Sin radio, sin tele, sin refrigerador: esta es la historia en penumbras de los habitantes de El Turco
Carlos Hermosilla Román murió esperando que la luz llegara a su casa.
La frase es casi literal, como lo explica su hijo Santiago. Hermosilla Román falleció a los 80 años aquejado por varios tumores, que se expandieron por todo su cuerpo, y también por problemas a su corazón. Su hijo lo recuerda como un gran padre, trabajador de la tierra como ningún otro, pero con un único sueño que nunca pudo cumplir: ver a su querida localidad de El Turco con electricidad.
La vida en el campo es distinta y se comienza a apreciar desde el momento de ingresar por Lo Zárate con destino al sector Quebrada Honda, en El Turco. Hoy la calle que llega al pueblo está pavimentada. Para sus habitantes es un lujo. Es que las polvorientas quebradas y las peligrosas curvas parecían un verdadero impedimento para que llegara el asfalto a cubrir el maicillo.
Aquí la gente es distinta. Sus habitantes tienen esa extraña costumbre de sonreír y saludar a los visitantes, una actitud poco común para los tiempos en que vivimos. Es que son muy pocas las familias que residen en este sector rural de Cartagena. No son más de 20, y cuando un foráneo se deja caer por aquellas tierras, un cordial saludo es la invitación para seguir avanzando por el zigzagueante sendero.
Luego de una loma aparece una casa a la orilla del camino. En el antejardín, una tierna niña se entretiene con los juguetes que están desparramados en el suelo. No ocupa zapatillas, solo calcetines, un buzo y dos poleras, una de ellas de manga larga. Su abuelo corta leña para hacer fuego. A los minutos aparece la madre de la menor.
Su nombre es Nora Valdivia. Tiene 22 años. Desde los 15 que mantiene una relación con Omar Cortés, de 32. Fruto de este amor nacieron Francisco y la pequeña Laura, quien de inmediato tuvo que irse a su cama cuando su madre se percató que andaba revoloteando a pie descalzo en el amplio antejardín de su casa.
Nora comenta que vivió algunos años en San Antonio, pero que la tranquilidad del campo y el estilo de vida que se lleva en los sectores rurales es impagable. "Acá los niños juegan tranquilamente, se divierten y no molestan a nadie. Uno no tiene que andar preocupado de que pase un vehículo y los vaya a atropellar", cuenta.
Omar, según nos dice su mujer, trabaja de manera esporádica en lo que puede. "Sabe hacer muchas cosas", mientras que ella se preocupa del cuidado de sus hijos y de los quehaceres de su hogar.
Su casa cuenta con lo justo y lo necesario. Un comedor, una cocina, unas camas y varias baterías que se encuentran esparcidas en el patio y dentro de la casa. La electricidad, recurso estudiado desde el siglo XVII, no existe en este lugar y, por lo mismo, no pueden comprar muchos artefactos que quisieran tener.
No hay refrigeradores, microondas, licuadoras, ni mucho menos lavadoras. Los celulares se cargan en los autos y los televisores solo son encendidos algunas horas durante el día a través de la electricidad que producen mediante un motor o baterías.
"Nos sale un ojo de la cara. Gastamos, mensualmente, como 84 mil pesos en bencina para los motores y estos con suerte nos duran seis meses y se mueren. Este último que compramos nos salió 150 mil pesos y hemos tenido como seis", describe Valdivia.
PROBLEMAS
La ausencia de servicio eléctrico no solo ha traído problemas domésticos en las familias, sino también afecta la convivencia de sus integrantes. Nora muchas veces no sabe qué hacer con sus hijos. Las peleas entre sus retoños son constantes y a medida que pasa el tiempo van expandiéndose a la relación de pareja.
"Uno a veces no sabe qué hacer con los niños. Pelean porque no tienen qué hacer y eso también a veces te trae problema con tu pareja, porque él llega cansado y los niños están peleando por cualquier cosa", explica para luego agregar que "cuando a veces salimos a dar una vuelta a San Antonio o cuando van de vacaciones, ellos (sus hijos) llegan a un lugar y se quedan pegados viendo tele".
"A mí me da lata porque me encantaría que pudiesen disfrutar de la televisión en nuestra casa, viendo una película, dibujos animados o lo que ellos quieran, pero no se puede. Solo pueden ver un ratito que es cuando hay bencina o las baterías están cargadas", dice.
A los pocos metros se acerca caminando Santiago Hermosilla, de 53 años. Amante de la tierra, al igual que su padre, este lugareño se ha dedicado toda su vida a la agricultura. Según nos cuenta, es experto en hacer canales de regadío.
"Toda mi vida me he dedicado a trabajar la tierra, primero fue en Santo Domingo, donde vivía, y desde 1987 estoy acá en El Turco. Hay que ingeniárselas eso sí, porque el agua es escasa y hay que juntarla para regar lo sembrado", explica.
Santiago fue dirigente del Instituto de Desarrollo Agropecuario durante varios años. Logró importantes recursos para la gente que trabaja con la tierra. Sin embargo, hubo un tema al que nunca le pudo dar solución.
"Cuando era presidente del Indap hice varias cosas y cada vez que tenía la oportunidad de decirle a una autoridad el tema de la luz, se lo decía. Me decían que sí, que iban a buscar una forma, pero nunca se acercaron a conversar con nosotros. Ahora pusieron unos paneles solares afuera de nuestras casas para alumbrar las calles y no nos ayudan a tener luz en nuestras casas. Es como si nos sacaran pica. Mi papá murió esperando que llegara la luz acá", confiesa Santiago Hermosilla.
Además expresa que "esta tierra podría ser bien trabajada si hubiese electricidad. Yo me gané un proyecto de regadío y me instalaron motores que no puedo ocupar, porque no hay electricidad. Todo sería muy distinto si pudiésemos tener este recurso, porque hasta empleo podríamos dar".
DEPRESIÓN
Santiago Hermosilla nos invita a su hogar. El mismo ha construido su casa. Antes de ingresar, nos confiesa que le faltan algunas terminaciones. Sin embargo, la casa se ve en buen estado y solo le queda cambiar un cholguán por ventanas y poner el piso de cerámica que tanto quiere.
"Estos televisores chicos son una bendición para nosotros. Aquí nos entretenemos algunas horas al día viendo tele", afirma.
Al igual que su vecina Nora, Santiago tiene baterías y un motor para tener un poco de electricidad. La baja potencia solo les permite ver televisión a ratos y prender una que otra luz que posee el inmueble.
Su mujer, Carola Carbonell, sufre de una hernia umbilical que la tiene a mal traer. Esta le apareció luego de su segundo embarazo,. En esa ocasión nació su hija Carola Hermosilla, quien tiene cuatro años, mientas que su hijo mayor es Santiago, de 13.
"Desde ahí en adelante que me duele la parte del abdomen cuando hago fuerza. Es complicada esta enfermedad, más aún en mi caso, porque como no puedo tener una lavadora tengo que andar acarreando ropa de un lado para otro", nos dice en su cocina, esa que no tiene refrigerador ni microondas ni licuadora.
"Yo era de Santiago y cuando me vine a vivir acá, hace más de 16 años, pensaba, ilusamente, que la luz iba a llegar pronto. Pero me equivoqué. Es desesperante, frustrante e incluso depresiva esta situación. Uno acá se siente sola y más aún cuando no puedes prender una tele o una radio. Hago las cosas de la casa, leo un libro y estoy con los niños. La verdad que esto no es vida. Los niños ni siquiera pueden tener un computador para hacer sus tareas", dice con un dejo de pena en sus ojos.
"Si bien no estamos tan lejos de los negocios igual hay que salir en auto a comprar y solo compramos para el día. La carne si la guardamos se echa a perder. Con los yogures de los niños es igual. La comida, como máximo, se nos mantiene por dos días. A uno le gustaría poder congelarla en un refrigerador, pero no podemos", expresa al lado de su marido, quien ahora toma la palabra.
"Hemos hecho muchos trámites para conseguir electricidad. Ahora estamos trabajando con unos abogados quienes nos están ayudando para redactar el proyecto. El martes tendremos una reunión. Si nos va bien, podremos postularlo al Fondo Regional", culmina Santiago, ilusionado. J