros y trabajo
Además de los camiones, Carlos reconoce que no puede estar sin el cigarro y sin su trabajo.
"Fumo desde los nueve años, prácticamente 50 años fumando y si dejo de fumar me va a hacer mal. He adelgazado harto, porque mi peso normal siempre fue de 122 ó 125 kilos. De ahí me enfermé, pero antes estaba enorme porque pesaba 146 kilos. Ahora debo estar en los 100, pero tengo que llegar a 80, según me dijo el doctor. Cuando recién me pilló la diabetes no era capaz de trabajar", explicó.
"Me tomé mal un remedio y cuando estaba colocando una caja de cambio me dio un dolor en el hombro. No tenía de las pastillas que tomaba siempre; entonces, me ofrecieron una de mi yerno y me quedé dormido al tiro. Me levanté a orinar en la noche, pero ni curado me había movido tanto. Al otro día me llevaron al médico y me encontraron el azúcar en 396, que era casi un coma diabético", contó sin muchas ganas.
"Más encima el médico me atendió como las seis de la tarde y a mí me gustan esas comidas que yo les digo para el hombre que trabaja. Mi señora había hecho papitas con harina de garbanzos y a mí me gustan con una chuletita arriba y con harto ají de color y dos platos. Cuando le conté lo que había comido, el doctor me dijo enojado que no podía comer harina de garbanzos, jajaja, pero es que yo no tenía idea de la diabetes. No quise contarle que me había tomado un combinado porque me pega. Ahí tiramos para la cola, ya estamos viejos, me pilló el tiempo", contó con humor.
A pesar de su sonrisa, a Carlos le complicó bastante su enfermedad, por eso este año no organizó el tradicional asado para los choferes amigos en su casa, donde recuerdan esas historias irreproducibles de antaño y que ahora poco se ven.
Por la diabetes, también debió aprender a tomar vacaciones, aunque reconoció que en su vida pocas veces se tomó unos días libres. "No me había tomado nunca vacaciones hasta ahora. El año antepasado mis hijas buscaron un lugar y nos regalaron cinco días de descanso cerca del lago Rapel. Estuve un día y medio. Este año me retaron y tuve que irme de vacaciones nomás. Volvimos a ir a Rapel por cinco días, pero esta vez estuve cuatro, eso sí", contó volviendo a su habitual sentido del humor.
Es que a este hombre le cuesta estar lejos de los fierros de su taller, porque aunque ahora no maneja camiones, siguen siendo su pasión y la forma en que sabe ganarse la vida. Por eso está siempre preocupado de que estén las condiciones apropiadas para sus compañeros.
"En San Antonio deben existir todos los lugares apropiados para los camioneros, que no tienen donde quedarse. Esto es un puerto, tienen que haber camiones, tienen que haber calles apropiadas", recalcó "Cepillín". J
"Fuimos los
primeros en
hacer los
famosos
funerales
lindos",
Carlos Molina,